La captura de Ovidio Guzmán, hijo del el Chapo Guzmán, en Culiacán, Sinaloa, fue noticia internacional. Medios tan importantes y tan lejanos como Al- Jazeera, Deutsche Welle, Euronews y otros internacionales han hecho eco del suceso, no tanto resaltando el mérito del gobierno mexicano en la recaptura del capo, sino en la violencia que generó la detención, la cual y según las imágenes y videos, puede catalogarse perfectamente como actos de terrorismo. Entonces, ¿qué hacer al respecto de ello?, ¿puede evitarse de alguna forma la violencia generada por capturas de grandes capos?, ¿realmente los Cárteles son tan fuertes y violentos como se presume?, ¿con esto se acaba el tráfico y violencia en esa zona del país?
Existe gran cantidad de análisis al respecto que intentan responder esas y otras preguntas en torno al fenómeno del Narcotráfico, y aunque muchos de ellos pueden parecer diferentes y distantes, la mayoría coincide en algo: aunque se avanza en la lucha y esta captura fue un importante logro del gobierno, esto no significa, de lejos, una solución al problema de la violencia o del tráfico ilegal de drogas, más bien se habla de un reacomodo que favorece a algunos grupos y perjudica a otros.
¿Qué queda para México?, ¿resignarse por compartir frontera con el mercado de compra y consumo de drogas más grande del mundo? Si bien es cierto que por primera vez en mucho tiempo se intenta una estrategia diferente a la represión, y que la perspectiva del presidente López Obrador es abatir los problemas sociales a través de políticas públicas que promuevan la justicia redistributiva y la igualdad, ello puede no ser suficiente para abordar problemas tan complejos como la violencia que genera el narcotráfico, que parece tener casuísticas diferentes y cuya solución se vislumbra más compleja. Es algo así como deshacerse de un gran cáncer para el cuerpo humano que, una vez instalado en él, parece no resignarse hasta acabar con la vida del depositario.
Entonces, ¿cuál es la perspectiva y qué se puede hacer? Solo hay un caso en la historia donde un gobierno que había prohibido una droga en un principio, dio marcha atrás y permitió su producción y comercialización debido a la gran violencia que generó la competencia entre bandas que se dedicaban a ello al margen de la ley : el alcohol en Estados Unidos en los años 20, lo cual es un caso paradigmático pero que no se replica en países latinoamericanos porque la venta y comercialización no se encuentra en ellos, sino en el mismo Estados Unidos, es decir, la situación está fuera de sus manos hasta cierto punto. En México se producen drogas y se venden y consumen en Estados Unidos, y mientras ello no cambie por medio de una regulación inteligente o porque desde Washington no haya una real lucha contra la venta y distribución de drogas (aunado al caso de las armas donde los Cárteles pueden comprar tantas como poder quieran tener), entonces el rompecabezas seguirá incompleto y países como México y otros productores de droga seguirán condenados a padecer la violencia generada por el Narcotráfico a pesar de los esfuerzos coercitivos y preventivos que hagan.
En síntesis, no interesa a Estados Unidos emprender una lucha real contra el millonario negocio de las drogas, como tampoco interesa limitar y regular la venta de armas porque, afortunadamente para ellos, la violencia solo se genera en países como México; de otra forma, ya hubieran tomado cartas en el asunto como lo hicieron con la regulación del alcohol en los años 20.
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