La reacción de la reacción ha resultado mucho más patética de lo que nos tenían acostumbrados: lastimosa, miserable y vergonzosa, comenzando por la carta del moreliano Calderón Hinojosa. El veredicto que declaró pentaculpable al súpersecretario de Felipe Calderón noqueó a la oposición en pleno, no solamente a los panistas, igual a sus compinches priístas y demás menudencias partidarias que se mantienen apergolladas al muégano que comanda el señor Gonzalitos, y con ellos, a la lona también, toda su runfla de comentócratas venidos a menos. ¡Santo costalazo! Todavía andan muy atolondrados, más descuadrados que nunca; con todo, tratan de salir de la estupefacción y el atontamiento…
Dos días después del fallo en Brooklyn, el jueves 23, el director editorial de El Financiero, el señor Enrique Quintana, publicó una columna que evidencia su propósito de embuste desde el título: “AMLO gana la batalla de las narrativas”. Se refiere a la determinación de la culpabilidad de Genaro García Luna, y afirma: “Pocos hechos en los últimos años podrían ser tan productivos para la narrativa que ha construido AMLO”. Por supuesto, se trata de una argucia chafa, porque no, no sólo se está ganando “la batalla de las narrativas”, se está imponiendo la realidad sobre las narrativas que hasta hace poco eran hegemónicas. Sucede que nos están alcanzando los hechos y la verdad sale a flote.
Hay que tener cuidado. En el centro de la argucia que Quintana y otros voceros del conservadurismo están promoviendo se halla una noción espuria del concepto de narrativa: la idea de que una narrativa no es más que una patraña. No es así: las dichosas narrativas no son sinónimo de mentiras, son otra cosa.
Como otros opinócratas de la prensa falsaria, el columnista sugiere que el veredicto no fue correcto, es decir, que fue injusto; no lo dice con todas sus letras, no se atreve, pero siembra la duda y deja ver que sólo la gente que no sabe de leyes es la que asume como justa la declaratoria: “Un veredicto condenatorio en Estados Unidos es considerado popularmente como un hecho incuestionable, pese a la debilidad de las pruebas presentadas por los fiscales”. A lo que sí se anima es a lanzar la siguiente añagaza: que Genaro García Luna se haya coludido con el narcotráfico se reduce a una narrativa, o sea, a un cuento, a una mentira.
La narrativa, efectivamente, es un tipo de discurso que tiene que ver con la ficción, y en español usamos ficticio como sinónimo de mentira. Pero la ficción es otra cosa: la ficción es el producto de uno de los dos tipos de pensamiento que los seres humanos tenemos para entender la realidad: el pensamiento narrativo. Pensadores como Jerome Seymour Bruner (1915-2016) y Paul Ricœur (1913-2005) lo estudiaron a fondo: el modo de pensamiento narrativo es diacrónico, secuencial, orientado a la acción y atento a los detalles específicos de la experiencia. El otro tipo de pensamiento es el paradigmático, el cual es sincrónico, trasciende las experiencias particularidades por medio de la abstracción de categorías, con las cuales sistematiza y busca establecer patrones. El pensamiento narrativo trama historias, organiza los hechos en forma de relatos. Quintana dice que lo que sucedió en Nueva York fortalece la narrativa construida por AMLO, lo cual no es mentira, sino una verdad parcial, muy parcial: la otra parte es que la condena al secretario de Seguridad Pública durante todo el sexenio de Calderón dinamita la narrativa que impulsaron los gobiernos prianistas neoliberales, porque la muestra inverosímil, increíble, sencillamente porque la realidad se impone. Cierto, a esa narrativa perversa se ha enfrentado AMLO, pero no únicamente él, y menos oponiendo a ella un invento, un cuento.
Moribunda, la narrativa reaccionaria intenta ahora vendernos el viejo timo según el cual la culpa de nuestros males la tenemos todos y todas, mexicanos y mexicanas. Ejecutando la coreografía del nado sincronizado que el conservadurismo ha tratado de montar durante estos días, dice Quintana: “El veredicto del jurado… no es sólo en contra de un exfuncionario…, sino en contra de un país”. ¿Se dan cuenta? Es el mismo cuento según el cual nadie está libre de culpas y nadie puede lanzar la primera piedra, la pamema de que la corrupción es parte intrínseca de nuestra cultura o, peor, de la condición humana. De la Madrid impuso como receta la “renovación moral de la sociedad” porque desde entonces se propagó la consigna artera de que la corrupción somos todos. La cantaleta permeó al punto de que casi nadie dijo nada cuando, apenas en el sexenio anterior, el presidente de la República, exhibido hasta el cansancio, nos acusó a todos de corruptos.
Que no nos vengan con el cuento de las narrativas y muchos menos con la narrativa de que la sociedad en su conjunto es inmoral. Ni modo, ahora sí es hora de repartir culpas.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios