Cuando niño, mi vida estaba constantemente rodeada de soundtrack. En aquel vocho naranja en el que nos llevaban y traían a la escuela, siempre se escuchaba la radio, “perdona si te hago llorar, perdona si te hago sufrir, pero no está en mis manos”, sonaba en Amor 106 Sólo Música Romántica, “Esto fue, Murmullo Inoportuno, con George Michael” anunciaba el locutor, seguido del membrete ¡Radio Éxitos!, y después, al llegar a casa, prendíamos la tv y si teníamos suerte de llegar minutos antes de la 1 pm, podíamos disfrutar la apertura de la barra infantil en canal 5 con videos musicales de moda como We Are The World o el célebre cortometraje de Paul McCartney We All Stand Together, sobre unas simpáticas ranas cantantes en un pantano.
Esos recuerdos no serían lo mismo sin el olor a tortillas recién compradas en el chiquihuite, el aroma a arroz y comida caliente en toda la casa y la mesa puesta por mi abuela, que se quedaba a vivir con nosotros por largas temporadas y tenía el don de hacernos sentir totalmente cubiertos y cuidados, debido a que en la década de los ochenta, el gremio de los maestros fue de los más afectados por la infame crisis económica provocada por el nacimiento abominable del neoliberalismo mexicano a manos de Miguel De la Madrid y, se veía reflejado en el hecho de que mis padres tenían que trabajar jornadas extenuantes entre dobles turnos, clases particulares o actividades complementarias que les ayudaran a salir adelante con la manutención de cuatro pequeños que sólo escuchábamos a diario cómo había subido el pollo, la carne, el pan, y prácticamente todo.
Ya entrada la noche y después de que me escabullía para ver junto a mi papá El Justiciero, por canal 4, o El Astuto, que eran de esas series de horario “de adultos” y siempre me gustaron, me preparaba para dormir y al apagar todas las luces, algo permanecía: una grabadora Majestic que era nuestro único aparato de audio en casa y que se quedaba prendida a un volumen casi imperceptible sonando en Radio Universal – Tu Gran Compañera.
Ese sonido mínimo de música incesante por las noches, además de cubrir los miedos nocturnos infantiles, los ruidos parásitos que se quedan grabados en las paredes Y provocaban que escucháramos lavar trastes o correr agua con sólo pegar la oreja a los muros o las peleas de los gatos en el techo, me dio siempre la seguridad de que había un tótem al que acudir y debajo del cual descansar para enganchar la mente a los sonidos de Olivia Newton John, Barry Manillow o Stylistics y tenía la propiedad casi mágica de relajar mi mente y cuerpo para dormir plácidamente y sin malos sueños.
Hace un poco más de dos semanas, después de haber resistido y haberme escabullido todo lo que pude, mi cuerpo sucumbió ante la nueva combinación genética del Sars Cov-2, en su variante Omicron, el cuál regresó en una quinta ola resuelto a infectar a todos aquellos que aún no hubieran probado sus mieles, propinándome escalofríos, fiebre y dolor de cuerpo. ¡Dios santo, qué dolor de cuerpo!, acompañado de una fatiga insoportable que me forzó literalmente a vivir recostado dos semanas en mi cama o mi sillón, pero también trajo de vuelta un sentimiento muy interesante y preciado para mí: justo en una de las primeras noches, en las que yo tenía miedo de recostarme para volver a dar vueltas incesantes sin poder dormir y lidiar con las palpitaciones y el estrés de no poder respirar apropiadamente, recordé una página de internet que se menciona mucho por locutores de radio abierta, iHeart Radio, por impulso la busqué y encontré un catálogo de estaciones que hasta donde sabía, dejaron de existir hace años, sin embargo, mi sorpresa y satisfacción fue enorme al encontrar Azul 89, inmediatamente di click escéptico y ahí estaba, intacta, con la misma elegante voz de Jorge Lapuente entre canciones, leyendo relatos, haikus o pensamientos.
Una cascada de recuerdos inundó el ambiente y todo mi cuerpo recibió un baño de nostalgia y sentimientos casi olvidados, siendo uno de los más preciados, aquél de sentirse protegido por dejar sonar la radio a un mínimo volumen durante toda la noche y, mágicamente, dormir como bebé.
Durante esos días en los que experimenté un sentimiento real de invalidez y tuve que recurrir a ayuda para pasar de un día a otro, reconocí cuál era esa sensación que estaba tan empolvada, pero que, al asumirla y abrazarla, me reconfortaba tanto: el permiso que nos damos de que sea alguien más quien conduzca, ceder el control de todo a alguien más, ponernos en manos de quien no somos nosotros.
En una época en que los objetos están siendo sustituidos por no-cosas, en la que nuestros pulgares eligen y consiguen instantáneamente todo aquello que nuestra mente demanda y en la que la tecnología nos vigila a un punto en que nos hace sentir encarcelados dentro de un mundo virtual que solo ilusoriamente controlamos, somos forzados a dar vueltas en círculos debido a los motores de búsqueda y algoritmos que, lejos de predecir nuestras preferencias, sólo atinan a redundar ofreciendo contenidos que someten a nuestra mente a cámaras de eco y en ocasiones vuelven hartante, hasta vomitivo el paseo por redes sociales, ceder el control a alguien más se vuelve una experiencia liberadora.
Te invito, amable lector, a darte la vuelta por la radio, en cualquier plataforma que encuentres y dejarla sonar, a correr nuevamente a observar quién canta esa tonada favorita que por años has tenido en la cabeza, pero no habías podido encontrar, te invito , de vez en cuando, a echarte en tu sillón y dejar sonar de pies a cabeza un álbum empolvado de tu colección, encontrarás en ello, paradójicamente, libertad.
Da Capo:
Una vez que estudié música y ahora que me he adentrado en la musicoterapia, supe que aquella “magia” que tenía la escucha constante y nocturna, era en realidad neurotransmisores que se liberan en nuestro cerebro, “hormonas de la felicidad”, como se les ha llamado, y que tienen la particularidad de afectar positivamente nuestro sistema nervioso parasimpático, que controla entre otras cosas, reflejos como la respiración, el latido cardiaco o la digestión, que dicho sea de paso, son los órganos que llevan la peor parte cuando somos atacados por el estrés cotidiano y los que se benefician sobremanera de la escucha activa de música que nos brinde paz, tranquilidad y buenos recuerdos.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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