Mucho se ha hablado de lo que el Presidente Andrés Manuel López Obrador ha logrado durante su mandato en nuestro país: la disminución de la pobreza, las obras con sentido social como el Tren Maya, el Tren Transístmico y los distintos aeropuertos; las pensiones universales a adultos mayores; la disminución de la inseguridad; la estabilidad económica; el aumento en la inversión, etc. No obstante, pocos entienden que el principal logro de su gobierno fue regresarle a las y los mexicanos su orgullo de haber nacido en esta tierra milenaria.
Con la llegada de los gobiernos neoliberales, la principal bandera del poder económico fue la venta de las empresas y los recursos nacionales, argumentando que en México existía un retraso tecnológico que impedía erradicar la pobreza. Poco a poco, los grandes significados nacionales, así como nuestra moneda, fueron perdiendo valor. A través de técnicas de comunicación como la teoría hipodérmica, las grandes potencias implantaron un chip “malinchista”, donde lo mejor se encontraba fuera de nuestro país, principalmente en Estados Unidos o Europa.
El mexicano siempre se representó, irónicamente, como un flojo y borracho que necesitaba de potencias extranjeras para poder administrar sus recursos. Basta ver los comerciales y argumentos que se usaron para vender los ferrocarriles, los bancos, la electricidad y permitir la inversión privada en el sector petrolero. Durante ese periodo neoliberal, la pobreza respiró muy cerca de las nucas de todas y todos los mexicanos; incluso aumentó drásticamente la migración a otros países, principalmente a Estados Unidos. Pueblos enteros dejaron de trabajar la tierra porque su principal sueño era irse a la tierra del vecino del norte.
Con la llegada de Andrés Manuel López Obrador y el planteamiento del humanismo mexicano, poco a poco regresó el patriotismo a nuestro país. Incluso nuestros compatriotas migrantes, por primera vez, se sintieron orgullosos de gritar a los cuatro vientos que eran mexicanos.
El humanismo mexicano se relaciona con el orgullo de ser mexicanos en varios aspectos. Primero, al centrarse en el bienestar de la población, se busca reforzar la dignidad y el valor de cada persona, lo que contribuye a una identidad nacional más fuerte. Cuando se priorizan los derechos y necesidades de todos, se genera un sentido de pertenencia y orgullo por formar parte de una sociedad que se preocupa por sus ciudadanos.
Además, al promover valores como la solidaridad y la empatía, se fomenta una cultura de respeto y apoyo mutuo, lo que enriquece la identidad nacional. Esto crea un ambiente donde las personas se sienten orgullosas de su país por la forma en que trata a sus habitantes, especialmente a los más vulnerables. Finalmente, al rescatar y valorar las tradiciones y la historia mexicana en este marco humanista, se refuerza el sentido de orgullo nacional, ya que las personas ven en su cultura y su historia un motivo para sentirse orgullosas de ser quienes son. En resumen, el humanismo mexicano y el orgullo nacional se complementan al enfocarse en el bienestar, la dignidad y la identidad de la población.
En gran medida, el humanismo mexicano pone en el centro el orgullo de ser mexicanos y la conexión entre el gobierno y sus habitantes, porque ‘el pueblo pone y el pueblo quita’ y ‘solo el pueblo puede salvar al pueblo’. Hoy, 30 de septiembre, es el último día que Andrés Manuel López Obrador será nuestro Presidente. Sin duda, se le extrañará muchísimo, pero sentó las bases para el desarrollo humanitario y la recuperación del orgullo que muchos habían perdido. No queda más que decirle: ¡GRACIAS Y HASTA SIEMPRE, PRESIDENTE!
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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