Ernesto Zedillo Ponce de León accedió al poder en 1994 después de que el PRI convenientemente tuviera un mártir, al ser asesinado en marzo de ese mismo año el candidato original, Luis Donaldo Colosio. El sexenio de Zedillo fue uno de los más grises y al mismo tiempo accidentados. Hubo matanzas a población civil por parte de grupos paramilitares en San Agustín Loxicha, Aguas Blancas y Acteal; en Oaxaca, Guerrero y Chiapas, respectivamente. La economía seguía cayendo en picado después de la crisis denominada como “el error de diciembre”, al tiempo que se vivía un interesante movimiento de reivindicación de los pueblos originarios, encabezado por el EZLN en Chiapas.
Conforme avanzaba el sexenio se experimentaba mayor apertura para la crítica al régimen en los medios corporativos. TV Azteca incluyó sátira política en su noticiario estelar con su sección Hechos de Peluche, en la que hacían parodias a los actores políticos del momento, incluso a escándalos tan flagrantes como aquel episodio de montaje en que Pablo Chapa Bezanilla, entonces procurador general, hizo sembrar una osamenta en una finca para después declarar que ésta pertenecía al desaparecido Manuel Muñoz Rocha y que había sido encontrada a través de artes metafísicas por una “vidente” llamada Francisca Zetina, mejor conocida como ‘La Paca’, quien en su momento de esplendor lanzó maldiciones a reporteros que preocupados acudieron a hacerse una limpia.
Así se vivía la segunda mitad de los 90 en México. El PRI iba perdiendo cada vez más solidez. Hacía una década que el punto cenital del movimiento encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano se había cortado de tajo con el fraude que colocó en el poder a Salinas, pues la efectividad de la industria cultural y el aparato mediático hicieron bien su trabajo de difuminar el hecho en la memoria colectiva y colocar convenientes distractores que al mismo tiempo se erigían en agentes cohesionantes de la colectividad: las visitas del Papa Juan Pablo II, las telenovelas y una muy decente década en el desempeño de la selección mexicana de fútbol.
Este fue el caldo de cultivo para que, desde 1998, se empezara a dar espacio con cada vez mayor frecuencia a Vicente Fox Quesada, entonces gobernador de Guanajuato y con experiencia en el ramo empresarial trabajando para The Coca-Cola Company. La estrategia del guanajuatense, de modos rústicos y una supuesta “valentía” que desde entonces era convenientemente elogiada por los medios, consistía en construir una candidatura anticipada con miras a las elecciones del año 2000. La intención de capitalizar el desgaste y la ausencia de la agenda pública que experimentaba Zedillo era clara, al tiempo que el propio Fox y toda una caterva de panistas ultraconservadores, muchos de ellos egresados de la Libre de Derecho, eran agraciados con cada vez más presencia mediática para enarbolar un discurso que hablaba sobre un PRI corrupto que llevaba 70 años en el poder, por lo que, según sus palabras, lo que pretendían era «el cambio»; esa quimera que no podían definir, pero que sonaba muy esperanzadora para aquella sociedad noventera.
Cuando inició el año 2000, anticipado en todo el mundo como una nueva era, comenzó una muy fuerte campaña mediática en la que se promovía a Vicente Fox como una figura valiente y capaz de derrotar al PRI, cuya corrupción era un tema cada vez más recurrente en mesas de análisis y en la línea editorial de los espacios noticiosos. De un momento a otro, los comunicadores se volvieron críticos del gobierno como si mágicamente se hubieran quitado el velo y por fin pudieran ver la realidad que antes les fue negada. La verdad es que, más bien, los acuerdos en las cúpulas empresariales y políticas habían determinado que se tenía que pintar un escenario ideal de presión social simulada para inducir la idea de que el triunfo de Fox era más que necesario.
En la campaña y los debates, las figuras de Cuauhtémoc Cárdenas y Francisco Labastida quedaron opacadas por el arrojo de Fox y su estrategia de insistir en la corrupción del PRI y en que el PAN representaba un cambio más genuino que el PRD. Durante todo ese proceso se levantaron muy altas expectativas entre la población, gracias también a los spots televisivos en los que se pintaba un horizonte de esperanza si Fox ganaba la elección del 2 de julio.
Sobrevino entonces la tan anticipada victoria de Fox y se levantó la euforia. Aunque el margen fue muy estrecho (6.41 puntos porcentuales), pues el PRI vendió cara la derrota. Zedillo se alzó como todo un demócrata al aceptar sin chistar el triunfo del PAN y felicitar a Fox personalmente vía telefónica.
La gestión de Fox fue un desastre neoliberal total. Las promesas de crecimiento, prosperidad, vivienda y trabajo fueron incumplidas. Hubo episodios lamentables como el famoso “comes y te vas”, frase dicha por Fox a Fidel Castro en una cumbre celebrada en Monterrey en el año 2002, para quedar bien con su admirado George W. Bush y evitar así su encuentro con el líder cubano. En una feria del libro, Fox evidenció su ignorancia al nombrar al maestro de lo breve como “José Luis Borgues”.
Miembros de su administración protagonizaron escándalos por su mentalidad conservadora. Tal fue el caso de Carlos Abascal, quien pretendió prohibir Aura de Carlos fuentes tras comprárselo a su hija como parte de su material escolar, hojearlo y descubrir que era “pornográfico”.
Fox contrajo nupcias con su vocera Marta Sahagún, a quien después llamaba a chiflidos y con el grito: “¡vieja!”. Mientras que, por otro lado, y en claro afán demagógico, él mismo fue quien introdujo en el discurso político el desdoblamiento de los plurales (“mexicanos y mexicanas”).
Hacia el final de su gestión, la popularidad de Fox caía estrepitosamente y el ascenso de AMLO como genuina alternativa era cada vez más evidente, por lo que primero impulsó el desafuero, luego la campaña sucia en medios y posteriormente ayudó a operar el fraude de 2006. En entrevista con Vicente Serrano, ha admitido que “era importante frenar a López”. Solo preservaba una pequeña porción de seguidores despistados, como el siempre conservador Chespirito, quien en entrevista con Diego Armando Maradona le dijo a éste en 2005 que teníamos “al mejor presidente en la historia de México”.
Al imponer a Calderón a través de un fraude y dedicarse de lleno a los negocios después de su gestión, Fox perdía cada vez más relevancia. Solo comenzó a reaparecer cuando, en 2018, AMLO advirtió que, de ganar la presidencia, quitaría las pensiones millonarias y la seguridad por parte del Estado Mayor a los expresidentes. Entonces comenzó a ser entrevistado en diversos espacios para alertar sobre “los peligros del populismo” y para tratar de convencernos de que la mejor opción de esa contienda era José Antonio Meade, el candidato del mismo partido al que se jactó en su momento de derrotar para instaurar “el gobierno del cambio”. Ya sabemos el desenlace. AMLO ganó por un amplio margen.
Durante toda la administración de AMLO, Vicente Fox, lejos de guardar un silencio prudente, otrora sello de los expresidentes mexicanos, ha mantenido una campaña permanente de mentiras descaradas, descalificaciones (empezando por la forma clasista de referirse al presidente como “López” o “Lopitos”), insultos y arengas patrioteras sumamente baratas; mucho de ello a través de la plataforma Twitter, donde lo hace escribiendo en mayúsculas y con unas pavorosas faltas de ortografía con las que reitera el timo en que cayó el pueblo de México al elegir a un político tan ordinario y truculento.
El punto culminante de la incongruencia de Fox es que, pese a ser un ultraderechista de pura cepa, actualmente se encuentra tratando de abrirse paso con varios emprendimientos que involucran productos a base de cannabis, por lo que ya no piensa que se trate de “una droga que envenena a nuestros jóvenes”.
Fox no deja de hacer campaña en contra de AMLO y del grueso de la población mexicana que lo apoya. Las redes sociales permiten darnos cuenta de diversas muestras de repudio que Fox recibe públicamente. Se trata de uno de los personajes más infames en la historia reciente, quien desgraciadamente cuenta con una exposición injusta debido a que forma parte de aquella oligarquía que prevalece en los medios de comunicación masiva. Seguiremos sufriéndolo, pero no por eso se detendrá este proceso de cambio que construimos entre todos.
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