Del 6 al 10 de junio se celebra la cumbre de las Américas en Los Ángeles, la cual se vio eclipsada por la ausencia del presidente López Obrador, que cumplió su palabra de no asistir si no se invitaba a todos los países de América, independientemente de su situación política actual y las diferencias que tuvieran con el país anfitrión.
Para magnificar el impacto de la no asistencia del primer mandatario, baste decir que es el representante del país con la mayor cantidad de migrantes -muy por encima del resto de países de América-, con nada más y nada menos que 40 millones de mexicanos en el país de las barras y las estrellas, y que muchos de ellos son potenciales votantes y un target importante en las elecciones venideras de aquel país, aunado a que López Obrador es el segundo presidente con mayores niveles de aprobación en el mundo según la encuesta de Mourning Consulting Group: 70% en el último registro de junio. Por si esto no fuera poco, la cumbre se lleva a cabo en una de las ciudades con mayor número de mexicanos, y ello no fue casualidad: contaban con la presencia de AMLO para capitalizar todo a favor del disminuido y mal evaluado Joe Biden.
Al respecto de la no asistencia del mandatario mexicano, ha habido un sin número de especulaciones y supuestos que van desde lo inverosímil hasta teorías que, en el ajedrez geopolítico latinoamericano, pueden tener algún sentido, sin embargo, entre los “grandes analistas” es más fácil suponer lo peor y crear escenarios catastróficos para satisfacer a sus audiencias que simplemente apostar por lo más lógico y obvio, y en ese sentido, ¿alguien se ha preguntado si AMLO simplemente cumplió su palabra y sus motivaciones son reales y auténticas más allá de segundas intenciones políticas?
Sería ingenuo pensar que un político de la talla y experiencia de López Obrador no tiene calculados los riesgos y visualizados diferentes escenarios, pero parte de su éxito es atribuible a que sus seguidores perciben como muy auténtico su actuar, y que realmente abandera las causas justas y buenas, es decir, cuando actúa de tal o cual manera, lo hace por la convicción que tiene de ello.
En este caso, López Obrador está convencido de que el bloqueo económico a Cuba y Venezuela son pretextos (hipócritas si se supone que Estados Unidos está en contra de supuestos autoritarismos, pero compran petróleo a Arabia Saudita y negocian con China, por ejemplo) que lo único que ocasionan es un sufrimiento innecesario a sus poblaciones al privarlos de poder comerciar de manera igualitaria, tal como hacen el resto de países. Pero este discurso “antisocialista y anticomunista” resulta muy útil a nivel discursivo para grupos ultraconservadores del congreso norteamericano.
Dicho esto, a López Obrador le resultaría más fácil ejercer el pragmatismo ramplón y subordinado que han practicado sus antecesores neoliberales y quedar bien con las élites, lo cual hubiera implicado asistir a la cumbre y sonreír para la foto, pero no, ha preferido ser congruente con su ideología e intentar revertir bloqueos añejos que, de lograrlo, significaría desarrollo y bienestar para los países en cuestión. No depende de AMLO, pero es de reconocer que vaya más allá de la condena verbal, y que, en un acto de dignidad, haya preferido mandar un mensaje con su no asistencia a la cumbre: América somos todos, y ni nadie puede excluir a nadie.
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