El país más austral del continente americano por mucho tiempo fue un gran desconocido para la mayoría de los mexicanos. Un Pablo Neruda que como diplomático conoció y amó nuestro país durante los años de la Segunda Guerra Mundial, evocada en sus memorias la extrañeza que aquí producía el nombre indígena de Chile, por las connotaciones culturales de la palabra en estas latitudes de Mesoamérica.
Pero el nombre de estas tierras remotas remite a los orígenes indígenas de uno de los extremos donde el Wallpapu de los mapuches se tocaba con el Tawantisuyu de quechuas y aymaras. A inicios del siglo XIX, Chile fue una más de las repúblicas americanas en que se fraccionaron los virreinatos y capitanías coloniales, convirtiéndose en territorios en disputa para las nuevas hegemonías, primero inglesa y luego norteamericana.
A fines de la revolución mexicana, una de las intelectuales chilenas más ilustres, la escritora y pedagoga Gabriela Mistral, tienen la oportunidad de colaborar por invitación de José Vasconcelos, en el diseño de la nueva política educativa que cumplió los ideales de justicia social plasmados en el artículo 3 de la Constitución mexicana. Sus aportes en educación indígena y su postura de vanguardia en torno a la educación de la mujer siguen teniendo presencia en una verdadera educación pública que logró masificarse en el México del siglo XX.
Una influencia igual de profunda en el campo cultural de los años 40 y 50, fue la que el mismo Neruda ejerció sobre los intelectuales mexicanos en plena disputa contra el fascismo e inicios de la campaña anticomunista en América Latina. Porque desde los años de la utopía cardenista, nuestro país se convirtió en el destino natural para todos los perseguidos políticos y exiliados del mundo. Y fueron las continuas tragedias sociales las que terminaron de acercar nuestras distantes geografías en un proyecto común de liberación para los pueblos del continente.
Al triunfo de la Unidad Popular en Chile en 1970, el proyecto encabezado por el doctor Salvador Allende Gossem en su cuarta candidatura presidencial, supo conjuntar a todas las fuerzas políticas de izquierda encabezadas por los partidos socialistas y comunistas chilenos. En medio de efervescencia de los movimientos armados revolucionarios en todo el continente, en Chile se ensayó una opción democrática para instaurar una sociedad socialista por la vía de las urnas.
A fines de noviembre de 1972, el presidente chileno visitaba México siendo recibido por multitudes en la capital que lo vitorearon como legítimo representante de las luchas de liberación en América; pero fueron sus fuertes palabras, en un memorable discurso en la Universidad de Guadalajara, donde exhortó a la juventud mexicana a cumplir su papel histórico poniéndose del lado de los sectores populares, la huella que quedó en la conciencia de los estudiantes que ahí lo escucharon.
Por eso, la noticia del golpe de Estado ejecutado por el ejército chileno como conclusión de la campaña continua de desestabilización social y económica auspiciado por la CIA, y ejecutado por la oligarquía chilena a menos de un año de esta visita, dejó una fuerte impresión en la conciencia de los mexicanos, que valoraron la eterna dignidad de nunca renunciar a la presidencia y enfrentar la muerte antes que ser sometido por un ejército traidor.
Uno de esos estudiantes fue el joven Andrés Manuel López Obrador, que, desde la Casa del Estudiante Tabasqueño en la colonia Guerrero de la capital, participó en la redacción de un manifiesto condenado el golpe de Estado que cegaba la vida de un presidente legítimo, marcando el inició de una de las dictaduras más sangrientas por el número de ejecutados y desaparecidos políticos.
Ese sacrificio marcó la subjetividad de todas las generaciones de mexicanos que fueron conviviendo con los cientos de exiliados chilenos que lograron escapar del régimen criminal sostenido por Augusto Pinochet. Ellos se hicieron uno con la sociedad mexicana en los espacios donde se integraron y no dejaron de denunciar desde nuestro país los crímenes de la dictadura. Y México como en otros tiempos, con su gobierno, pero sobre todo en su población, supo mantener una digna postura de solidaridad con los perseguidos rompiendo relaciones con el gobierno golpista.
Este fue el doloroso parto de la cercana relación que muchos mexicanos, tal como sucede con nuestro presidente, hoy sentimos con el dolido pueblo chileno. AMLO visitando Chile en el 50 aniversario del golpe, hace un homenaje no solo al sacrificio de un enorme dirigente sino a todos los chilenos que poco a poco van dando los pasos que Allende anunció para cuando vuelva el tiempo que se abran las grandes alamedas por donde no dejan de pasar los pueblos libres.
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