Es medio tiempo en el Súper Bowl 2023 y el esperado espectáculo de unos cuantos minutos, que ha servido lo mismo para encumbrar o sepultar reputaciones de artistas muy variados, es engalanado por Rihanna, una estrella del mainstream que ha sido señalada por chismes faranduleros y por comentarios francos que ella ha hecho a la prensa. Así, sin más, aparece con un atuendo rojo similar al overol de un mecánico abierto al centro, en donde se le puede ver lucir una especie de top brillante y por supuesto, el vientre abultado a consecuencia de un embarazo avanzado.
El show consiste en un popurrí de sus éxitos, mientras una multitud de bailarines hace coreografía desde distintas plataformas que son sostenidas por cables y otro grupo de ellos sobre el césped del campo, la misma cantante se halla cantando sola, suspendida en el aire, lo que a algunos debe haberles provocado vértigo por el peligro que aparentaba para ella y sin embargo, nada de eso fue de lo que se habló, sino en general, de la sobriedad del vestuario, lo poco espectacular del número y aún algunos otros, se quejaron de la nula sexualización de cualquier elemento presente en el show.
Y es verdad, presenciamos a una futura madre trabajando según su condición le permite, mostrando movimientos extremadamente cuidadosos y moderando adecuadamente la intensidad de su desempeño, pues el trabajo escénico representa en sí mismo un desgaste muy intenso.
Sin embargo, aquí llega una de las cuestiones más polémicas que se han suscitado en redes sociales y me refiero precisamente al sentimiento del público de haber sido defraudado.
Muchos han expresado su frustración refiriéndose despectivamente a la condición de embarazo de Rihanna para criticarla maliciosamente y otros se han centrado en la aparente sobriedad del espectáculo, que omitió bailarinas semidesnudas contorsionándose a lo largo y ancho del escenario, bailarines luciendo cuerpos marcados y brillantes, simbología esotérica, referencias a mitos o seres diabólicos, insinuaciones sexuales explícitas o cualquier cosa que pudiera ubicar a la susodicha estrella en algún nicho al que deseperadamente ansían pertenecer muchísimos jóvenes (cada vez menos jóvenes, por cierto) que, a diferencia de los gritos de libertad que caracterizaron a las juventudes del siglo veinte, parecen estar cada vez más anhelosos de ser encerrados en alguna de las múltiples jaulas ideológicas que ofrece un fábrica de etiquetas incesante como el ciberespacio.
Así, todos apreciamos nada más que a una mujer embarazada haciendo gala de lo que sus fuerzas le permitían, que decidió en esta ocasión específica no explotar sexualmente su apariencia (como ya sabemos que muchas celebridades sí han hecho antes), lo que la hizo lucir como una mujer común, como tantas otras, que sale a trabajar, al mercado o a vivir la vida cotidiana mientras atraviesa por una etapa natural que ha sido vivida de múltiples maneras por una enorme cantidad de otras personas a través del tiempo y sin embargo, lo que ha evidenciado, es la necesidad incesante de la multitud por aquello que sea mucho más que una simple realidad.
La dosis de realidad aumentada a la que nos tienen acostumbrados los medios digitales a través de infinitas herramientas de maquillaje y mejoramiento visual y auditivo, nos presenta imágenes artificiales de aquello que deseamos, volviéndolo imposible de conseguir y garantizando de esta manera, el sentimiento de escasez indispensable para el consumo, que permite la lubricación y marcha imparable de la maquinaria capitalista.
Un recuerdo inevitable de la serie The Simpsons llega a mi mente cada vez que estoy en presencia de la decepción de cualquiera ante una ilusión vana que se desvanece cuando es tocada por la realidad:
Homero decide dejar de beber y en algún momento acude a ver un juego de béisbol; después de un rato de ver pasar al vendedor de cervezas sin poder comprarle, no puede evitar exclamar “¡Nunca me había percatado de lo aburrido que es este juego!”.
Del mismo modo, los fans de la susodicha cantante fueron forzados a presenciar nada más que la voz de su estrella, sin mayores distractores que embriagaran sus mentes con estímulos ajenos al producto musical y a la persona que estaba desempeñándose en escena y al parecer, ese fue el problema, el crudo cuestionamiento de aquello que encumbraron como “estrella” y que, fuera de reflectores y parafernalia estridente, no pareció dar la talla de la grandeza a la que han llevado no sólo a esta persona, sino evidentemente a tantas figuras que ocupan el espacio de la producción artística y que, sin el inmenso aparato publicitario, ideológico, industrial y comercial que los rodea no serían más que una persona común y corriente que tal vez, ni siquiera posea dotes suficientes para pasar a la historia como notable.
No hay mayor embrollo en ver a una mujer embarazada trabajar o hacer cuanta cosa le venga en gana en público o en privado, como muchas personas se apresuraron a censurar en párrafos soporíferos en “defensa del cuerpo de las mujeres” y demás jerga contemporánea, al menos no para mí, sin embargo, sí resulta muy reveladora la actitud de un público acostumbrado al espectáculo de la decadencia, que esperaba ver algo que al menos, derrotara la grotesca imagen de una joven vomitando liquido verde sobre el pecho de Lady Gaga y sólo pudo recibir un agridulce trago de cotidianidad.
DA CAPO
En un mundo lleno de etiquetas y jóvenes ansiosos por recibir la propia, presentar el espectáculo de la vida diaria sin estridencias más allá de los comentarios mal intencionados, parece además de un acto revolucionario, la peor traición ante la enajenación de lo imposible, transformado en producto chatarra virtual que cada vez más personas se ven orilladas a consumir en cantidades que rozan la adicción.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios