El accidente ocurrido en la mina El Pinabete puso de manifiesto las riesgosas condiciones laborales en las que se desarrolla el trabajo. Es lamentable que esta indigna situación de trabajo sólo llame la atención cuando ocurre una desgracia, como sucedió después del terremoto de 1985, el cual “destruyó más de 800 talleres, gran parte de ellos clandestinos, donde miles de mujeres trabajaban sin ningún tipo de prestación social. Más de 40.000 costureras se quedaron sin trabajo y sin derecho a una indemnización.”1
Hay desgracias cotidianas que ocurren de manera silenciosa. Es el caso de los obreros del calzado de León, Guanajuato, cuya situación no le pide nada en materia de inseguridad y abuso patronal a las minas de Coahuila, de acuerdo con el relato que hace de su experiencia una persona, psicóloga industrial, que trabajó en una fábrica de calzado durante quince años. La fuente prefiere permanecer en el anonimato, así como reservar el nombre de la empresa. Ambas están plenamente identificadas por el reportero.
La entrevista
-¿Cuál fue tu puesto en la empresa y cuáles eran tus funciones?
-Fui encargada de Recursos Humanos. Mi trabajo consistía en organizar los reportes para las incidencias diarias de trabajo y llevar la nómina. A los trabajadores se les pagaba por destajo, sólo había sueldo fijo para encargados y jefes de departamento.
Al llegar a la fábrica todo fue nuevo y aterrador para mí porque encontré un lugar lúgubre y oscuro, sucio, desordenado, y por supuesto sin ninguna supervisión en cuanto a seguridad e higiene ni protección sobre riesgos visibles relacionados con el trabajo. Había agua en el piso, bolsas de hule, trozos de piel, cajas con suajes (el suaje es una placa de acero para cortar, doblar o marcar materiales blandos, como papel, tela, cuero, fomi, cartón corrugado, etc. Las placas de corte son tiras de metal con filo en un lado), suajes fuera de los contenedores de plástico, lotes de calzado desbordándose de los contenedores.
Estaba todavía en la entrevista cuando llegaron a la oficina dos muchachos. Estaban trabajando en una célula cuando sucedió un accidente, a uno se le había enterrado la punta de una aguja de pespuntar en el globo ocular. Le pregunté al ingeniero que si lo iban a llevar al Seguro y me contestó: “No tiene Seguro”.
Le pudieron extraer el pedazo de aguja que le había entrado al ojo, y como no estaba inscrito en el Seguro Social la empresa asumió el costo de la atención médica en un sanatorio particular. El muchacho duró dos semanas de incapacidad; afortunadamente, no se lesionó el ojo.
Acepté el trabajo, el ingeniero me dijo que tenía carta abierta para establecer las medidas de seguridad que considerara necesarias y fue como organizar algo que no tuviera ni inicio ni final, muy caótico.
-¿Cuántos empleados tenía la planta y cuántos estaban asegurados?
Era un total de doscientos cincuenta trabajadores y sólo tenían Seguro treinta y cinco.
-¿Cómo era el trabajo en la fábrica?
Se cuenta con un departamento de Corte, luego el área de Pespunte, la de Montado, todas funcionando al cien por ciento, con dos bandas de Adorno, donde estaban las mujeres.
-¿Cuál fue la situación que encontraste respecto a las mujeres?
– Había un total de sesenta mujeres, en ese momento estaban embarazadas unas quince. De las cuarenta y cinco restantes unas veinte tenían entre 40 a 50 años de edad, y las demás estaban entre 18 a 25 años. A excepción las que están en pespunte y doblillado, todas trabajan de pie, incluyendo a las embarazadas. De las sesenta mujeres en la empresa sólo siete tenían Seguro Social, eso incluyendo al personal administrativo.
Su único descanso es para ir al sanitario y a la hora de la comida. Le tienen que avisar al supervisor que van al sanitario para que se quede él o ponga a alguien en su lugar, porque la banda no se puede detener. A pesar de que en el Adorno sólo trabajan mujeres nunca hubo una como encargada, siempre fueron hombres y, lógico, esos supervisores abusaban de las muchachas.
La jerarquía del supervisor implicaba que podía mandar a las preliminares a traerle de la tienda lo que se le ocurriera, un refresco, un pastelito, o decirles piropos, o hacer referencia a que se ven bien con tal ropa. Como que sus cualidades físicas superaban el trabajo que hacían, por eso las que le caían bien tenían el privilegio de ir a la tienda cuando quisieran. El supervisor les cargaba la mano a las desfavorecidas físicamente. Lo de darles permisos era con la finalidad de salir con ellas los viernes, porque los encargados las invitaban a bailar aunque trabajaran al día siguiente.
Los supervisores no tienen capacitación para ser líderes, no saben organizar los tiempos, no tienen empatía ni saben dirigir al personal, su único fin es sacar la producción como sea. Las obreras reciben un sueldo muy esbelto, cuando entré eran como setecientos pesos a la semana, que hoy serían unos mil semanales, trabajando los sábados hasta las dos o tres de la tarde y diariamente de ocho de la mañana a siete y media, ocho de la noche toda la semana, menos una hora para la comida.
La inseguridad en el trabajo
-¿Hay situaciones de inseguridad en una fábrica de calzado?
-Sí. Una, no había el cuidado debido para la organización de materiales e insumos en almacén. Esta falta de visualización de los materiales provocaba el desorden de que hubiera material en el suelo, lo que podía ocasionar algún accidente. Y así pasó con un trabajador que salió del baño y como estaba mojado el piso se resbaló, y se agarró de los suajes para no caerse. Los suajes están muy filosos, se cortó y tuvieron que darle veinticinco puntadas entre los dedos y la palma de la mano, casi tuvieron que unirle los dedos. Estuvo incapacitado por dos meses y medio, de los cuales la empresa le pagó medio sueldo porque ese trabajador tampoco estaba asegurado.
-¿La empresa provee de equipo de seguridad a los obreros?
No. Al llegar, pregunté por equipo de protección pero no había; después se compraron lentes especiales para pespunte, son como goggles, cuadrados, pero no los usaban. Tampoco había una comisión mixta de seguridad e higiene que vigilara lo que sucedían. Mi perspectiva ante la falta de seguridad en trabajo fue hacerlos cambiar conductas, pero la cultura en la industria del calzado, la cultura del obrero zapatero es enajenante, absorbe por completo la capacidad de percepción, no escucha alguna recomendación que le hagan, sólo quiere terminar pronto para salir tomar a cervezas o a drogarse.
A veces, adentro de la fábrica traían el “mono” adentro de la boca, una estopa impregnada con thinner. El día de la entrevista de trabajo detecté a cinco trabajadores que en ese periodo de tiempo salieron con cubrebocas, hablo de antes de la pandemia, cuando no era necesario. Al preguntarle al ingeniero sobre eso me contestó que era porque traían el “mono”.
Parte de esta enajenación se manifiesta por la dependencia a inhalantes y se vuelve una adicción a componentes tóxicos. En la fábrica hay mucho alcoholismo. Los muchachos entraban con refrescos y, una vez, al pedirles que me dejaran oler los envases me di cuenta de que era alcohol. De esto deriva la desintegración familiar, la violencia y la falta de autoestima que se observa en los trabajadores, sin contar con el enorme desgaste físico que es trabajar en una fábrica. Es como cavar tu propia tumba.
-¿Qué medidas tomaste al respecto durante tu gestión?
-Comencé elaborando un expediente por cada trabajador y conocer sus habilidades y sus nombres de manera individual. Se determinó cuántos hombres y cuántas mujeres había para llevar el control ante la Secretaría del Trabajo en Guanajuato en los formatos DC-1, DC-2, DC-3 y DC-4.
-¿Se corrigió la situación con la comisión de seguridad e higiene?
Sí bajaron, pero siguieron los accidentes. Los muchachos quemaban las hebras con encendedores estando cerca del halogenador (mezcla de solventes que se usa para preparar la suela de hule para mejorar el proceso de pegado) y provocaron más de cinco flamazos que terminaron sólo en un susto porque afortunadamente se pudieron apagar a tiempo. Se controlaron por haber establecido comisiones seguridad e higiene y haber capacitado a los integrantes de esta comisión a utilizar extintores que se pusieron en las áreas indicadas por el departamento de Bomberos, quienes ayudaron a establecer los metros que debía haber entre uno y otro extintor y nos indicaron sobre los señalamientos, porque nada de eso había.
En la fábrica hay accidentes que no son tan comunes. En tres ocasiones hubo chicas que se sintieron mal al estar dando spray adentro de una cabina que tiene un extractor de los gases que se producen en este proceso casi al final del calzado; empezaron con accesos de tos, con los ojos irritados. Se fueron a su casa ese día y al otro día regresaron.
Las experiencias descritas no son nuevas. En 1988, el estudio La situación de los obreros del calzado en León, Guanajuato, encabezado por la antropóloga Lucía Bazán, advertía sobre los accidentes de trabajo en la industria: “León ocupa el primer lugar del país por accidentes en las manos. Estos accidentes los sufren los trabajadores de casi todos los departamentos. Los cortadores suelen perder la yema de algún dedo con la navaja con la que cortan la piel. Los pespuntadores, frecuentemente se pican los dedos con la aguja de la máquina de pespuntar. En los departamentos de montado y acabado se han perdido muchas manos y dedos aplastados o arrebatados por las máquinas neumáticas y las fresas que giran a gran velocidad”. 3 Muy poco parece haber cambiado de entonces a la fecha, en perjuicio de los obreros.
(Continuará)
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