Recurrentemente, el presidente López Obrador debe precisar que, aunque muchos aspiracionistas se pongan el saco, cuando él habla de “fifís” no se refiere ellos. “Fifí” es un término de origen francés, que en el México decimonónico, revolucionario y posrevolucionario era utilizado para referir a las élites porfiristas y, desde luego, conservadoras.
Estas élites, como ha sido señalado muchísimas veces por el presidente, eran acaudaladas. Poseían las fortunas más grandes y esto les permitía el acceso a los privilegios culturales y sociales de la época. El “fifí”, tal como ahora lo hacen los aspiracioncitas, portaba el título con orgullo, porque lo asociaba con la vida refinada francesa que pretendía emular. Pero, más allá de centrarme en la figura del “fifí”, me interesa reflexionar sobre el aspiracionismo como un fenómeno social que ha estado presente en nuestra cultura y sociedad desde hace tiempo y que apenas hemos empezado a evidenciar.
Aún no existe una definición oficial de los términos aspiracionismo o aspiracionista, o no he logrado encontrarla. Se trata, según mi entender, de un concepto sociopolítico, es decir, de un concepto que denuncia políticamente un fenómeno social existente. En las redes he encontrado algún que otro intento de definición de estos términos, pero considero que ninguno de ellos ha logrado abarcar suficientemente sus diferentes dimensiones sociales y políticas. Con este pequeño texto pretendo aportar algunas ideas que puedan abonar a la construcción de una definición más completa.
Una de las confusiones que más frecuentemente se leen o escuchan, normalmente desde intentos simplistas por entender lo que se intenta aludir con el término, es asociar el aspiracionismo únicamente con tener aspiraciones y tratar de alcanzarlas. Cualquiera que se quede con esta definición puede, justificadamente, sentirse ofendido, dada la carga de denuncia social que se le ha dado al concepto en los últimos años. Desde luego, tener aspiraciones es normal. Quizá, todo mundo, de una u otra manera, intente mejorar como persona o mejorar sus condiciones socioeconómicas cada día. Sin embargo, aunque aspiracionismo efectivamente refiere a tener aspiraciones, este concepto denuncia el hecho de que se trata de un tipo específico de aspiraciones y al uso de medios muchas veces cuestionables para la consecución de las mismas.
Creo que el elemento más importante para entender el concepto de aspiracionismo es que refiere a la aspiración a un tipo de vida específico. Aquella vida del que en un tiempo fue colonizador y que, aunque ahora no colonice explícitamente, aún detenta el rol hegemónico en la sociedad global, es decir, el hombre blanco rico europeo heterosexual. Cada una de estas características tiene sus implicaciones y no alcanzaré a abordarlas aquí, pero me interesa remarcar que, la idea de vida “exitosa” asociada con este individuo sirve como faro al aspiracionismo. El aspiracionismo, entonces, refiere a una aspiración, sí. Pero se trata de una aspiración a este tipo de vida específicamente. Es decir, a una vida de lujo, refinamiento, privilegio, donde se pueda estar “primero”, donde se puede estar por encima de otros, donde se pueda tener la seguridad de ser más que el otro. Y como, “el fin justifica los medios”, el aspiracionista no tiene tantos conflictos éticos con utilizar los medios que sean necesarios para alcanzar su aspiración. Aunque estos impliquen corrupción o cualquier otro tipo de artimaña que facilite el acceso a tales aspiraciones.
En un contexto donde los discursos por la igualdad social y la igualdad de oportunidades se colocan como prioridad para resolver los grandes problemas de nuestra sociedad, parece normal que el aspiracionista que vivía oculto tras la simulación, haya debido soltar su máscara y mostrarse como es. El aspiracionista no puede pretender la igualdad, porque el orden desigual conservador es el único que le puede dar lo que necesita: ese peldaño desde que puede posicionarse por encima de los demás, donde puede ser más que los demás. El aspiracionista es, por definición, conservador. Su aspiración no se orienta a cambiar el orden desigual de la sociedad, sino que pretende, conservando el orden ya establecido, sumarse a la fila de los que históricamente han sido beneficiados. El aspiracionista desea la vida del colonizador, del dominante, del capitalista, del “gringo”, del europeo; en suma, el aspiracionista desea la vida del blanco hegemónico, del que, según el cine, música, televisión y otros productos culturales que consume, es exitoso.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios