Asco le tengo a los pesos
Óscar Chávez: El Charro Ponciano
y más asco a los tostones,
pero más asco le tengo
a esta punta de ca…
El siglo XX mexicano fue pródigo en la generación de artistas, escritores, filósofos, pintores, músicos, cuya obra es abundante, destacada y esclarecedora.
Al impulso de la Revolución Mexicana, en un país en donde todo estaba por hacerse, surgieron músicos como Carlos Chávez y Silvestre Revueltas; muralistas como Rivera, Siqueiros y Orozco; los novelistas de la Revolución: Mariano Azuela Rafael F. Muñoz y Martín Luis Guzmán.
Había que encontrar lo genuino del ser mexicano y lo buscaron Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas, Luis González y González, Silvio Zavala, Fernando Benítez, Samuel Ramos, Luis Villoro, Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Revueltas, Juan Rulfo, Julio Bracho y hasta José Vasconcelos antes de que lo envenenara su amargura. Algunos de ellos, además de sus aportaciones literarias, artísticas y de investigación, fundaron instituciones como el Fondo de Cultura Económica o El Colegio de México.
Hicieron grandes servicios al país porque eran intelectuales y creadores que a la solidez de su obra sumaron su preocupación por entender a este país. Y no fueron sólo ellos, porque a esta lista brevísima y por demás incompleta habría que sumar una cantidad considerable de artistas, historiadores.
Pero la ola del neoliberalismo corrupto instalado en el país a partir de 1982 barrió con este brillante legado. Si, como dicta la política, debe tenerse cerca a los amigos pero más cerca a los enemigos, había que desactivar el pensamiento corrompiéndolo, con todo y que los intelectuales vigentes no tuvieran siquiera los tamaños para pararse frente a los gigantes menconados.
En esta tarea brilló Salinas de Gortari que lo mismo apoyó a los intelectuales de derecha agrupados en la revista Vuelta y más tarde en Letras Libres, que a los presuntos izquierdistas que giraban en torno a la revista Nexos. Modelo de organización secular: un acólito pasa la charola por la derecha (Krauze), otro lo hace por la izquierda (Aguilar Camín), mientras el sacristán recoge por el centro y al final viene la repartición. Esa repartición de favores gubernamentales se llamó Encuentro Vuelta: La experiencia de la libertad, para Vuelta, y Coloquio de Invierno, para Nexos, donde Krauze y Aguilar Camín se dieron vuelo trayendo a México a los suyos. “Había que pagar bien a los invitados, traerlos, cuidarlos, pasearlos”, afirma el propio Krauze (La experiencia de la libertad, https://enriquekrauze.com.mx/la-experiencia-de-la-libertad/ ). Así, lo que fingía ser congresos para discutir ideas, dejó a los organizadores el acrecentamiento de su poder.
Fue el inicio de la sujeción del pensamiento al poder corruptor del neoliberalismo. Comenzó la búsqueda por el financiamiento público, como ha sido plenamente demostrado (Con la partida secreta, Salinas de Gortari financió a Héctor Aguilar Camín, https://contralinea.com.mx/interno/semana/con-la-partida-secreta-salinas-de-gortari-financio-a-hector-aguilar-camin/ ).
La tarea más importante de los críticos fue agarrar hueso en una embajada. O vivir del presupuesto de la UNAM colgado de la obra de Octavio Paz y sin dar clases, como lo ha hecho Guillermo Sheridan (El enojo de Guillermo Sheridan es porque ya no recibe dinero del gobierno: AMLO, https://www.youtube.com/watch?v=A23av8zc8hM ). O venderle al gobierno revistas que nadie lee para que se empolven en los estantes de las bibliotecas públicas. O medrar en los organismo autónomos hasta volverse los millonarios que soñaron ser y que nunca lograrían con trabajo honesto, como lo hicieron Lorenzo Córdova y Ciro Murayama (Lorenzo Córdova se llevará más de 9 mdp de liquidación, el INE sólo reporta 1.9, https://www.capital21.cdmx.gob.mx/noticias/?p=38403 ).
En su caída, en su absoluta decadencia, los antiguos opositores al “pensamiento único” soviético se convirtieron en los últimos estalinistas. Veamos ejemplos.
Aguilar Camín insulta al presidente López Obrador llamándolo “pendejo” y Jorge Castañeda invita a la guerra sucia de “patín y trompón” en contra de Claudia Sheinbaum. Estos dos despropósitos ejemplares no despertaron ninguna crítica, ninguna disidencia, ninguna aclaración, ningún matiz, ningún desmarque, ninguna observación. Por el contrario, todo fueron aplausos, sonrisas, silencios, beneplácitos, asentimientos, venias, complacencias. Aguilar Camín y Castañeda, Héroes del Trabajo Intelectual, habían hablado y a la nomenklatura del koljoz del Comité Central de intelectuales sólo le quedaba ponerse de pie y aplaudir hasta que se les hincharan las manos porque de no hacerlo se les cerrarían las puertas de las revistas, de las editoriales, de las universidades, de las embajadas, de los comentarios radiofónicos, de los periódicos.
Como se demuestra, para ingresar a ese grupo, como al entrar a la cárcel, hay que dejar los güevos colgados allá afuera porque acá adentro no se necesitan.
Ya instalados cómodamente en su ocaso, ya sin la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, cuesta abajo en su rodada, a los intelectuales les dio por vender el país.
“Las ranas pidiendo rey” es el título de una novela de Victoriano Salado Álvarez, pero también es la ilustración verbal de esta derecha desatinada que nos toca padecer. Las ranas intelectuales le programan a su candidata, a quien se le dificulta hablar en español, una visita al Wilson Center para que en su penoso inglés suplique la intervención extranjera y la candidata, como es su costumbre, hace el ridículo.
Piden rey estas ranas cuando se arrodillan ante un español que hace de rey demócrata para que los premie, o acuden a la OEA a solicitar que los ayuden con un golpe de estado blando, que es la especialidad de la casa.
Las ranas que piden rey entran calladitas y en fila india por la puerta trasera de la embajada americana a suplicarle al embajador Ken Salazar que las ayude como Henry Lane Wilson ayudó al alcohólico traidor Victoriano Huerta, pero el embajador Salazar los soslaya.
En la muchedumbre de adversarios intelectuales de la 4T, tampoco son todos para llamarlos por su nombre. Hay algunos tan pequeñitos, tan ventajosos, tan faltos de relevancia y tan lejanos que su nombre debe escribirse con letra chiquita, como es el caso de José Antonio Crespo, María Amparo Casar Pérez, Francisco Martín Moreno, Macario Schettino, Leonardo Curzio, Sergio Aguayo y otros que tienen como orgullo ser contrarios a la razón.
Y ya que de Victorianos se habló líneas arriba, así concluye Salado Álvarez la presentación de su novela: “Si los imperialistas (léase intelectuales corruptos) quisieron ser personajes y pavonearse con títulos y canonjías, deben aguantar ahora lo que venga, aunque sea un poco ingrato”. Fue dicho.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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