Habiendo visitado recientemente una de las zonas más exclusivas de la ciudad, me percataba de la diferencia abismal entre la calidad de vida de esos lugares y la de cualquier otra zona urbana o rural: aceras extremadamente cuidadas, calles amplias con camellones, edificios con porteros y dispositivos de seguridad para cuidar de ese segmento de la población, que vive aterrorizado de que haya alguien que quiera quitarle lo que “nadie les regaló” , como frecuentemente les encanta repetir.
Es curioso, en un momento de mi vida también caí en la ilusión de verme a mí mismo “alcanzar esas alturas” y tenerlo como el éxito supremo de mi existencia: moverme en autos costosísimos, entre gente perfumada y bien arreglada, admirar todo lo simétrico, lo limpio y lo ordenado que según yo, aparentaba ser ese “mundo”, aspiraba pues, a “superarme” con el simple hecho de ser admitido en un círculo social que en realidad tenía siglos de existir y contaba con sus propios mecanismos de conservación y acceso, alejados de los simples “plebeyos” que no tuviéramos apellidos extranjeros o compuestos, características raciales aceptables para su estándar o marcas exclusivas de ropa y accesorios cubriendo nuestros mal proporcionados cuerpos, que pudieran acreditar la pertinencia de ser invitados a cenas y banquetes de aquella sociedad, aunque fuera bajo la etiqueta perpetua y despectiva de “nacos con dinero” o los tan célebres “nuevos ricos”.
Mientras avanzaba en un taxi de plataforma hacia la salida de ese mundo ajeno para la inmensa mayoría de los mexicanos, me preguntaba qué es lo que a tantos de sus habitantes les enfurece de los tiempos actuales y la situación política y social de nuestro país y entre otras cosas, pude reconocer que jamás se les había profanado, señalado, vilipendiado, caricaturizado, molestado y denunciado culturalmente como hasta ahora: vivían plácidamente sin ser cuestionados por nadie.
La policía sabía que eran inmunes al peso de la ley, puesto que con un par de llamadas, eran capaces de contactar al “primo de un amigo”, que los sacaría de cualquier embrollo vial o legal en el que se hubieran metido y podrían salir ilesos no sin antes mentar madres y desempeñar el conocido número de proferir insultos clasistas y racistas a los morenos y pobres policías que hubieran osado detenerlos (aún con justificaciones suficientes).
Los medios de comunicación siempre estaban a favor de quienes “retrataran” bien a cuadro e insistían impunemente en presentar a gente pobre, desaliñada, precarizada y desnutrida como “jefes de plaza”, “operadores” o grandes detenciones del crimen, cuando todos sabíamos que a los verdaderos jefes, aquellos que gozaban de islas privadas, fortunas reguardadas en paraísos fiscales e inversiones privadas y públicas, jamás los tocarían con el pétalo de una sospecha, puesto que para aquella sociedad, el título “empresario” era sinónimo de “persona de bien”, sin importar ningún detalle, es decir, sin atreverse a molestarlos siquiera con una duda razonable sobre el origen o crecimiento de sus fortunas.
Vivían en silencio, alejados de toda presión común, preocupados por el permiso de explotación de recursos que estaban a punto de recibir del amigo funcionario, moche mediante, del uso de suelo y autorización para construir un nuevo mega desarrollo inmobiliario en esta convulsa ciudad, soborno a peritos y funcionarios locales mediante también, o del siguiente contrato multimillonario para vender bienes o servicios al gobierno a precios ridículamente inflados, para alcanzar a pagar a todas aquellas almas caritativas que estuvieran involucradas en la liberación y firma de documentos, agilización de trámites y cualquier otro chanchullo destinado a seguir saqueando las arcas y los recursos de un país que no era ya capaz de soportar más explotación irracional y egoísta.
El presente régimen, con sus constantes alusiones a arquetipos sociales y batallas mediáticas, ha sabido sacar de sus madrigueras a estos, otrora anónimos paladines de la explotación de la riqueza nacional (que se veía reflejada en las fotos de las secciones de Sociales que nadie más que ellos o sus familiares leían) y ahora damnificados de la 4T, como me gusta llamarlos, para llevarlos a comportarse como si un tsunami los hubiera devastado hace cuatro años y vivieran en una permanente condición de víctimas, twiteando maldiciones, profecías nefastas infundadas o simples y ridículos bulos desde los mismos lofts de Polanco y Santa Fe que nadie les ha expropiado, acaso desbarritando dentro de los mismos restaurantes impagables de Lomas de Chapultepec lo empobrecidos y apretados que los tiene este régimen, que ha osado forzarlos a activarse para validar su existencia, es decir, quienes se sabían indispensables y daban por sentado su seguridad transgeneracional, han sido forzados a ponerse a trabajar para justificar su posición en la sociedad y no sólo eso: han sido empujados a confesar explícita o implícitamente, que en muchos casos, no merecen ni deberían ser lo que son, ni estar donde están.
Ahora que ellos son los únicos que claman “polarización”, como si representaran a una cantidad respetable de mexicanos y votos, nos cansamos de escuchar sus eternas y escandalosas rabietas en redes y medios (que ellos mismos poseen o sostienen), con las que buscan dotar de sustancia y valores a estructuras sociales que sólo eran funcionales en esa burbuja que les otorgaba una condición humana superior por razones tan endebles y deshonestas como un fenotipo específico, linaje o herencia, alegando que sus inmensas fortunas (en su mayoría de dudosa procedencia) son las que han sostenido y puesto pan en la mesa de las cuantiosas masas de empleados que dicen alimentar, con un tufo insoportable de paternalismo y condescendencia.
Al absurdo “call me fifí” se han sumado otras consignas que buscan ser un tanto más respetables o serias, sin lograr aún convencer a todos aquellos “rotos”, “zarrapastrosos”, “huevones”, “mantenidos” y otros respetuosos motes que nos han enjaretado, de que debemos agradecerles por existir, cuando cada mexicano perteneciente a la clase trabajadora (al menos un nada despreciable 80 % de la población total) sabe que gana mucho menos de lo que merece o necesita, que está obligado a soportar abusos laborales, condiciones precarias, humillaciones, discriminación por causas múltiples, acoso y muchas otras vejaciones por parte de aquellos que vociferan con lágrimas en los ojos y la frente en alto: YO DOY EMPLEO.
DA CAPO
La quasi patética seguridad con la que un sector minoritario y estridente de la población afirma que desbordarán las calles el próximo domingo en una (según ellos) multitudinaria marcha “por la democracia”, que es realmente una grosera y desesperada defensa de lo que queda de una casta dorada de alimañas aferradas al presupuesto gubernamental para conservar privilegios obscenos desde posiciones laborales, lo que a su vez refleja una aberrante discrepancia entre la relevancia y sueldos de muchos funcionarios, nos hace toparnos con la realidad de que esta clase privilegiada de derecha, posee una mitomanía incurable, así como incurable es su auto percepción de ser necesarios, útiles, merecedores, superiores y sobre todo: GENEROSOS.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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