Pensar en Cuba desde tierras continentales siempre será una aproximación; quienes han nacido y crecido rodeados de mares y océanos tienen una visión muy particular del mundo, anidada en la soledad y la perseverancia de una subsistencia sin escapatoria. Son quizás, seres de agua más que de tierra. Mitad la quietud que le brinda al alma el horizonte de un azul infinito y mitad mar embravecido, en el asidero de su cabeza y corazón. Emergiendo y resistiendo entre huracanes, relámpagos, sismos, tsunamis y otras desventuras.
Del pueblo de Cuba y de los moradores de todas las islas del mundo no se puede hablar más que con respeto, con acercamientos, pero nunca con la comprensión total de su circunstancia que sólo ellos viven y nadie más. Los muros de agua, como les llamo José Revueltas, son su realidad más inmediata.
Durante décadas, la revolución cubana ha sido una estrella polar para los utopistas de América, la increíble historia de David contra Goliat encarnada del viaje del Granma a la Sierra Maestra que cimbró al Capitolio del Imperio –uno de los parteaguas que marcaron el siglo XX-.
Habría que ir más atrás, al libro Biografía del Caribe de Germán Arciniegas, publicado en 1945, en un pasaje sobre los proemios de la Independencia de Cuba respecto a la corona española, el autor escribe: “¿Qué haremos con Cuba? Los ejércitos de la independencia, que fueron desde Caracas hasta el borde de la Argentina, que corrían desde México hasta Costa Rica, eran ejércitos de infantes o jinetes que se consideraban dueños de la tierra, que doblaban los Andes, pero que no se atrevían al tembloroso camino de las olas”.
A través de su fascinante narrativa, Arciniegas más adelante se responde al ilustrar: “Todos los cubanos que han soñado y soñarán en la libertad son, sin excepción, poetas. Cada diez, cada veinte años, hay alguien que toma a su cargo el promover alguna conspiración. Y siempre ha de ser un iluso, que pague su atrevimiento en el patíbulo o que caiga herido en el combate. Cuba, desde Plácido hasta José Martí, es un símbolo de este destino en la historia de América, que está siempre empujada a empresas fantásticas por hombres de imaginación que, cuando van a hablar, suelen cantar”.
Los días 7 y 8 de mayo, el presidente Andrés Manuel López Obrador realizó una histórica y entrañable visita al pueblo hermano de Cuba, la gira fue tan intensa que duró solamente algunas horas, y sus resultados se pueden referir en un párrafo, pero sus implicaciones tienen gran significado para los soñadores de Cuba, México y América Latina:
En dos días, López Obrador se reunió con su homólogo cubano Miguel Díaz-Canel; recibió la Orden José Martí, la más alta condecoración que otorga el Gobierno de la isla; acordó adquirir la vacuna contra el COVID-19 que se produce en Cuba para atender a niños de dos años en adelante; anunció la contratación de 500 médicos cubanos para reforzar el sistema de salud; charló en privado con el ex presidente y comandante revolucionario Raúl Castro; reiteró su postura de que ningún país del continente puede quedar fuera de la Cumbre de las Américas, que se celebrará en junio en Los Ángeles; visitó la Plaza de la Revolución y los monumentos conmemorativos a José Martí, y los guerrilleros Camilo Cienfuegos y Ernesto “Che” Guevara; descartó un reclamo del gobierno de EU tras su gira; escuchó mambo, trova y danzón, y se dio tiempo para advertir:
“Yo nunca voy a participar con golpistas que conspiran contra los ideales de igualdad y fraternidad universal. El retroceso es decadencia y desolación, es asunto de poder y no de humanidad. Prefiero seguir manteniendo la esperanza de que la Revolución renazca en la Revolución”.
Como epilogo de la visita, el gobierno de Cuba regresó a México una pistola que estaba en posesión del desaparecido historiador cubano Eusebio Leal, que fue un arma que el “apóstol de la democracia”, Francisco I. Madero, regaló a Francisco Villa, el dirigente revolucionario de La División del Norte -el más numeroso ejército del pueblo en la historia de América Latina-. Al respecto, López Obrador recordó cómo Villa lloró ante la tumba de Madero, después de consumada la traición de Victoriano Huerta, el usurpador, que llevó a la muerte al coahuilense. El devolver esta pistola al pueblo que le corresponde, es también un gesto a quien dirige la fantástica empresa de transformar México, que hoy en día es un faro de esperanza para América y los pueblos del mundo.
La oposición conservadora de México balbucea, acaso remite nuevos dislates que parecen más secuencias de humor involuntario. No alcanzan los sabelotodo y sus poderosos titiriteros a comprender de contextos, trascendencias y símbolos de la gira de AMLO en Cuba; su visión es estrecha, racista y delirante, incluso aburrida; mientras nuestro presidente se deleita ubicando la cercanía de pueblos hermanos, de pueblos de raíces en aguas y montañas de aquellos puntos suspensivos que forman en el imaginario de la cartografía los archipiélagos del Caribe y el Golfo de México, desde La Habana, López Obrador reflexiona:
“Desde tiempos remotos, Cuba y México, por la cercanía geográfica, la migración, la lengua, la música, el deporte, la cultura, la idiosincrasia y el cultivo de la caña, han mantenido relaciones de auténtica hermandad. Es posible, incluso que, en la época prehispánica, haya habido en la isla habitantes mayas procedentes de la península de Yucatán, que además de poseer una espléndida cultura, eran como los fenicios, grandes navegantes que mantenían relaciones comerciales no solo con los pueblos del Golfo de México, sino con los del Caribe hasta el Darién”.
No puede la reacción oponerse al tren imparable de la historia de los cambios; México es un país libre y soberano, que exporta bienestar y ya no importa modelos de corrupción. Los pueblos hermanos de Cuba y México somos tierra fértil de patriotas, soñadores y rebeldes, a la luz de las palabras de José Martí: “La Patria así me lleva. Por la Patria morir es gozar más”.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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