18 de febrero de 2024. La marcha por la democracia no es marcha ni es por la democracia. Es un extraño mitin al que los convocados llegan al Zócalo por todos lados, en taxi, en camiones (aunque no lo declaren) o en metro, así no lo sepan usar: se empujan, estorban junto a las puertas y no son solidarios con las numerosas señoras que en parejas o triadas van sumándose al convoy. “Las tías panistas sí existen”, pienso, mientras las veo orgullosas, altivas y ataviadas de rosa pastel. Pero no solo las tías panistas se unen al contingente. Observo un público heterogéneo en el que, eso sí, predomina la llamada clase media; la clase media desinformada, digo yo; la gente que a veces, o seguido, escucha en radio a Loret, o en “Hechos” ve a ese otro señor que vive la paradoja de parecerse tanto a Nicolás Maduro, o a Ciro, o cualquier otro noticiero, o bien se asoma al universo paralelo de los diarios impresos. Quiero ver el color y encuentro mucho rosa y blanco, pero lo que realmente predomina es el gris, el tibio color de la ignorancia, el negro deslavado del rumor y el sucio blanco de la mentira, y es entonces cuando me llega ese desesperante sentimiento que me invita a decirles a esos jóvenes, a esa gente humilde, que se lo piensen bien, que están siendo engañados, que el país no está perdido, que no vamos hacia el comunismo, que no hay crisis económica, que por fin se ve la luz al final del túnel de la infame guerra que dejaron los gobiernos anteriores, que…
“En el futuro van a escuchar: abuelito, abuelita, ¿dónde estabas cuando la democracia en México peligraba?”, grita el ridículo desde el estrado. “Han secuestrado la bandera”, berrean, y ni siquiera saben que el número de secuestros reales ha descendido en 85 %. “El autoritarismo levanta muros”, gritan y se expresan sin pensar en dónde está el régimen autoritario. “El voto es libre” y “El INE no se toca”. “¿Dónde está la marea rosa?”. “Aquí, aquí”, responden los mareados rosas que creen que viven un narcogobierno, porque eso les dijeron, eso les repiten una y otra vez, sin que existan pruebas, como sí las hay del gobierno del Calderón. Pero eso no importa, sino lo que dice Brozo. “Queremos división de poderes”, gimen desde el estrado, pero evitan señalar que el Poder Judicial ha detenido las leyes progresistas impulsadas desde este gobierno. ¿Cómo explicarles?
Encuentro otro pequeño segmento de la población. Son personajes altos, blancos, y prístina es su ropa, pues son –se sienten– más puros. Es más blanca su ropa porque es nueva, así sus tenis, sus sombreros panamá y sus lentes Gucci.
“Ahora sí tenemos que dirigirnos al presidente: el presidente tiene que entender que no es el candidato”. Me río. Deben ser muy valientes esos oradores, porque después advierten que “el presidente es el principal delincuente del país”. No le temen al dictador.
Pero los asistentes no hablan. Solo repiten las consignas con fervor. Se toman fotos. Aunque la consigna diga: “Que se oiga fuerte y claro, el pueblo está enojado”. Ellos solo ríen, y los pocos que hablan lo hacen de futbol, de ropa, de la reunión de ayer. Se toman fotos. Hay que demostrar que venimos a la marcha que no es marcha, que todos sepan que nos importa nuestro país, la humanidad, la paz mundial: “No al comunismo”.
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Dos chicas acompañan al organillero y piden dinero en sus gorras mientras suena la hermosa canción “Dios nunca muere”, y yo me pregunto si es porque no muere por lo que Dios es tan bromista. Debe de aburrirse mucho y ha de estar fisgoneando todas las ridiculeces que se muestran en esta maravillosa plaza. Ricos ricos, aspiracionistas aspiracionistas, pero no le cooperan al organillero ni a su hermosa tradición. Ellos también son tradicionalistas, pero tacaños.
De repente, una revelación: ¡las casas de campaña voladoras de Frena!, pero ahora están arrinconadas frente al Palacio de Gobierno. Pienso en el empresario de apellido Lozano al que se le fueron las cabras al monte y en otro que no canta mal las rancheras: Krauze. Quisiera felicitarlo por su involuntario sentido del humor al comparar esta movilización con la del 68. No topo a nadie, pues, y topo a todos.
“Vámonos yendo”, me digo a mí mismo antes de que llegue Lorenzo, el falso demócrata, el árbitro corrupto, el clasista que se dice de izquierda, pero al que le encanta el oro, el chipotle hablador. No estoy para más mentiras. Es domingo. En casa me esperan.
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La madrugada anterior. Me despierto, como todas las madrugadas, pero ahora con un leve sobresalto. Es gente asustada, pienso. Es gente que cree que va a perder sus privilegios, los tenga o no. Es gente que escucha todos los días en los medios de comunicación masiva (que, entre paréntesis, sí han perdido privilegios) que en este país las libertades están desapareciendo, que la democracia está en riesgo, que hay que salvar al INE porque el presidente es un autoritario que va a hacer fraude en las próximas elecciones, aunque no lo necesite. Es gente ingenua que cree –se los han dicho– que México se desmorona, que vivimos la peor violencia de la historia, que este es un narcogobierno, que nunca habíamos estado tan mal… Y lo creen… Iré.
Aunque hayan sido convocados por más organizaciones sociales que las que existen en el país; aunque la marcha no sea marcha ni defienda nuestra democracia; aunque solo busque subirle uno o dos puntitos a la candidata Xóchitl, pese a que en una o dos declaraciones ella misma se encargue de restárselos nuevamente, no se detienen a pensar que detrás de la marcha están priistas, panistas y empresarios-delincuentes que buscan regresar a la época en la que no pagaban impuestos, recibían carretadas de dinero del Conacyt, hacían negocios sucios, llámense hospitales en obra negra, reclusorios, carreteras, y que además emitían facturas falsas. En eso no se detienen a pensar los convocados. Solo van. Les han dicho que los obradoristas solo dividimos, que actuamos con odio, que polarizamos. Y lo creen… Iré.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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