“Tenemos que hablar de Vicente”. Hace poco más de dos años así titulé mi columna. De entrada, ofrecía disculpas por el fastidio que podía causar, pero entonces realmente pensaba que teníamos que hablar de Vicente Fox Quezada.
Sabía bien que el señor, desde hace mucho tiempo, harta. Sabía y sé que abundan quienes con sensatez argumentan que lo mejor que podemos hacer con el expresidente prianista es no hacerle el menor caso, sabía y sé que hay quienes desde hace años sostienen que reaccionar a las fantochadas de Fox es sólo hacerle el caldo gordo. O mejor, y dicho de forma muy nuestra, sabía y sé que sobran razones para tirarlo de a loco. Así que no negaba que ignorarlo resulta casi siempre la estrategia más sana. Ojo…: casi siempre, pero no siempre.
En aquella ocasión juzgué conveniente atender las tarugadas de Fox porque el señor había espetado una barbaridad particularmente reveladora. Impertinente, había tuiteado:
PIDO VEHEMENTEMENTE A LOS DE ARRIBA, SE ORGANICEN Y NOS CONDUZCAN A LA VICTORIA!! 2024
Cuando el ex empleado de Coca-Cola pidió “A LOS DE ARRIBA” que en 2024 “CONDUJERAN A LA VICTORIA” mostró groseramente su verdadero rostro. Verdad de Perogrullo: los de arriba no son los de abajo. Y uno no tiene que haber leído la novela de Azuela para saber a quiénes nos referimos en México cuando hablamos de Los de abajo: desafortunadamente son la enorme mayoría de mexicanos y mexicanas, de tal suerte que tampoco se requiere ningún sustento estadístico para saber que los de arriba son la minoría. Fox quedaba expuesto y convenía explicitarlo: a quien se supone que tendría que pasar a la historia como el primer presidente del México post revolucionario electo democráticamente —en “plena normalidad democrática”, según el eufemismo acuñado por su antecesor, Ernesto Zedillo—, en realidad le importa un comino la opinión de la ciudadanía. El tuit de marras fue en realidad una confesión.
Pues hace dos años, cuando escribí aquella columna, no me imaginaba que llegaría el día en que también tuviéramos que hablar de Ernesto.
Porque tenemos que aceptar que la grosera insolencia de Zedillo Ponce de León fue sorpresiva. Digo, el expresidente llevaba lo que va del siglo lejos de México y en cauto silencio… Prácticamente un cuarto de siglo en las sombras, alejado del ágora nacional. Pero, como constatamos hace unos días, decidió romper lo que él mismo llamó una regla autoimpuesta, la de abstenerse de comentar públicamente los acontecimientos políticos del país. Y lo hizo muy muy mal: a destiempo, pronunciando un pésimo discurso, agraviando a varios millones de personas y sin el menor tino de cálculo político.
Todo mal, desde el prólogo del evento…, porque al doctor Zedillo le pareció una buena idea reaparecer en México anunciando su próxima alocución… ¡en inglés!
Zedillo fue el encargado de abrir la Sesión Inaugural de la Conferencia Anual de la International Bar Association, celebrada este año en la Ciudad de México. Pues lo primero que hizo el expresidente fue tratar de victimizarse, difamar al presidente López Obrador y aventurar una profecía: “Estoy consciente de que la reacción del presidente será, como siempre ante quien disiente, critica o piensa distinto a él, la calumnia, el insulto y la amenaza.” Como era de esperarse, el macroeconomista erró en su augurio: días después, AMLO ni lo calumnió ni lo insultó ni lo amenazó… Eso sí, se burló de él.
Ernesto Zedillo llegó pronto a la parte más importante de su mensaje. Apenas en el tercer párrafo de su largo discurso sentenció: “Nuestro Congreso Federal acaba de aprobar —y ha sido ratificado por una mayoría de Legislaturas estatales—, un conjunto de reformas constitucionales que destruirán el Poder Judicial y, con ello, enterrarán la democracia mexicana y lo que quede de su frágil Estado de derecho”. Y aquí podríamos dejar todo, porque, en pocas palabras, de lo que vino a quejarse es de que el Legislativo, integrado democráticamente y conforme a nuestras leyes, haya hecho su trabajo. Según su opinión, la opinión de un economista —licenciatura en el IPN y doctorado en Yale—, pero también la opinión de los priístas y los panistas, es decir, la opinión unánime del PRIAN, la reforma judicial propuesta por el Ejecutivo y aprobada por la mayoría calificada de las dos cámaras federales y luego por la mayoría de los congresos locales, significa “la demolición” —para usar la expresión de Piña— del Poder Judicial y el fin de nuestra democracia. El Apocalipsis según San PRIAN. O aun con menos palabras: Zedillo afirma que la actuación conforme a derecho de la mayoría democrática va a destruir el Estado de Derecho y la democracia. La misma cantaleta que el conservadurismo ha repetido machaconamente durante las últimas semanas. He ahí y hasta ahí el meollo del mensaje de Zedillo.
Seguiría una luenga perorata en la que Zedillo se dedicó a hablar mal del sistema político mexicano antes de 1994, es decir, antes de que él llegara a Los Pinos, para luego narrar las decisiones y acciones que él tomó para encaminarnos por la venturosa senda de la democracia, mediante las reformas constitucionales que él y su partido, el PRI, entonces mayoritario, impulsaron con auxilio del PAN. ¿Y de dónde provino todo? De él, por supuesto: “Esa reforma surgió de mi convicción de que la dificultad de México para satisfacer las demandas incumplidas de nuestro pueblo de progreso económico, social y político se enraizaba fundamentalmente en nuestro fracaso histórico de construir una verdadera democracia.” O sea que según Zedillo no fue la doctora Dresser quien nos quitó las cadenas, sino las reformas que surgieron de su convicción personal y con las que se consiguió la “ruptura con el pasado semi-autoritario”.
Continuaría el exmandatario detallando las bondades de sus reformas, lo civilizado de su propio proceder, incluso se animó a decir que la elección que lo había llevado a la Presidencia “había sido legal, pero no justa”, por lo cual había decidido reformar el sistema electoral. Curioso, tan buen actuar le trajo por consecuencia al PRI y a Zedillo perder las elecciones en el 2000…, pero, “México se convirtió en una verdadera democracia”. Claro, del 2006 no dijo nada.
Zedillo tiene todo el derecho de creer esto y quizá también que endeudándonos con el Fobaproa salvó al país. También tiene el derecho de criticar la reforma al Poder Judicial y de pregonar que “todos los principios esenciales del Estado de derecho podrán ser pisoteados”. El hombre puede pensar y decir que “los nuevos antipatrias quieren transformar nuestra democracia en otra tiranía”…, imponiendo la democracia. El problema es que su alocución llega a toro pasado. La propuesta de reforma al Poder Judicial se presentó hace más de medio año. Después, durante las campañas electorales previas a los comicios de junio, se explicitó que el propósito era impulsar esa reforma ganando para ello la mayoría calificada… ¿Nunca escuchó hablar del Plan C? Me pregunto, además, ¿y por qué no se dio una vuelta por México el doctor Zedillo para advertirnos a tiempo de tanta perversión y demolición y tiranía? ¿Por qué viene a hacerlo a unos días de que AMLO deje la Presidencia? Él sabrá, pero cualquiera que sea la respuesta no le quita lo inoportuno e impertinente a su reaparición en la arena pública mexicana.
Por mi parte, no me cabe en la cabeza la idea de que no es democrático que la ciudadanía elija democráticamente a sus jueces y magistrados. Entiendo, eso sí, que muchos defiendan esa idea, Zedillo, Marko Cortés, Alito, el PRIAN, Claudio X. González, Norma Piña, Pedro Ferriz, Alazraki, en fin… El caso es que hoy la reforma judicial ya entró en vigor y es inimpugnable. Y como dijo alguien el 1 de julio de 1997: “Ese es el principio de la democracia, que aceptemos todos que una vez que se da la valoración, eso es lo que cuenta y que podamos vivir con ese resultado”. Ese alguien era entonces presidente de la República y se llamaba Ernesto Zedillo.
Tampoco entiendo muy bien que alguien tan inteligente como debe de serlo un doctor en ciencias económicas graduado en Yale pueda decir, como lo hizo en entrevista con Gómez Leyva, que “no hay que faltarle el respeto a la gente” y que votamos engañados. En efecto, Zedillo piensa que la mayoría de la ciudadanía mexicana es… ingenua, para no decirlo muy feo.
También para no decirlo muy feo, pienso que fue muy ingenuo por parte de Zedillo agraviarnos. El resultado está a la vista.
- @gcastroibarra
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