Cuando yo era niño la democracia era, más que un ideal, una entelequia. Por ejemplo, tratándose de las elecciones presidenciales, cualquier escuincle medianamente despabilado sabía que El bueno era el beneficiado por el dedazo del presidente saliente. Luego seguía una farsa más o menos ridícula que pasaba sin mayores sobresaltos. El colmo fue el proceso electoral en el cual resultó ganador el licenciado José López Portillo y Pacheco, derrotando contundentemente para ello a nadie, puesto que fue el único candidato oficial que se presentó en la contienda. Como se sabe, las cosas no cambiarían sino hasta 1988.
Durante aquellos precámbricos ayeres, también era frecuente que si un chamaco preguntaba a su madre, por ejemplo, por qué tenía que irse de vacaciones a casa de unas tías aburridas y feas que vivían en Celaya, la respuesta se limitara a una clásica matona: “Porque lo digo yo, que soy tu madre”. Con argumentos de tal calado podían resolverse quién estudiaba qué o incluso quién se quedaba no a vestir santos sino a cuidar ancianos en casa. Por aquellos años, los ejercicios públicos más democráticos que recuerdo ocurrían en la amplitud modulada:
— ¿Sí…, por cuál vota? –así era como, según recuerdo, contestaba el locutor de la estación de AM en la que diariamente, a una hora determinada de la tarde, se organizaban varias confrontaciones entre una canción de los Beatles y una de los Creedence Clearwater Revival. Los radioescuchas que querían participar marcaban un teléfono y, si tenían la enorme fortuna de que entrara su llamada, sufragaban al aire: “Orgullosa María, por favor” o “El tonto de la colina del Cuarteto Liverpool”, digamos. Después de que pasaba un par de barras de anuncios y los cortes respectivos del locutor en turno, se cerraba la votación y ponían la rola que había recibido más menciones. Que yo me acuerde, no le decíamos encuestas ni sondeos ni consultas públicas a esos enfrentamientos… Desconozco si sigan pasando por la radio programas como aquellos, pero estoy seguro de que si es así no les resultarán a los jóvenes experiencias tan exóticas como a uno de chavito.
Se han generalizado tanto los ejercicios para averiguar el parecer de las personas, que pulula cierto enredo. El uso indistinto que mucha gente suele dar a palabras como censo, encuesta, sondeo, consulta… genera confusión. No son lo mismo, tienen distintos propósitos y procesan información de naturaleza diferente. Para poder leer adecuadamente sus resultados y comprender su utilidad es necesario entender sus particularidades.
Los censos son, junto con las encuestas y los registros administrativos, fuentes de estadística básica. Los tres son herramientas que sirven para conseguir datos acerca de lo que es: información respecto a la realidad. En cambio, los sondeos y algunas encuestas son instrumentos de investigación acerca de la opinión de las personas, es decir, sirven para explorar y recabar datos acerca de lo que se cree o lo que gusta o disgusta. Finalmente, las consultas son ejercicios de democracia participativa organizados para conocer la voluntad de la ciudadanía respecto a temas de trascendencia pública, esto es, se refieren a lo que se quiere, de tal suerte que en estricto sentido lo que recaban son sufragios.
Los censos son de carácter universal: persiguen obtener información sobre todo el conjunto; así, los levantamientos de los censos de población y vivienda deben lograr cobertura total: contar a todas y todos los habitantes del país, por caso. De igual forma, los registros administrativos tienen que dar cuenta de todas las unidades a las que en cada caso se atienda; así, por ejemplo, todos los recién nacidos en el territorio nacional deben contar con un acta de nacimiento. Las encuestas no son de carácter universal: captan los datos de una parte del universo, en el mejor de los casos, de una muestra representativa de la totalidad.
Por su parte, las encuestas y sondeos de opinión suelen capar la información de una parte del universo, y pueden o no ser dirigidos a muestras representativas.
En las consultas populares no participan todos los habitantes, ni siquiera toda la gente de 18 años y más: participan sólo quienes cuentan con la credencial de elector que acredita que tienen derecho de hacerlo. Conforme a lo que se establece en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, para que los resultados de una consulta sean vinculantes es necesario que participe por lo menos el 40% de todos los electores (lista nominal).
Explicado así podrá parecer sencillo ahora distinguir unos de otros, pero en la realidad las fronteras no siempre se pueden marcar fácilmente. Por ejemplo, los cara a cara Beatles versus Creedence que recordaba más arriba, ¿qué eran?
— ¿Sí…, por cuál vota? ¿Encuesta o consulta?
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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