A nadie debería sorprender la cantidad de golpes de pecho que propios y extraños se han dado a raíz de las siempre inocentes y nunca interesadas, y/o con una agenda oculta, declaraciones del “N” veces heroico Ciro Murayama. La democracia no está en el ADN de nuestro país ─sostuvo estoico el consejero ¿En verdad ─genuinamente─ les sorprende? Lejos de molestarnos por la honestidad y claridad de Murayama, lejos de indignarnos por la humildad con la que se postra como sujeto colonizado frente al orden mundial establecido y regulado por blancos anglosajones protestantes, deberíamos mostrarnos discretamente agradecidos.
Aceptando nuestras limitaciones, no solo socioculturales, nuestras limitaciones naturales, podremos crecer, madurar, evolucionar ─en el más puro sentido del darwinismo social─ como pueblo. Dejar de ser esos salvajes precolombinos que somos, y consagrarnos como ─parafraseando al adoptador de mexicanos, Enrique de la Madrid─ la mejor proto potencia post colonial colonizada posible.
Lo primero, es reconocer que tenemos un atraso histórico en comparación con los países civilizados, ese largo trayecto que llevó a los primeros seres humanos a través del Estrecho de Bering, no fue tan rápido como hubiéramos deseado, pero no solo eso, el retraso de los homínidos pedestres, se vio agravado por el nulo sentido de urgencia que mostró la Corona de España para civilizarnos. Todo ello, sin entrar en la mala pasada histórica que significó ser sometidos por ellos y no exterminados por los ingleses. Lo segundo, es entender que nuestra herencia hispana nos vacunó en contra de ese ideal de ADN democrático propio de hombres y mujeres blancos, sujetos probos, de bien, amos y señores del paraíso en la tierra. No solo somos ─en el mejor de los casos─ buenos salvajes, somos buenos salvajes católicos, ajenos a la labor y dejados a la deriva de la oración. Por último, en este contexto en el que incluso deberíamos dudar de contar con un ADN humano, solo dejando de ser lo que somos, podremos ser lo que no somos, sin ser jamás lo que no somos. Seremos blancos no blancos, sajones latinos y protestantes católicos guadalupanos, vistiendo ropas Tommy Hilfiger diseñadas para ser vestidas por europeos.
El ADN democrático, que no encontramos en nuestra doble hélice, es un complemento alimenticio que podemos ¡Debemos! Implementar en nuestra dieta sociocultural. Ese complemento ─como humildemente señaló Ciro Murayama─ es nuestro sistema electoral: un anexo sintético a nuestro antidemocrático, salvaje y premoderno ADN. Y es por ello, por la ardua labor de los Lorenzos Córdova y los Ciros Murayama ─sin olvidar a los Joses Woldenberg ni a los Luis Carlos Ugalde─ para sintetizar el ADN democrático, que debemos gratitud eterna a quienes defienden la democracia de la voluntad popular, quienes trabajan para salvaguardar la democracia del voto masivo de la ciudadanía, quienes ─ conscientes de nuestras tendencias, nuestro incontrolable impulso por encumbrar lideres autocráticos─ nos protegen democráticamente de nosotros mismos, al mejor estilo de Bartolome de las Casas, cuidándonos como a menores de edad a los que hace falta decir cómo deben conducirse.
Entrados en gastos
Es por ello que ese prócer de la democracia, las libertades individuales y la justicia social, Gabriel Quadri, insiste sin cansarse de insistir, en la reivindicación de la figura transformadora, modernizante, paternal, firme pero amorosa y blanqueada a base de talco, de Porfirio Diaz, quien ─visionario entre los visionarios─ anticipó el problema y desastre que destapaba Madero al liberar al tigre, el caos de someter al pueblo a las decisiones del pueblo, el horror de invocar fuerzas que no cualquiera puede controlar, las fuerzas del sujeto y su manifestación colectiva: la masa, que ilusamente piensa que sabe lo que es mejor para ella. Urge una dictadura democrática que nos obligue a comportarnos de forma civilizada, que respete el derecho divino de las clases privilegiadas a preservar sus privilegios, que conjure la maldición del pueblo pensando que puede pensar por el pueblo, y que sustituya nuestro inexistente ADN democrático.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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