Alito Moreno y Marko Cortés poseen una característica muy peculiar: ¡son bravucones! Y si no lo creen, bastaría con preguntar a una pequeña parte de la militancia que aún le sobrevive a los partidos que representan. Así ha quedado demostrado desde que tomaron las riendas de sus respectivos partidos donde la valentía que pregonan no ha sido más que una simulación, una sencilla apariencia que oculta el alto grado de sus limitaciones, particularmente el de la conducción política.
Vayamos por partes: Apenas esta semana el líder impresentable del PRI sostuvo un encuentro con los diputados federales y senadores electos. Cuentan algunos de los asistentes que el estilo soberbio del campechano eliminó de tajo los tibios reclamos de uno que otro que se atrevió a mencionar las causas de la debacle. Entre ellas, evidentemente los señalamientos del bajo rendimiento en términos electorales que ha experimentado ese partido, al menos desde 2018 a la fecha. Recordemos que en comparación con la anterior elección, el PRI sufrió una pérdida de poco menos de 2 millones de votos, además de la desbandada que se ha convertido en una constante.
Ahora para la militancia real, el peligro es mayor y los colocará al borde de la desaparición total si, como todo indica, la camarilla de Moreno Cárdenas logra perpetuarse al frente del tricolor pues la modificación de los estatutos o el cambio de imagen (incluso el de siglas) de nada servirá para erradicar el cáncer que le representa su dirigente actual. Incluso, como si se tratara de una nueva edición del priísmo ochentero, hoy manifiesta Alito la necesidad del PRI de “reformarse” (algo así similar a la renovación moral, como si la crisis de legitimidad en lo interno y hacia la sociedad, sólo requiriera de cambios cosméticos y domésticos. Ante tal realidad imagínese ¿Qué futuro le espera a un partido cuya fuerza en el Congreso de la Unión apenas contará con 33 diputados que probablemente se reduzca más con el paso del tiempo?
El caso del PAN es el que pudiera merecer un análisis más profundo. Para empezar las voces que hoy exigen la renuncia de Marko Cortés, son las mismas que callaron durante todo el proceso de selección de su candidata a la presidencia lo que no es más que el reflejo de la hipocresía que se ha convertido en una de las principales características de los destacados dirigentes del blanquiazul. A como están las cosas, siendo una oposición que poco margen de maniobra tendrá en el acontecer político (con todo y su aliado tricolor) el escenario no puede ser más catastrófico en tanto que no encuentran la forma de llamar la atención de la ciudadanía que dejó de creer en las calumnias y mentiras que utiliza para denostar a la Cuarta Transformación. En este escenario resulta aún más probable que la fuerza real que posee el PAN se ahonde cuando los grupos al interior comiencen a disputar la dirigencia y los principales cargos, especialmente en el congreso donde ni siquiera tendrán capacidad para hacer frente a la super bancada de MORENA, PVEM y PT. En esta etapa se verá en poco tiempo la manera en que el desgaste vaya mermando la vida interna del panismo hasta el punto en el que se lleguen las elecciones intermedias de 2027 que les obligará nuevamente a supeditarse a voluntades fuera de su propia organización interna.
La militancia de ambos partidos tiene mucho que reflexionar, están conscientes de que el verdadero enemigo, el principal, está en casa en la figura de este par de bravucones, y mientras ellos y sus secuaces continúen negando el Apocalipsis por el que transitan, serán las bases las que se verán más afectadas porque queriéndolo o no, se cuentan por cientos de miles aquellos que se identifican con la ideología que les dio vida. Pero en este, como en otros casos (ahí está el PRD), Marko Cortés y Alito Moreno, prefieren mil veces aplicar la máxima de Jesús Zambrano: primero perder el registro que el cargo.
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