El domingo 23 de abril a las 15:32 horas en su cuenta de Twitter el Presidente de México Andrés Manuel López Obrador escribió:
“Ni modo, amigas y amigos: salí positivo a COVID-19. No es grave. Mi corazón está al 100 y como tuve que suspender la gira, estoy en la Ciudad de México y de lejitos festejo los 16 años de Jesús Ernesto. Me guardaré unos días. Adán Augusto López Hernández encabezará las mañaneras. Nos vemos pronto”.
Desde entonces se desató por parte de los voceros del conservadurismo, pasquines y granjas de bots en redes sociales, una intensa cadena de odio, afirmando y celebrando que el presidente estaba gravemente enfermo, “que le dio un infarto”, “que estaba internado en el Hospital Militar”, “que le dio una embolia”, y otras falacias, difundiendo incluso diagnósticos médicos falsificados; todo ello para que el rumor se viralizara y usar la salud de un ser humano como mecanismo de desestabilización política, ante la carencia de argumentos y el fracaso de la guerra sucia de siempre.
La campaña de desinformación ha cumplido con todos los pasos de la receta para posicionar la Infodemia; entendida como la viralización, intencional o no, de contenido especulativo no verificado, que afecta la noción y el juicio de la opinión pública. Esta infodemia se basa en el manejo de:
- Miedos. El motivador más poderoso para movilizar a la opinión pública digital es el miedo.
- Dudas. La es el vacío resultante del miedo, de la incertidumbre.
- Memoria Selectiva. El posicionamiento es más poderoso cuando se basa en la conexión con algún recuerdo emocional. En este caso recalcar que el presidente ya ha estado enfermo en otras ocasiones.
Así, el relato mediático de la “polarización” política que se vive en México, se alimenta de las tristes muestras de miseria humana de quienes frente a cualquier padecimiento del Presidente de México expresan públicamente y sin pudor sus deseos de que todo termine con la muerte de quien consideran su mayor enemigo.
Pero, pensar que estas expresiones viles son muestras legitimas de los términos en los que se da el debate en nuestro país es: reducir la disputa política a mero revanchismo y expresiones patológicas de rencor frente al adversario político. Una vez más tenemos que afirmar que no existe polarización en la sociedad mexicana, cuando los intereses que defiende la oposición no alcanzan para conformar un proyecto que sea alternativo a la Cuarta Transformación puesta en marcha. No obstante, terminan siendo muy estridentes sus juicios y prejuicios, porque son magnificados por los medios de comunicación corporativos a su servicio, quienes añoran los años en que su actividad de propaganda se financiaba con subvenciones públicas.
En realidad, no solo es un asunto de la representación política que perdieron los neoliberales en las urnas, sino, sobre todo, se trata de la pérdida de la hegemonía que impusieron en las discusiones públicas, luego de décadas de gobiernos priistas y panistas. Por eso abundan las reacciones estridentes frente a su incapacidad de plantear un verdadero debate, y lo que sobresale es un profundo rencor clasista y racista que profesan luego de haber perdido los privilegios que detentaron por décadas.
Sin duda, la salud del titular del poder ejecutivo es asunto de interés público y sujeto de atención periodística, pero la manera en que se editorializa los hechos, por medio de la manipulación, el amarillismo y la abierta mentira, develan más el carácter ruin de quien emite el mensaje de odio, que el supuesto contenido en forma de sentencia definitiva que pretenden transmitir.
En tiempo de canallas, solo se puede apelar a la conciencia de lo que se pone en juego con la disputa política por los medios democráticos que seguimos desarrollando los mexicanos. En el actual momento, mínimos gestos de civilidad política no pueden asumir quienes mantienen vivo el rencor de haber sido desenmascarados del papel de militantes de izquierda que usufrutuaron por décadas desde el PRD o de supuestos representantes de “la sociedad civil”, imposturas que utilizaron para depredar el presupuesto público atendiendo únicamente los apetitos de sus camarillas.
Porque solo quien odia compulsivamente puede desear la muerte de un ser humano, y tratar de justificarlo en juicios racionales o en elucubraciones acerca de un supuesto interés superior; sus sentencias son síntomas del mal que ellos mismos padecen como odio sin límites a quien piensa diferente. Si bien, cualquiera de estas expresiones son motivo de escándalo para quienes las escuchamos, en realidad, evidencian de cuerpo entero el verdadero sentir de quienes no alcanzan a entender la nueva realidad política nacional.
Por eso, tampoco se puede pensar que las expresiones de odio de troles profesionales y de ocasión en redes sociales corresponden a una verdadera opinión pública; como tampoco lo es, la abierta manipulación de los hechos públicos que se hace todos los días desde los medios de comunicación corporativos. La realidad social mexicana es mucho más rica y compleja que ese supuesto “debate público”, porque solo cuando se caminan las colonias de las ciudades o se visitan las comunidades rurales, uno está en contacto con el verdadero sentir popular y las interpretaciones cotidianas de los sucesos.
Tenemos que estar alerta para evitar el odio destilado se extienda, contraponiendo la información veraz para el pueblo, y, sobre todo, con un proceso de acompañamiento y reflexión con quienes todos los días son los verdaderos protagonistas de la Transformación, como el Presidente de México nunca se cansa de repetir. Entre la gente sencilla esas expresiones de odio, simplemente no tienen cabida.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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