La política neoliberal sumió al país en una debacle económica, política, ética y social que sólo la llegada de la 4T en 2018 pudo contener. Pero ya el daño estaba hecho. Las estructuras del país se hallaban en decadencia.
El neoliberalismo instalado en la vida pública como proyecto para beneficio de unos cuantos necesitaba darle un barniz de legalidad al corrupto sistema del cual derivaba. Había que viciar la vida pública, hacer que el lodazal salpicara a todos para que ninguno pudiera darse baños de pureza.
Al llamado a la corrupción acudieron gustosos y apresurados integrantes de los poderes Legislativo y Judicial, distinguidos miembros de academias y universidades, intelectuales parasitarios que no han producido una idea valiosa, medios de manipulación masiva, desacreditados periodistas, partidos políticos en ruinas, así como los selectos farsantes instalados en los organismos autónomos. Y algo alcanzaron en el baño de lodo. Y luego de repartirse el botín se fueron a su casa felices y contentos. Y después, con ese dinero mal habido, les compraron el pan (y algunas joyas, y algunos viajes) a sus hijos.
En medio de semejante descomposición social tuvo que integrar sus equipos López Obrador. Lo que encontrara disponible luego del desastre aunque pecara de pragmático. Y lo que había eran personajes como Lily Téllez o Germán Martínez Cázares. Ni modo. Por supuesto, traicionaron a la 4T. La traicionaron no porque sean malas personas sino porque nunca han conocido otra lealtad que no sea la de sus propios intereses.
Es el mismo caso del grupo de diputados ebrardistas y monrealistas acuerpados en el grupo El Camino de México que hoy amenazan con la traición si no se da cabal cumplimiento a las exigencias de sus pastores. Dice, simulan, argumentan que son independientes y que obran en conciencia. Burdas patrañas detrás de las cuales se esconde su particular interés y el de sus caudillos.
Olvidan que ellos no se representan a sí mismos sino que representan a la parte del electorado que votó por el proyecto de transformación de la 4T en la persona de ellos, pero no por ellos. Vamos a ponerlo en claro: el electorado votó por Andrés Manuel López Obrador. Quien ganó los votos fue AMLO.
Nada salta como relevante políticamente cuando se revisa la biografía de los dichos diputados. Nada. No son líderes sociales. No hay masas detrás de ellos apoyándolos. Su trabajo político, como el de sus caudillos Ebrard y Monreal, se ha dado en las antesalas, en los pasillos, en las oficinas, pero no en las calles.
Tal vez por eso su deslealtad al proyecto de la 4T y al electorado que votó por ese proyecto no sea tan sorpresiva. Estos diputados consideran, como antes lo hicieron Téllez y Martínez Cázares, que la diputación o la senaduría es similar a un bien mueble del cual pueden disponer a su arbitrio. Suponen que es como su automóvil particular que pueden vender o traspasar o prestar o alquilar o arrendar o transferir o endosar o ceder a quien ellos quieran.
Pero los cargos públicos no son bienes particulares de los diputados y los senadores. Por decirlo así, son cargos prestados a ellos por quienes los eligieron. En sentido estricto –aunque sea un sentido estricto para ángeles y querubines- estos aspirantes a huertistas deberían consultar con sus representados para ver si ellos también están de acuerdo con el capricho de Marcelo Ebrard. Del de Monreal ni para qué hablar.
AMLO ha señalado en múltiples ocasiones que es necesario “manejarse con principios y valores éticos”. En su conferencia del pasado 21 de junio dijo; “Recordemos una cosa: todo servidor público está al servicio del pueblo y tiene una responsabilidad cívica y social”. Y los diputados no son otra cosa que servidores públicos de quienes los eligieron. El presidente ha insistido en la necesidad de anclarse en principios, y la deslealtad al programa no es un principio. Es una traición y así se llama. Lo demás es retórica y vulgar ambición.
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