No se puede vencer al que no sabe rendirse.
Babe Ruth
Hace un par de noches, volviendo de una cena con amigos, estuve reflexionando por qué a mí no me provocaba casi nada la congregación opositora del pasado 28 de febrero, en el zócalo. Estas son mis conclusiones.
Para empezar, diré que no me ocuparé de la cantidad de personas que participaron, si afirman que llenaron el zócalo, lo doy por bueno. Si son o no acarreados, tampoco es tema de esta columna. El que comprende la diferencia entre esta congregación y la marcha que encabezó AMLO en noviembre, sabe que es un asunto sin mucha importancia.
Considero que, tras las elecciones del 2018, el apoyo al presidente López Obrador ha ido subiendo y, a partir del 2019, no ha dejado de oscilar entre el 70/30 y el 65/35; con la congregación, no se ha movido ni un ápice esa estadística. Si bien mis amigos, siempre más sensatos que yo, opinaron que las encuestas son sólo “la radiografía del momento”, sostengo que el historial de las encuestas no ha variado, es decir, la radiografía de muchos momentos a lo largo de 4 años sigue siendo la misma, a pesar de los complicados tiempos que le ha tocado enfrentar al gobierno de la 4T: la explosión en Tlahuelilpan, el Culiacanazo, el artero asesinato de los LeBarón, la pandemia, el consiguiente confinamiento por el COVID-19, la caída del empleo, el cierre de empresas, el precario sistema de salud; la crisis mundial —económica y alimentaria—provocada por la Guerra en Ucrania, el permanente amago de EEUU y el ataque consuetudinario de la prensa empresarial.
AMLO nos ha demostrado que, a pesar de las complejidades, hace el mejor esfuerzo por solucionar los problemas y casi siempre lo consigue; cuando no, informa los errores con honestidad y asume la responsabilidad.
Coincido en que no debemos confiarnos a pesar de las encuestas; el mejor ejemplo es el resultado de las elecciones del 2021 en la CDMX, donde se alzaron con la victoria algunos personajes impresentables. Sin embargo, creo que posteriormente han surgido escenarios electorales más adversos e incluso peligrosos —Tamaulipas en 2022—, en donde Morena supo trabajar en equipo y con una sola causa, alcanzando el triunfo en una jornada electoral indiscutible y sin incidentes mayores. Por supuesto, no se puede obviar el “Fuego amigo”, pero a diferencia de aquella jornada, al 24 Ricardo Monreal va a llegar con un peso enorme a sus espaldas: su desprestigio, la “malquerencia” entre la militancia y el desgaste propio de las precampañas.
Creo que Morena ha aprendido de sus errores y ha demostrado que sabe disciplinarse y apostar por el bien mayor.
Otro aspecto que apuntala mi aplomo es la mentira en la que está sustentada la participación furibunda de quienes, en busca de una identidad menos deshonrosa, se visten de rosado. Es mentira que sólo sean ciudadanos preocupados, son empresarios descastados. No son apartidistas. Es mentira que carecen de filiación política o intereses económicos. No son reales casi ninguno de los argumentos que les molestan y, por consiguiente, sus arengas. Es casi total su desconocimiento sobre “El Plan B”. Tal vez lo único real sea el miedo que esconden detrás de su indignación y los lentes de diseñador.
Desde mi lugar, veo que la arrogancia, el clasismo y la defensa de sus privilegios está envuelta en muchos pretextos —capas y capas de argumentos—, que esgrimen en lugar de sus verdaderos motivos, que saben casi inconfesables, al menos, en una plaza pública o de frente a un periodista inquisitivo.
Por añadidura, el fantasma de Genaro García Luna cubre de sombra los rostros más visibles de la oposición azul. El cinismo panista, la irresponsabilidad de la que hacen gala al intentar desmarcarse del infame narco-funcionario que albergaron en sus administraciones, no les ayuda de cara al electorado, porque en el México del 2023, pocos aprobamos tal deshonestidad.
Y para quienes no tienen problemas en aceptar tales argumentos, ahí tienen de reserva a Lily Téllez, Xóchitl Gálvez, Ricardo Anaya y Kenia Rabadán —los más visibles—, quienes a través de sus arrebatos públicos involuntariamente trabajan a favor de la 4T, por contraste, por antagonismo. Por rechazo.
En cuanto a los Príistas, están inmersos en sus propios escollos, pero son males del mismo cuño: predomina el oprobio y la deshonestidad. Sin embargo, los remedios de la oposición son similares, apenas rozan la superficie y sus intenciones son dogmáticas.
Sin autocrítica, sin reflexión, sin honestidad y sin propuestas, la oposición está condenada a repetir los mismos errores que ya los tienen al borde del precipicio. Y aunque ninguno de los argumentos escritos sustituye la participación ciudadana y hacer lo que a cada uno corresponde, la verdad es que sus marchas y reuniones no me quitan la tranquilidad. Por eso a mí no me asustan los fifís.
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