El insustituible periodista que siempre iba armado

Aquella noche trágica del 30 de mayo de 1984, fue la más negra en la historia del periodismo mexicano. Manuel Buendía Tellezgirón había sido asesinado por la espalda sin darle tiempo a sacar su pistola, que traía con él porque ya eran muchas las amenazas de muerte que recibía.

Era un hábil tirador y si alguien quería asesinarlo, decía él fríamente “tendría que ser a traición, porque, de frente, no sería tan sencillo”.

Sólo había un lugar donde andaba desarmado y ese lugar era Ciudad Universitaria. Decía que por respeto a la universidad y a los estudiantes, dejaba su pistola en el auto. Aquella anécdota, que el maestro y periodista Fernando Benítez contaba, pintaba a Manuel Buendía en término de sus valores: no temía jugarse la vida, pero pensaba que había sitios donde un arma de fuego era inaceptable, por más peligro que corriera.

Ahí en el cruce de avenida Insurgentes y Paseo de la Reforma, a traición efectivamente, terminó la vida de un periodista que lo mismo escribía libros que crónicas con su estilo agudo y despiadado que lo caracterizaba. Un hombre alto y fornido de corte y gorra militar le disparó cinco veces para luego escapar en una motocicleta. (Igualito que en la actualidad, los asesinos se mueven en motos)Su columna “Red Privada” publicada en el diario Excélsior de la Ciudad de México, era una referencia obligada para quien quisiera saber la verdad de la situación en el país y era reproducida por alrededor de sesenta periódicos mexicanos.

Con una valentía y compromiso inigualables denunciaba la presencia de la CIA en México, el narcotráfico, la corrupción gubernamental y la influencia de la ultraderecha. Con un ojo de águila abordaba temáticas que iban desde problemas sociales y urbanos, críticas al sistema político mexicano y sus acciones; problemas relacionados con el agro, la explotación y venta de petróleo mexicano, el derecho a la información y a la comunicación; los funcionarios enriquecidos gracias a sus cargos, con nombres y apellido, y los caciques empoderados y brutales, como Rubén Figueroa, entre otros temas candentes.

Dueño de una brillante inteligencia, el maestro Buendía resultaba incómodo y muy peligroso para el narco estado que desde entonces dominaba la escena política y el destino mexicano. Por eso lo mataron, no les importó todo lo que el reconocido periodista representaba: Daba clases a alumnos de la FCPYS de la UNAM, escribía libros y se presentaba en conferencias y foros. Ejercía el periodismo de opinión en el programa de Radio Educación: “Onda política”; en Canal 11, con su columna “Lo dicho, dicho”; Condujo el programa “Día con día” en el Canal 13. Pertenecía al Club de Periodistas y fundó con otros colegas la Unión de Periodistas Democráticos. Creó el “Ateneo de Angangueo” en donde se honraba en forma humorística y crítica a los políticos destacados por sus errores. Él en especial, gozaba del sentido del humor y la buena charla.

Pero como dice Elena Poniatowska: “¿En dónde radica el valor de Buendía? En su buena información, su buena prosa, su capacidad de denuncia, su falta de miedo y su archivo. Buendía recuerda, coteja, comprueba. En un país como el nuestro de memoria convenenciera, Buendía se instituye en nuestra memoria porque él sí se ha puesto a consignar todo lo que nosotros olvidamos o confundimos en un infame batidillo.

”El gran cronista pensaba: “El periodismo es esencialmente información. Por tanto, el periodismo es un instrumento de la comunicación social, y, en consecuencia, el periodismo es parte de la política. Todo periodismo pertenece a la política. Es la política en acción. Es siempre el periodismo un acto político. Todo, incluso la nota roja que expresa, que da a conocer, que avisa o advierte sobre síntomas de degeneración social como puede ser la violencia, el crimen, la impunidad”.

El periodista Miguel Ángel Granados Chapa en su libro “Buendía, el primer asesinato de la narcopolítica en México” ya nos hacía un claro señalamiento de los culpables, pero en realidad el de Manuel Buendía fue un crimen que nunca ha sido esclarecido y mucho menos castigado hasta sus últimas consecuencias. Las autoridades mexicanas de aquel tiempo (cómplices sin duda) intentaron con su bajeza y ruindad acostumbrada reconstruir la noche del crimen, pretendiendo demostrar que se trataba de un crimen pasional.

A su funeral asistieron todos los periodistas importantes de la época, también estaba en primera fila su compadre Zorrilla, quien resultara el principal sospechoso de su muerte y el mismo presidente Miguel de La Madrid. Antes de sepultarlo, se montó una guardia que era homenaje y al mismo tiempo era protesta y exigencia. Llevaron el ataúd a la Plaza de la “Libertad de Expresión Francisco Zarco” en el cruce de Reforma y Avenida Hidalgo, al pie de la estatua del Zarco y ahí exigieron justicia.

Por cierto que urge rescatar dicha plaza porque hoy por hoy es un lugar deteriorado, sucio, grafiteado. Donde drogadictos, narco menudistas e indigentes viven y se reúnen. La figura ya mencionada del gran Zarco ahora brilla por su ausencia y la terrible circunstancia del lugar son triste testimonio del olvido y abandono de lo mejor que ha dado México en el todavía noble y sufrido oficio del verdadero periodismo, aunque al querido Manuel Buendía nadie se le haya podido igualar.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.

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