Durante mucho tiempo he tratado de entender por qué tantas personas, en su mayoría de ideología conservadora, se vuelven ciegas ante lo que salta a la vista, y hay bastante que indagar bajo el nebuloso velo de los opositores del sexenio que está por concluir, el del presidente López Obrador.
La respuesta –me parece– está en el pensamiento desiderativo.
El pensamiento desiderativo es creer que algo es cierto solo porque se desea que sea cierto, sin entender ninguna razón que valga e ignorando los argumentos en contra. En otras palabras, consiste en la formación de creencias y la toma de decisiones en función de lo que se nos antoja, en lugar de lo que es evidente y racional. De hecho, la palabra desear proviene del latín desiderare, otal vez de dissidere, que remite a una separación, término del cual también proviene la palabra portuguesa saudade.
Los artífices del pensamiento desiderativo son simpáticos: donde hay logros ven fracasos; si ahora hay cinco millones de pobres menos, ellos ven un gobierno populista; si la economía anda bien, se quedan callados o aseguran que vamos al despeñadero, pues AMLO es un demente y ahora su pupila, a la que él manejará como a una marioneta, llevará al país a convertirse en Venezuela; muchos de ellos van de incógnitos a los cajeros a sacar el dinero de los programas sociales, se quedan callados diez minutos y vuelven a la retahíla de descalificaciones; por supuesto que no ven que los programas de bienestar le han dado un respiro a una buena parte de nuestros compatriotas: eso no ha pasado, eso no existe, pues López es un dictador. Si el gobierno ofrece becas a los estudiantes, ese dinero lo usan para beber cerveza; si aumentó el salario de los trabajadores, eso perjudica a los empresarios; si se incrementó el valor del peso, eso no ayuda a las remesas ni a los exportadores. Donde hay ingenieros militares construyendo obras maravillosas, ellos ven militarización. Y ya ni hablar del Tren Maya, que está modificando el color azul turquesa del mar Caribe; y Deer Park y Dos Bocas contaminan y se inundan…
Los artífices del pensamiento desiderativo ven lo que desean, y para colmo quisieran un país destruido en lo económico, en lo social, en lo político, así salgan ellos también afectados. Su mundo es el de la fantasía, pero de película de horror.
Los artífices del pensamiento desiderativo salieron a festejar una falsa victoria electoral el 2 de junio. Y es que a veces esa forma de pensar se sostiene por la llamada falacia de consecuencia: algo es cierto porque de lo contrario las consecuencias serían terribles.
Los artífices del pensamiento desiderativo aseguran que este es el segundo peor gobierno desde 1934. Ven ambición hegemónica donde hay trabajo y honradez. Los analistas especializados, los comentócratas que escriben libros y publican artículos (es un decir) en revistas y periódicos de divulgación nacional, esos que aparecen en la radio y en las mesas de análisis de los noticieros de televisión tradicionales, se cuecen –o sea, se venden– aparte. Por eso el presidente tiene “otros datos”, y la información que ofrece ahí está, es cierta y verificable.
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7 de julio de 2024. Esperanzados, los jóvenes aguardan. Puede ser que ganemos –piensan algunos–, pues se ha corrido la voz. Ahora todos, mujeres y hombres, miran hacia el punto donde de un momento a otro aparecerán los resultados de la elección. Algunos se llevan las manos a la boca. Un colectivo de mil angustias mira la gran pantalla. Todos en la plaza están a punto de conocer el resultado. Aquella jovencita de pelo corto tiene sus manos en actitud de rezo. De pronto, el silencio precede a la victoria. Aparecen los números, pues en la vida de los seres humanos las cosas giran en torno a los números y dependemos de ellos. Llega la exclamación y todos saltan al unísono. Gritan. De su boca, garganta, pecho o diafragma, la exclamación detona un sentimiento otrora detenido; como la erupción de un volcán, gritan y saltan llenos de gozo; luego se abrazan y se besan al mismo tiempo que las lágrimas saltan de sus ojos brillantes. Aplauden, lloran, gritan, se mesan el pelo, se limpian el rostro. No lo pueden creer. Júbilo es la palabra que podría definir ese momento. Ha ganado el nuevo frente popular encabezado por el movimiento de la Francia Insumisa. Muy pronto, en las calles cantarán “La Internacional”.
Los conservadores, mientras tanto, se han quedado con la champaña en las manos. Algunas jóvenes gritan improperios. Nadie disfraza su enojo. “Ce n’est pas possible”.
El mundo, por fin, puede ver la luz al final del negro túnel del neoliberalismo rapaz.
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8 de julio de 2024. El presidente ya se nota menos cansado. El suyo es el último jalón, pero sabe que no hay que aflojar. La temporada de zopilotes aún no termina.
“Aprovecho para felicitar a los dirigentes y al pueblo francés por lo que sucedió ayer. Hace poco yo dije en una entrevista […] que los pueblos del mundo son humanistas. Y son progresistas. Por eso la derecha, el conservadurismo, no tienen futuro, [porque] los pueblos en todo el mundo están a favor de la fraternidad y de la libertad y de la igualdad”, señala AMLO, feliz del triunfo de Jean-Luc Mélenchon, su amigo. El Nuevo Frente Popular ha ganado las elecciones legislativas de Francia y esto es el indicio de un “despertar” frente a la Europa “rancia de conservadurismo galopante”.
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Mélenchon había dicho en 2018 que “el triunfo de AMLO es un hecho que no implica únicamente lo mexicano. Es un hecho político de valor continental, mundial. El triunfo electoral de AMLO es un momento clave en la historia del mundo”. Y de vuelta a México, un año después, señalaba: “Necesitamos el éxito de Morena, necesitamos el éxito de AMLO. Lo necesitamos porque no tenemos ningún lugar en el mundo, fuera de América Latina, en donde somos capaces de apoyarnos para decidir. Esto funciona cuando se les da prioridad a los pueblos, a los pobres, funciona mejor que cuando se deja al rico enriqueciéndose siempre”.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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