Hace cinco años, el 1° de julio de 2018, el pueblo de México libró una jornada ejemplar, que significó el punto culminante de una serie de batallas políticas y sociales iniciadas con la insurgencia cívica de 1988, por la democratización pacífica del país, donde se trascendieron con organización los previos y malos momentos padecidos de fraudes electorales y elecciones de aparato de Estado; a partir de un trabajo arduo y vigoroso de mujeres y hombres libres, para llevar a la presidencia a un dirigente histórico, Andrés Manuel López Obrador -el primer jefe del ejecutivo no emanado de las elites de poder del antiguo régimen-.
Pero si ese logro fue espectacular, más lo ha sido la obra del gobierno de la Cuarta Transformación en éste breve e incendiario lustro. Se han sentado las bases para la recuperación de un Estado Democrático de Bienestar, donde la prioridad son los olvidados, los más pobres y desprotegidos de la Nación. La política social es baluarte de la transformación, tanto la pensión universal para adultos mayores de 65 años, como la pensión universal para personas con discapacidad, pronto serán plasmadas en la Constitución. Se han conquistado derechos sociales universales, el 70% de las familias recibe un programa social para tener mejor calidad de vida.
En el sexenio del cambio verdadero no ha habido devaluaciones, schok económico o crisis recurrente, como planteaba la derecha con insidia, envidia, desmemoria, alevosía y mala fe ante la gestión de un gobierno que ha concitado y cumplido expectativas por su anclaje y cercanía con el pueblo organizado.
Por el contrario, el peso como indicador de la economía está más fuerte que nunca, asimismo el salario mínimo, factor que ha reinvindicado el poder adquisitivo de los trabajadores, que tienen las mejores posibilidades para llevar el pan a su hogar en las últimas décadas. Sin olvidar que las nuevas grandes obras como la Refinería de Dos Bocas y el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles se hicieron sin aumentar impuestos ni contratar deuda pública.
Son momentos para celebrar, pero no para bajar la guardia. Se configura una coalición electoral que utilizará los cascarones de partidos tradicionales y anquilosados como son el PRI, PAN y PRD para erigirse como un bloque que intentará frenar por la vía de la “judicialización de la política” los avances del proceso de cambio, así como su continuidad y profundización.
Debemos estar listos para enfrentar a nivel nacional todas las marrullerías, guerras sucias e infodemia que habrán de desplegar a nivel nacional los partidos del añejo neoliberalismo, que intentaron sin éxito en el Estado de México, donde a pesar del fraude la avalancha ciudadana de votos no les permitió conservar el poder.
La cita del sábado 1° de julio para estar desde todas las comunidades del país en El Zócalo con AMLO tiene tintes de historia, nostalgia, y lo más importante, esperanza en el porvenir. Nuestras generaciones han constatado que querer es poder, que no hay destino negro e inmutable para México, que les ganamos a los poderosos a pesar de sus artimañas, y les volveremos a ganar.
El Zócalo sigue siendo la tribuna del pueblo, lo ha sido como resistencia ante el oprobio de gobiernos neoliberales, lo ha sido como expresión del mosaico social de quienes luchamos por la abolición de fueros y privilegios, este 1° de julio lo será como la plaza donde la región más transparente corona los cielos de causas justas hechas nuevas formas de gobernar.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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