Chile: 4 de septiembre de 1970 

Opinión de Juan Rosales

“La historia enseña que jamás las clases propietarias se dejan desposeer sin resistir con violencia, por más democrático, legal y moderado que aparezca el proyecto de transformaciones. Por lo demás, el programa de la UP era el apropiado para su tiempo, y lo muestra lo hondo que caló en las masas populares”.  

Diversos autores. Allende vive 30 años, ediciones ICAL. Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz. Santiago de Chile 2004.

El pasado 4 de septiembre recordamos el triunfo del gobierno de la Unidad Popular en Chile, encabezado por el presidente Salvador Allende Gossens. Efectivamente, en esta fecha conmemoramos la victoria de un movimiento social encabezado por una figura política con la estatura moral del Compañero Presidente, obtenida gracias al compromiso que durante toda su trayectoria mantuvo con las luchas y demandas de la mayoría de los chilenos.

Al llegar al gobierno Allende conservó en la base de su cotidianidad, como jefe de Estado, la convicción de que los cambios, de que las transformaciones en un país las hacen los pueblos organizados. Las mayorías marginadas de todo proceso de desarrollo y bienestar son las verdaderas protagonistas de los cambios, esa era una gran convicción y fundamento del ideario de Allende.

Aquel 4 de septiembre de 1970 cuando el presidente se dirigió a la población que lo vitoreaba estaba escuchando a un pueblo que, emocionado hasta las lágrimas, mostraba su plena convicción de que el crisol diverso de fuerzas políticas integradas en la Unidad Popular abría un capítulo inédito en la historia de más de siglo y medio de dominio de una clase incapaz de asegurarle a todos los chilenos el progreso y la felicidad que tanto requerían.

De esa oligarquía chilena, la cual por cierto siempre se desentendió del pueblo marginado, y que vio con gran preocupación el triunfo de un gobierno democrático que enfrentaría por fin el atraso, la ignorancia y el hambre del pueblo chileno y que, identificado con el mismo, otros pueblos latinoamericanos escuchaban en el grito de ¡Venceremos! la esperanza de que los cambios también son posibles a través de caminos pacíficos.

La Unidad Popular se dio a la tarea de terminar con los monopolios, la recuperación de sus riquezas naturales apropiadas por las empresas extranjeras y sus socios nacionales. La reforma agraria enfrentó al latifundismo imperante en el campo y se eliminó el sistema fiscal puesto al servicio del lucro. 

La vía chilena al socialismo emprendió la tarea de trabajar, con la participación ciudadana, en la realización conjunta de las tareas de la transformación. El interés personal se integró a la generosa conducta del quehacer colectivo. Esta praxis se orientó hacia el desarrollo de una conciencia popular. A esa tarea comunitaria se le sumó una nueva moral junto con el patriotismo y un sentido revolucionario que debían imprimir en sus acciones cada uno de los hombres integrantes del gobierno.

Allende enfatizó en la labor comprometida que los jóvenes le debían al cambio, puso especial atención en la juventud que se encontraba atrapada en la decadencia de un sistema que nunca la atendió y que por lo mismo se mantuvo marginada y atrapada en la futilidad, en las drogas, en el individualismo y en el egoísmo del que fueron víctimas. 

Recordemos aquellas palabras que el Compañero Presidente Salvador Allende dirigió en ocasión de su visita a la Universidad de Guadalajara, el 2 de diciembre de 1972, cuando afirmó que … ser joven en América Latina y no ser revolucionario es hasta una contradicción biológica… Por ello, los invitó a que se sumaran con toda su fuerza, vitalidad, conocimientos y convicción al pueblo trabajador quien tiene en sus manos la labor transformadora de la sociedad. 

La Unidad Popular en Chile debió enfrentar a una derecha nacional e internacional que durante tres años llevó a cabo una vasta estrategia de sabotaje, desestabilización y golpismo para ir minando poco a poco la fuerza con la que los chilenos condujeron los cambios en el país. 

Rememorar lo acontecido durante los años setenta, en nuestro país hermano nos lleva, parafraseando a Pablo Neruda, de la libertad a la traición … desde la victoria apetecida del pueblo que llegó a establecer su derecho a la vida, hasta los gritos de libertad y cacerolas que los momios coreaban en las calles, mientras que los patrones victimarios, disfrazándose de proletarios, decretaban la huelga de los señores que recibieron de Nixon los dineros. Treinta monedas para los traidores, remata Neruda en su poema Libertad y cacerolas.

A 52 años el pueblo chileno recupera su protagonismo y lleva a La Moneda, de nuevo a través de las urnas, a un joven presidente de izquierda, Gabriel Boric. Su proyecto para renovar la Constitución heredada por los golpistas sufrió recientemente una derrota, pero con el liderazgo de su jefe de Estado y los legisladores afines el movimiento popular se encuentra reorganizándose para retomarlo y lograr una propuesta constituyente que aglutine a todas las fuerzas políticas. 

Chile está dejando atrás aquellos tiempos de canallas que por décadas eclipsaron la voluntad y la participación popular. El Compañero Presidente estaba en lo correcto cuando en sus últimas palabras de aquel fatídico 11 de septiembre de 1973, le dijo al pueblo chileno: … sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.

Salir de la versión móvil