A Doña Denise Dresser, ejemplo inaudito de la hipocresía liberal reinante.
Molestó, como sólo molesta aquello de lo que no entendemos nada más allá de que debe molestarnos y por añadidura lo envidiamos, el estoico viaje que Madame Fifí hizo a Ucrania, esa nación devastada por el espíritu post imperialista y neo comunista de Vladimir Putin y ese enorme gulag postmoderno que llamamos Rusia.
Molestó, insisto, porque no entendemos los riesgos que la Doctora Dresser padeció en reuniones de alto nivel, entrevistandose con el presidente de los comediantes y comediante de la OTAN, Zelenski y su mujer, encuentros casuales con líderes de esa resistencia ucraniana que no se avergüenza de portar esvásticas en sus uniformes, y cenando en restaurantes diseñados para manipular a los comensales y hacerles creer que Ucrania y Rusia no están en guerra. Molestó porque no entendemos el potencial de la visita, porque nuestros celos nos ciegan hoy como nos han cegado desde siempre, porque sumergidos como estamos en ese discurso polarizante que nos ha hecho creer que la desigualdad es un problema, que los recursos deben redistribuirse entre toda la población, que los privilegios de los privilegiados son injustos e insostenibles, no podemos apreciar la trascendencia transformadora y revolucionaria que los viajes de Denise, Chertorivski y Loret, si se demuestra que efectivamente estuvo en Ucrania y no fue un simple montaje el que lo puso en medio de los bombardeos, tienen para los mexicanos y para la humanidad entera.
Si lo entendiéramos, si tuviéramos la humildad suficiente para apreciarlo, no sólo celebraríamos que viajen con credenciales del Gobierno de la República, creariamos un fideicomiso para garantizar sus viajes y que no les falte nada cuando los realicen. Es más, estaríamos hablando con el gobierno de Tayikistán para comparar el otrora avión presidencial con todo y sobrecosto, con tal de que los próceres de la libertad de prensa, democracia y los derechos humanos pudieran viajar como merecen hacerlo.
Desde luego que, a estás alturas, no faltará quien se esté retorciendo en su lugar, como no faltan quienes llevan días retorciéndose, de solo contemplar la posibilidad de pensar en la idea de becar a estos embajadores plenipotenciarios de la hipocresía liberal. Es más, hubo quienes –en un intento de caricaturizar los nobles esfuerzos de Madame Fifi para retratar la guerra al estilo Vogue– contrastaron a la doctora Dresser con Gerda Taro o alguna otra periodista que cubrió distintos frentes de guerra ¿De verdad? ¿No pueden diferenciar a esos propagandistas de izquierda de una verdadera intelectual que no busca otra cosa que defender el derecho a preservar el orden mundial que si bien no es el mejor que pudiera ser, es menos peor que lo peor? Insistir en retratar la miseria humana cuando hay tanta abundancia de la cual rendir cuenta y está tan concentrada en tan pocas manos que no es difícil de encontrar, es insistir en lo incurable, en el martirio y la victimización ¿Queremos enseñarle a nuestros hijos que el mundo es un lugar inhabitable? ¿No es mejor rendir culto al derroche y los excesos de consumo para que las generaciones que vienen detrás de nosotros vivan perpetuamente aspirando a gastar lo que no tienen?
Hacer de las y los comentócratas, acostumbrados al chayote y la vida a expensas del erario a cambio de aplaudir como focas lo que el gobierno en turno les indicaba que debían aplaudir, embajadores de buena y desinteresada voluntad por preservar una vida llena de privilegios y golpes de pecho, que lleven a los rincones más recónditos del planeta el discurso liberal buena onda, de los derechos humanos capitalistas donde cada quien puede elegir como morir de hambre, y la libertad de prensa que libremente colabora a levantar polvo y fragmentar la percepción de la población, contribuirá –cuando menos– a la internacionalización de la lucha por los derechos de las clases privilegiadas, al entendimiento de que democracia no es lo mismo que el gobierno del pueblo, a la difusión de los valores neoliberales donde la unica libertad que vale es la libertad de consumo; y –al mismo tiempo– dará un respiro a la sociedad mexicana que descansará del yugo de la sabiduria y podrá cometer el error de creer que sabe lo que es mejor para si misma sin que le estén recordando que solo los Dresser, los Loret, los Majluf, los Crespo, los Curzio y los Casar, por mencional a algunos, saben lo que la sociedad necesita, que no es otra cosa que garantizar que ellos –y sus patrones– preserven esos privilegios que si bien no son un derecho de nacimiento, deberían ser considerados como si lo fueran ¿No es una inversión que vale la pena en aras de poder respirar libres del peso iluminado de sus comentarios y –al mismo tiempo– compartir con el resto de la humanidad el conocimiento enciclopedico de estás grandes mentes para construir un verdadero liberalismo internacional que anteponga los privilegios de unos cuantos al de las mayorias egoistas que solo piensan en si mismas?
Entrados en gastos:
Hace poco, Sergio Sarmiento, quien también debería formar parte de esa valiente avanzada de avanzados, escribió en su columna que asombraba “que el presidente López Obrador haya escogido a una mujer pequeña y mesurada, de 62 años, gafas gruesas, discreta en el hablar, como su nueva villana favorita”, refiriéndose a la ministra Piña, defensora de la libertad de los recovecos del debido proceso legal para garantizar que al status quo se mantenga intocable. La descripción que Sarmiento, en su infinita sabiduría, hace la Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sorprende por esa honestidad accidental que no caracteriza a nuestros liberales ilustrados y que recuerda a la descripción de Adolf Eichmann, y el concepto de la banalidad del mal.
Pareciera –y si no conociera como conozco que a los Sarmientos del mundo los mueve el hambre pensaría que es cierto– que Don Sergio insinúa que en Norma Piña existe una incapacidad para pensar por sí misma, la cual se ejemplifica por el uso constante de frases hechas y clichés autoinventados, demostrando una visión irreal del mundo y una falta agobiante de habilidades de comunicación, que resuelve recurriendo al “lenguaje burocrático”, a través del cual hace que la aplicación de lo legal antepuesto a lo legítimo parezca “de alguna manera aceptable”.
Insisto, sin lugar a dudas, se trata de una honestidad accidental que en ningún momento debe empeñar el intachablemente despreciable historial de Sergio Sarmiento y sus compañeros de causa.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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