Ayer miércoles 8 de mayo de 2024 el Monseñor Salvador Rangel Mendoza, Obispo Emérito de la diócesis de Chilpancingo Chilapa, dio a conocer un comunicado donde indica lo siguiente: “siguiendo los principios evangélicos de nuestro Señor Jesucristo, que perdonó a las personas que lo traicionaron, lo vendieron, lo juzgaron, lo torturaron y lo asesinaron, con todo mi corazón perdono a todas las personas que me han hecho daño por los hechos de los que he sido víctima, así como a aquéllos que me han revictimizado producto de la desinformación” https://aristeguinoticias.com/0805/mexico/obispo-salvador-rangel-rompe-el-silencio-no-presentare-ninguna-denuncia/.
La argumentación que realiza el señor es impresionante, se empata al nivel de dios y asume que es una víctima de malhechores. Un mártir enredado en sucesos que se escapan por completo de su responsabilidad. Lo cierto es que ante la opinión pública no pasa de un clérigo más que deja en evidencia las hipocresías de un grupo que lucha por evitar la pérdida de fieles y en lugar de conseguir su objetivo lo que hace es convencernos más de que las contradicciones de los grupos religiosos tienen como fin último la extinción de la vida religiosa de las personas.
El señor Salvador Rangel Mendoza, dice perdonar a los que le han hecho daño, al igual que Jesucristo; valdría la pena que el ego dado por su nombramiento dentro de ese culto religioso sea despojado porque no sólo se equipara a dios, sino perdona al mundo por sus faltas. No hay mayor muestra de deshumanización que esa. El concepto de deshumanización podría estar del lado del despojo del sentido humano del prójimo, utilizar a los demás como si fueran un objeto. Pero también, hace referencia hacia la pérdida de lo que nos hace terrenales, es decir, colocarse en el nivel divino. Eso es lo que hace el monseñor, ponerse al nivel de dios sin sus virtudes fundamentales.
La carnalidad que evidencia al obispo es una muestra clara de su humanidad, de las circunstancias que nos hacen diferenciarnos de entidades divinas porque psicológicamente requerimos ese elemento para estructurar en nosotros un ente superior que guíe nuestras decisiones morales. Tener una creencia religiosa nos brinda una entidad interna que nos permita comprender la diferencia entre bien y mal. La declaración del monseñor hace evidente lo enferma que está nuestra sociedad cuando una institución como la religiosa hace todo lo posible por esconder los errores humanos y mostrarse partícipe del olimpo. No son ejemplos de vida, son ejemplos de muerte espiritual.
Las personas tendrían que ser seres humanos deseantes, que puedan seguir sus impulsos bajo reglas y normas de convivencia cultural, social y moral determinada de forma consensual, no dictada por los miembros de élites que sólo pretenden perpetuar un sesgo de poder que se mantiene desde siglos atrás. El obispo y los padres de una iglesia no son parte de una divinidad, se hacen llamar representantes de dios en la tierra, pero eso no significa que sean inocuos a los sentimientos más humanos que hay en las personas.
Considero que el señor tiene derecho a ejercer su sexualidad como lo quiera, la ciudadanía no tiene que juzgar a la persona por ello. Lo que consideren las personas pertenecientes a su clan religioso no tiene que importarnos a nosotros. Sucede lo mismo que con las personas de cualquier secta religiosa que comete un delito, el culto religioso no tiene que intervenir en la impartición de justicia. Porque bien lo decía la misma religión, hay que darle a César lo que es del César y a dios, lo que es de dios.
Sucede lo mismo con las cuestiones electorales, en cada periodo democrático, hay una maquinaria que mueve la religión, al igual que otros poderes fácticos. La ciudadanía tiene que tomar en cuenta que las creencias religiosas no son parte del mundo político, se mueven en campos diferentes, es más, me atrevería a decir que tampoco las cuestiones económicas. Sé de cultos que obligan a su feligresía a consumir en ciertos lugares, que obligan a las personas a pagar cuotas estrictas, que manipulan a las personas para evitar que tengan una vida llena de experiencias culturales y sociales. Esto apaga al ser humano, limita su máximo desarrollo y también es una fuente de frustración y anomias sociales.
Los fieles del culto religioso al que pertenece el obispo en cuestión tendrían que mirar su grupo con ojos más críticos porque la blasfemia en que incurren, no sólo con sus acciones sino con sus comunicados, es brutal. Yo no confiaría en una persona con tanta arrogancia como la que le lleva al personaje a equipararse con un ente divino, ni de este culto religioso ni de cualquier otro.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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