Voy a meterme en una cuestión caliente, escabrosa e intrincada… Sé que puedo salir espinado, pero creo que más vale arriesgarse. El asunto es una palabra, la palabra terrorismo.
Soy consciente de que es delicado hablar de terrorismo: usar el vocablo es tratar con una sabandija ponzoñosa y traicionera. ¿Entonces? ¿No sería más prudente alejarse de ella, no mentarla? En este caso no, sencillamente porque proceder así sería dar por perdida una batalla, una batalla semántica importante. La realidad es una construcción social cuyo andamiaje son precisamente las palabras.
Sólo podemos dar sentido al mundo socialmente y por medio del lenguaje: no hablar de los asuntos que nos atañen a todos es minar trozos de realidad, perder sentido y debilitar la cohesión social: “… cualquier cosa que el hombre haga, sepa o experimente sólo tiene sentido en el grado en que pueda expresarlo”, sostiene Hannah Arendt (La condición humana). “Tal vez haya verdades más allá del discurso, y tal vez sean de gran importancia para el hombre singular, es decir, en cuanto no sea un ser político, pero los hombres en plural, o sea, los que viven, se mueven y actúan en este mundo, sólo experimentan el significado debido a que se hablan…”
Si nadie las estuviera empleando, quizá pudiera ser conveniente mantenerse distantes de las palabras peligrosas, pero escabullirse de ellas cuando son parte de los pertrechos útiles en una disputa política resulta ingenuo y contraproducente. La palabra terrorismo se usa y se usa malintencionadamente. Si bien no es la primera vez que lo hacen durante lo que va del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, a partir del fin de semana pasado la reacción y sus esbirros mediáticos han centrado su más reciente campaña de mentiras y denuestos en la palabra terrorismo. El detonador fue la cadena de sucesos vandálicos, violentos y criminales que se eslabonó en algunos puntos muy precisos del país, en concreto, en determinadas ciudades de Guanajuato, Jalisco, Chihuahua y Baja California. De entrada, la descarga se integró fundamentalmente con tres tipos de municiones: el Estado es incapaz de defender a la población, la quema de comercios y vehículos fueron actos perpetrados por “el narco”, “grupos terroristas” o “narcoterroristas”, y “en México no hay gobernabilidad”.
La execrable intención de instalar en el imaginario colectivo la palabra terrorismo la explicó Rafael Barajas, El Fisgón, en un tuit: “los opositores y sus voceros insisten en instalar la narrativa de que los narcos mexicanos son ‘grupos terroristas’. Esa narrativa es peligrosa, pues desde el 11-S de 2001, Estados Unidos interviene en otros países con el pretexto de ‘combatir al terrorismo’”. De acuerdo, pero entonces, ¿no es terrorismo? Por otra parte, ¿no será que, más que la palabra o las narrativas, los peligrosos son los Estados Unidos?
“El pensamiento es subversivo y revolucionario…”, afirma Bertrand Russell. Así que pensemos. ¿Las acciones vandálicas ocurridas el fin de semana tuvieron o no el afán de causar terror? No sólo eso parece, sino que así fueron usadas. Quemaron tiendas de conveniencia —¿todos de la misma cadena?— pero no robaron, quemaron autos y camiones pero no en todos los casos los usaron para bloquear vialidades —hay maneras mucho más sencillas y baratas de bloquear calles—. El secretario de Gobernación señaló el meollo del asunto cuando declaró que se trató de acciones “de propaganda”, es decir, realizadas con un objetivo de divulgación. ¿Qué querían dar a conocer? Proclama o manifiestos no hubo. ¿Qué querían vender? Nada. ¿De qué querían convencer al público? De nada. Querían causar terror, así que, en sentido lato, fueron acciones con propósitos terroristas.
Terrorismo, informa el diccionario, es la “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”, y también “actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos”. Dado lo ocurrido, dada la reacción de la reacción, el propósito fue dar paso a un segundo nivel de terrorismo: dar pie a que líderes (es un decir) de la oposición, opinócratas y medios bramaran a los cuatro vientos que en México hay terrorismo. He ahí la paradoja en la que estamos metidos y de la que urge salir: efectivamente, asegurar que en México impera el terrorismo es terrorismo, pero denunciarlo… ¿implica terrorismo?
Emparentar vandalismo, narco y terrorismo es una estratagema perversa. Los eventos ocurridos en sitios específicos de cuatro estados del país fueron actos vandálicos, incuestionablemente. Pero cómo se puede afirmar que los cometió el narco, como varios periódicos publicaron en sus primeras planas. Hoy el narco es una categoría de análisis tan seria como El coco. ¿Por qué usarla entonces? Pues porque si fue el narco es responsabilidad del gobierno federal combatirlo. Y si es narcoterrorismo se engarzan dos monstruos y se tiende la trampa, el coqueteo al intervencionismo yanqui. En suma, fueron acciones de vandalismo planeadas para causar terror y usadas con propósitos de terrorismo mediático.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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