Uno pensaría que, después de las aplastantes derrotas que ha ido sumando la oposición desde el 2018, ésta replantearía sus formas de hacer política y, sobre todo, sus maneras de acercarse y escuchar al electorado, es decir, al pueblo. Uno pensaría, también, que, más allá de las fórmulas rancias a las que la derecha internacional ha acudido desde inicios del siglo XX, la oposición mexicana intentaría posicionar algún tipo de agenda lo suficientemente legítima como para que les resultara rentable políticamente.
Desde luego, esto no ha pasado. Sin embargo, lo que sí ha pasado es que los partidos y personajes políticos tradicionalistas han hecho cada vez más evidente que ellos apuestan por la aplicación de aquellas recetas “paso a paso” que, en el pasado, aseguraban la obtención de los votos necesarios o, por lo menos, permitían la aplicación de otros medios -normalmente corruptos- para llegar y mantener el poder. Pero todo esto ¿para servir al pueblo? ¿Para poner en marcha ideas que favorezcan a la mayoría? ¿Para ayudar en la construcción de una mejor sociedad, de un mejor país? La respuesta la sabemos usted, ellos y yo. Es NO.
Con la reciente revelación de los audios del finísimo dirigente del PRI, “Alito” Moreno, al lado de los intentos de campañas -léase patadas de ahogado- del PAN, dirigido y representado por el brillantísimo y simpatiquísimo Marko Cortés, se ha dejado ver que los partidos de siempre, quieren lo de siempre, siguen haciendo lo de siempre, con los métodos de siempre, aun cuando los resultados, desde hace tiempo, ya no son los de siempre. Y es que, al final, como bien ha dicho nuestro presidente, entre tanta corrupción y apego a los privilegios, la oposición ya ha perdido hasta la imaginación.
Tal parece que, para los políticos tradicionales, incluidos algunos personajes que se han colado en las filas de Morena, como Monreal, hacer política significa aprender a hablar de cierta manera, verse de cierta manera, decir ciertas cosas, ofrecer ciertos “obsequios” -despensas, gorras, mochilas, sombrillas, etc.-, asegurar el respaldo de ciertas personas “importantes”, obtener la difusión en ciertos medios y, desde luego, construir cierta imagen de sus opositores.
Y es que, tras muchas décadas en que fueron construyendo esta fórmula política, este guión que han representado frente al público en cada campaña política, el compromiso con las agendas sociales se fue reduciendo a otro de los ámbitos imprescindibles y automáticos de esta fórmula: el discurso demagógico. La primacía de la forma sobre el fondo nunca ha sido más clara.
De ahí que, mencionar la pobreza, la desigualdad, la injusticia, los problemas de inseguridad y de salud, etc., es indispensable en todo discurso público que siga esta fórmula. Pero la fórmula dicta la mención, no la acción. Lo que importa es interpretar bien el papel, como en el teatro, por eso no es necesario que el “actor” sea congruente con el papel, mientras éste no “pierda el personaje” frente al público.
En efecto, para los que ahora se encuentran en la oposición, lo normal es poner en escena una representación que tantas veces han ensayado, pero que, aunque se siguen negando a reconocerlo, les ha ido generando cada vez menos aplausos. No han querido prestar atención a los murmullos entre el público, ni a aquellos que se han parado y salido del teatro, porque no les gustaba lo que veían. Tampoco han prestado atención a los directores, como Alito Moreno, Marko Cortés o Dante Delgado, que, lejos de ofrecer novedosas propuestas escénicas para atraer nuevos públicos y conquistar nuevos escenarios, han perdido seguidores y cada vez tienen menos funciones. En la mayoría de teatros ya resultan aburridos, su obra ya está muy vista, ya todos la conocen de memoria, no hay novedad.
Para su desdicha, se ha ido abriendo paso un nuevo tipo de arte, uno de tipo realista, que le habla y conecta con la mayoría del público. La novedad de este arte radica en su sencilla pero eficaz formula: decir y hacer. El guión ya no es necesario, lo que importa es hablar y escuchar directamente al público; abordar sus problemas reales y atenderlos. Si se quiere, se trata de un nuevo tipo de performance, una interacción entre los actores y el público. Crea fácilmente adhesión porque resulta más honesto, más cercano. Sólo hay una premisa que hay que aprender y hacerla cuerpo: “No mentir, no robar, no traicionar al pueblo”.
Siempre es mejor tener más de una opción en la cartelera, pero, después de este nuevo tipo de arte, las propuestas verdaderamente novedosas que quieran conquistar y mantener a su público deberán entender que, el público mexicano ya no quiere más actores del “método”, de esos que aplican la vieja fórmula de decir sin hacer. El pueblo ya probó el ser escuchado y atendido. Y le gustó.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios