El fin de semana tuve una conversación con una colega, compañera de la maestría. Nos pusimos al corriente con las actividades que hacemos y, como es de esperar en un profesional que ha trabajado en Instituciones de Educación Superior, está dando clases en una universidad pública. Además de darme gusto que una chica que se ha esforzado tanto en realizar proyectos que responden a un interés legítimo de comprender a profundidad un objeto de investigación, llenó mi corazón la siguiente expresión: “Amo dar clases, muchísimo, amo a los niños”.
Me dirán que es absurdo que frases poco claras me llenen de júbilo. Me explico. En mi escrito de la semana del amor y la amistad, el artículo cuestionaba lo limitante de la palabra amor, pues se usa casi en exclusiva para referir a un sujeto sobre el cual se vuelca una investidura libidinal. Eso es lo que dice la teoría psicoanalítica, nuestra energía de amor que sirve para investir objetos se llama libido y es una mezcla entre lo consciente e inconsciente que nos lleva a depositarla en un objeto específico; no sólo en una persona a la que brindamos nuestro cariño. Si han visto llorar a un niño pequeño porque un globo se le escapó o un juguete preciado se perdió, no juzguen su arrebato, está sufriendo el “desamor”. Vivirá su duelo y comenzará a saber que la vida se trata también de pérdidas.
La expresión de mi amiga se refiere al cariño que uno imprime en cierta actividad, en este caso el trabajo. En los años que me ha tocado escuchar expresiones de profesores, pocos son los que han dicho palabras tan comprometedoras. Mis compañeras de educación básica nunca dijeron algo similar, en ellas veía más bien un sentido de responsabilidad sobre el cuidado de “sus niños”. Yo misma me expresé así de mis alumnos de educación preescolar y primaria. Son tuyos no porque te pertenezcan, sino porque son tu responsabilidad, eres su referente durante un ciclo escolar y aquella profesora que se quede anclada en su energía libidinal será siempre recordada.
De los profesores de la universidad recuerdo expresiones como “me gusta tenerlos al principio de sus estudios porque trabajamos desde cómo escribir un párrafo pues no saben hacerlo. Necesitamos entender que traen carencias que arrastran de un sistema educativo deficiente”. Lo que más escuché fueron quejas. “Los estudiantes no saben leer ni escribir, está mal que los hayan aceptado con ese tipo de deficiencias”. Son contados los que muestran un aprecio por la docencia, he conocido profesores que son apasionados por su actividad y no pocas veces se decepcionan hasta sentir su motivación flaquear. Nunca había percibido la emoción que implica querer de manera profunda a los estudiantes al grado de expresarla como amor.
Me llena de gusto que los profesores jóvenes tengan esa sensación. Martin Buber además del binomio yo y tú, nos presenta en sus textos sobre educación una serie de valores que se dedicó a reflexionar en su trabajo de alfabetización de adultos. En su Discurso sobre lo educativo nos dice que el amor va unido a la responsabilidad, la responsabilidad de estar con el otro, de acompañarle, de dialogar con él. La vida del docente se tiene que llenar de la posibilidad de encontrar en la diferencia del otro un espacio donde pueda dialogar para producir una relación de construcción de conocimientos. Ésta no se puede dar desde el monólogo. Una persona que privilegia pensar que el estudiante es un ser que no está a la altura de la eminencia que tiene enfrente, será siempre monológica, ese profesor hablará siempre para sí mismo y el estudiante no será más que la pared donde se descarga el discurso.
Mi profesora Mónica Ibarra lo decía de forma más folclórica, advertía que como profesor uno debía siempre cuidar la relación con sus estudiantes y tenía que ser siempre sincera en lo que les daba. “Porque sus niños son lo que ustedes sean, y lo que les dan, los niños serán. Si ustedes son mierda, dan mierda, y sus niños serán mierda”. No podemos seguir pensando en una pedagogía de la apariencia, necesitamos amar lo que somos, amar lo que hacemos y amar a quienes nos brindamos, sean o no estudiantes.
Mi colega les dice niños a sus universitarios no porque esté infantilizando a sus interlocutores, sino porque la profunda ternura que le hacen sentir pretende tratarlos como lo más preciado que una sociedad puede tener: Sus niños. Si logramos aprender un poco más sobre el amor como un valor aplicable a un sinfín de cosas, actividades o personas, podremos comenzar a pensar un poco más en una sociedad menos frustrada y más amable. En el sentido de que exista algo en ti que los otros puedan amar.
Xunu’
El domingo observamos una gran concentración de personas que comparten opiniones comunes. Se expresaron con libertad, tranquilidad y el tiempo que destinaron para ello. Una muestra de democracia inminente que difiere de lo que llaman algunos la “dictadura” que se vive en México. ¿Será que les falló el término o son las patadas de ahogado de los partidos que están en inanición?
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios