Tal cual sucedió en el agonizante y terrible gobierno del presidente Peña y después, con el cambio de timón que dio Andrés Manuel López Obrador, se cierne de nuevo sobre la patria, la sombra funesta del autoritario gobierno del que será el próximo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en lo que es la prosecución de su mandato de 2017-2021. También como entonces, el empresario convertido en político, ha dirigido sus ataques cargados de racismo contra migrantes, en especial los latinos y todavía más en lo particular, los que llegan al país del norte que son originarios de México. Con la destreza que le ha caracterizado durante décadas por ser un showman, se ha dedicado a enfocar sus palabras, desbordantes de odio, hacía nuestros connacionales, para su electorado, que resultó ser afín a las ideas execrables del candidato.
En el último gobierno federal priista y después de que el entonces candidato presidencial republicano calificara a los paisanos, que salían de nuestras fronteras en busca de una mejor oportunidad laboral, como animales y violadores, se le invitó desde la oficina presidencial a que se presentara con la pompa de lo que todavía no era. En ese entonces, Trump se pavoneó ante medios nacionales y de su país a quienes dio, junto al diminuto presidente Peña Nieto, una conferencia de prensa en donde no solo no se retractó de sus palabras, sino que reforzó su idea de hacer pagar a México por un muro que separara las fronteras de los dos países, así como sus intenciones de deportar a los millones de mexicanos que residían en Estados Unidos.
Luego del penoso capítulo donde se arrastró el orgullo nacional desde la presidencia tricolor al verse evidenciada de sus actos de corrupción de los que Trump parecía no ser ajeno, vino un período de cambio en el que se recuperó, además del sentido de pertenencia a la nación, el respeto que se había perdido en los sexenios anteriores.
Como entonces, y con la presidencia de la continuidad de la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, ante las mismas amenazas y bufonadas del próximo presidente estadounidense, México ha mostrado ecuanimidad, prudencia pero también, la firmeza que debe tener un gobierno soberano libre de los fantasmas de la corrupción del pasado y tal vez esa sea la diferencia más grande con respecto a los gobiernos entreguistas que ahora forman parte de la oposición; Trump se encontrará en parte, en la encrucijada entre cumplir los dichos que lo llevaron a la victoria para la contienda presidencial o cumplir, como probablemente tenga que hacer, con los tratados vigentes entre Estados Unidos y México. Por su parte la presidenta Sheinbaum encuentra un país distinto al que dejaron los gobiernos prianistas en su momento al presidente López Obrador, con inversiones en el campo y leyes a favor de los trabajadores, favoreciendo la mejor y más justa repartición del erario.
Mientras esto pasa, los restos de la oposición mexicana que quedaron luego de las elecciones federales, se encuentran en una guerra interna para ver quién de todos ellos logra liderar el próximo fracaso político que dé continuidad a los sufridos en 2018 y 24, al tiempo que sacan a relucir sus esfuerzos más apátridas, al ponerse del lado de todos los adversarios que enfrenta el gobierno federal, como si de ello dependiera el obtener alguna ventaja para recuperar el poder perdido. Lo cierto es que, a diferencia de cómo les gustaría ser vistos o recordados, no son ciudadanos del mundo, preocupados y con un ferviente amor por el país que entregaron en ruinas y abandonado sino, y muy a su estilo, dependiendo de la geografía y el momento que transcurre, se vuelven lacayos o plebeyos de los gobiernos extranjeros.
Como dice el dicho mexicano: a cada quien su santo.
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