Pocas invenciones semánticas han sido tan explícitas y eficientes a la vez como el concepto de rey o de reina. En los regímenes explícitamente monárquicos, esta figura representaba a una persona que, por derecho “divino”, era colocada en la cumbre de la organización jerárquica de una sociedad para gobernar según su “santa” voluntad.
La convención dictaba que, el pueblo, los súbditos, debían aceptar y respetar estos designios de “Dios” y de la herencia sanguínea; mismos que, por cierto, eran anunciados, confirmados y legitimados por la iglesia, al ser la única voz autorizada para dar tales nuevas. Al ser colocada en esta posición, esta persona, su familia y quienes eran dotados de títulos reales, eran concebidos y reconocidos como seres superiores, en todos los sentidos que fueran necesarios. La estructura social y cultural de tal régimen político establecía las condiciones para que este tipo de figuras sociales existiera.
El sentido común actual nos orientaría a pensar que tales estructuras no podrían estar vigentes en sociedad actuales, pero, como la muerte de la Reina Isabel II nos ha hecho recordar, ese tipo de estructuras simbólicas, culturales, están tan presentes hoy como hace varios siglos. Lo que más llama la atención es que esas estructuras simbólicas operen incluso más allá de los límites en los que los reinados operan legalmente.
El que Martha Debayle, el expresidente Calderón, actores, conductores de televisión y de radio, así como muchas otras figuras públicas y demás aspiracionistas en México hayan expresado su conmoción por la figura de una reina británica que estuvo en el poder por casi 70 años, evidencia mucho más que el simple respeto a un jefe de Estado.
El clasismo y racismo que operan en México, heredados, en gran medida, de la época colonial y del sistema de jerarquización social existente en el Reino de España, ya no pueden justificarse legitima y explícitamente por un régimen monárquico, pero sus efectos simbólicos, culturales, siguen siendo eficaces.
La realeza, el trato diferenciado y privilegiado, el reconocimiento social de una supuesta superioridad, representa el epítome del aspiracionismo mexicano -y, estoy seguro, del aspiracionismo en otros contextos-. He ahí que, el pretexto de la muerte de dicha reina sirva para buscar algún tipo de conexión con ese mundo real. Desde la invención de una conexión familiar o fotos con el personaje, hasta una simple foto junto a las puertas del Palacio de Buckingham o el Big Ben; lo que importa no es tanto mostrar el dolor o pena por la muerte de una reina, si no demostrar al mundo, a los conocidos, al público y la “chusma”, lo cerca que están de ese mundo selecto.
No son -ni serán- pocas las ocasiones que tenemos de evidenciar el aspiracionismo mexicano, pero la muerte de la Reina Isabel II ha sido un evento que ha permitido observar la vigencia de una de las máximas figuras clasistas que sirve de aspiración para muchos de los grupos e individuos que se sienten superiores y que quieren ser reconocidos en esa supuesta superioridad social.
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