A Miguelángel Díaz Monges
El debate parece ser el único debate posible sin importar el lugar del mundo en el que uno se encuentre. La discusión se centra entre la defensa del siempre noble y humanamente deshumano neoliberalismo y el ataque a dicho sistema económico, político y social, por parte de las hordas de salvajes que —incapaces de entender que no entienden que no pueden entender— se lanzan en su contra por la sola razón de no tener forma de comprar una casa, pagar los servicios básicos de salud, o comer adecuadamente.
Pareciera que la culpa de su desgracia económica radica en la fortuna de quienes si pueden pagar para vivir bajo de un techo, que digo bajo de un techo, pagar por más de una propiedad en distintos lugares del mundo; que la culpa es de quienes teniendo seguro médico privado han cabildeado y legislado para desaparecer o llevar a la ruina a las instituciones públicas de salud; que la culpa es de quienes tienen la capacidad de pagar precios excesivos por alimentos que terminarán desperdiciando porque cuando se paga excesivamente por algo es necesario comprarlo en exceso. Todo indica que para buena parte de la población —los que menos tienen— es más sencillo culpar a quienes más tienen que esforzarse arduamente (así dejen la vida en el camino) por emular a aquellos e intentar tener algo, lo que sea.
Está tan arraigado el resentimiento social en quienes difícilmente pueden darse el lujo de estar resentidos mientras intentan mantenerse a flote, que hay quienes desean acabar con esa bonita tradición, que prácticamente lleva 40 años, neoliberal de aumentar la concentración de la riqueza en unas cuantas manos y sacrificar a todos aquellos que son incapaces de, generar riqueza a través de la explotación del otro. El egoísmo de las clases bajas es tal que han llegado al punto de exigir una redistribución de la riqueza que acabe con la desigualdad ¿En qué se ha convertido la humanidad? Resulta increíble que la gente esté más preocupada en su bienestar que en el bien vivir de las clases privilegiadas que son las únicas que tienen clase. Los desclasados no entienden que es más importante la generación de riqueza que la disminución de la desigualdad, piensan que si todos tenemos las mismas oportunidades e igualdad de condiciones todos podremos vivir mejor. Resulta irrisorio, imaginen a quienes no son Carlos Slim, ni Ricardo Salinas, ni mucho menos Elon Musk, intentando ser Carlos Slim, Ricardo Salinas o Elon Musk, el mundo se convertiría en una fiesta de disfraces mal hechos donde la gente no sabría qué hacer con la igualdad de oportunidades y condiciones y derrocharía recursos en nombre de la redistribución de la riqueza, lo que sólo terminaría con la riqueza.
Estamos hablando de personas que no entiende por qué es necesario que anualmente se desperdicie más de 931 millones de toneladas de alimento, o la importancia del fast fashion para la economía mundial y la urgencia de que esta ropa se deseche a pesar de encontrarse en buenas condiciones y sin ser reciclada. Estamos hablando de gente tan egoísta que piensa que la sostenibilidad es un asunto importante. Gente tan mezquina que solo se preocupa por el aumento del salario mínimo para poder vivir mejor. Gente que no está dispuesta a seguirse sacrificando para que otros —muy pocos— tengan viviendas donde el despilfarro es la constante. Gente que no piensa en los demás y antepone sus necesidades por encima de los privilegios de la clase privilegiada que no sabe vivir sin dilapidar —a diferencia de la mayoría de la población. Gente terriblemente ruin que encuentra molesto que se desechen alrededor de 5,000 millones de dispositivos móviles al año. Gente que por pensar en que todos vivamos mejor, vivamos dignamente, están dispuestos a poner en riesgo la existencia de quienes deben —por derecho divino, racial, científico, de clase, o como quieran llamarlo— vivir por encima de toda dignidad humana.
Entrados en gastos
Quienes se oponen al neoliberalismo y su esfuerzo por liberar al ser humano del lastre de la pobreza, incluso si ello significa que algunos —miles de millones— mueran en el camino, no son capaces de apreciar la bonhomía de las clases privilegiadas que al concentrar la riqueza en unas cuantas manos, cada vez menores y cada vez más ricas, realizan un esfuerzo sobrehumano por retener, preservar y acaparar esa riqueza dentro de inmensos contenedores, un esfuerzo sobrehumano para que esos contenedores sean cada vez más grandes de tal suerte que cuando dichos valdes de opulencia no puedan seguir conteniendo la desmedida riqueza, de quienes sabiendo explotar al otro, saben enriquecerse, acontezca un derrame de migajas de tal naturaleza que permita alimentar a las huestes de salvajes para que sobrevivan y puedan seguir siendo explotadas para mantener vivo el ciclo de concentración de la riqueza y derrame de migajas.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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