En aras de proteger la democracia de los excesos de la democracia, no hay mejor recurso que reducir la realidad al mínimo posible. Reducirla de forma maniquea. Reducirla sin que quede espacio para los matices. Reducirla a blanco y negro, sin la posibilidad de un solo tono de gris. Reducirla de forma que al votante —dejemos de hablar de ciudadanos, a nadie le interesan los ciudadanos, lo importante es el votante y mientras más se asemeje el votante al consumidor, mejor— no le quede duda que esto es bueno y aquello es malo.
Que no le quede duda y en consecuencia no pueda más que votar a favor de aquello que se le ha dicho que es bueno y en contra de lo que se le indica que es malo ¿Por qué? Porque, seamos honestos, la realidad es demasiado compleja como para que un sujeto promedio, que difícilmente puede elegir (aún con ayuda de los sellos) la marca de frijoles enlatados que compra, tenga la capacidad de entenderla, digerirla y responder a ella sin ayuda de una mente superior que lo guíe en el camino. Ese ha sido siempre el credo de la derecha y es la punta de lanza del pensamiento conservador: el reduccionismo maniqueísta.
Mientras menos asegunes existan en la discusión pública, mejor, más fácil será conducir la discusión pública. Dejar una estampa grabada en la mente del electorado. En ese sentido, la forma, y no el fondo, debe ser subrayada. El acento ha de estar en los modos y no en las propuestas, las cuales siempre se prestan a interpretaciones y producen ruido que en nada ayuda a la construcción de una imagen clara en la mente de los consumidores, perdón, en la mente de los votantes.
Conscientes de esto, los opositores a la CuatroTe, siempre iluminados y preocupados por el bienestar nacional, centraron el debate sobre la visita de López Obrador a Estados Unidos en asuntos que tienen que ver más con la etiqueta que con la agenda binacional. Destacando a través de memes, comentarios tangenciales y textos de opinión el hecho de que Andrés Manuel no hable en inglés, la forma en la que fue recibido y difundiendo las peores fotos que pudieron encontrar de AMLO a lo largo de la visita.
Poco o nada importa que en México el porcentaje de la población que habla inglés —y que pudiera identificarse con el reclamo conservador de no hablar con los administradores del imperio en su propia lengua— se encuentre entre el 5% y el 13%. Numero que sin lugar a dudas no aporta nada para ganar en el 2024. Lo importante es dejar la discusión ahí. No para ganar simpatizantes, difícilmente alguien que se identifique con López Obrador o que simpatice con él, dejará de hacerlo porque solo habla español. No, la idea no es restarle partidarios. Lo que persigue reduccionismo maniqueísta es garantizar que lo que vale la pena, lo que debe celebrarse, lo que se pone sobre la mesa en búsqueda del bien común, no salga a flote. Que la discusión se limite a: “Biden no habla español”:
Si no recibieron a Andrés Manuel con bombo y platillo, si no hubo baile de gala como lo hubo cuando Bush recibió a Fox, si faltó el smoking como cuando Obama recibió a Calderón, o se escapó la posibilidad de tomar una fotografía brindando como lo hiciera el mismo Obama con Peña Nieto, es más importante que si se discutió sobre eliminar las barreras comerciales o el plan de inversión privada y pública para fortalecer el mercado ¿Eso qué? Seguramente habrá quien piense que esas medidas puede ayudar en algo la relación México-EE.UU y beneficiar a los mexicanos. Así que mejor ni moverle por ahí, mejor jugar con los sueños aspiracioncitas de la clase media mexicana, que seguramente ya se vio bailando en los salones de la Casa Blanca como oficinista de comedia romántica.
Y las fotos, las fotos, convencido el mundo entero de que una imagen dice más que mil palabras, solo era preciso encontrar algunos fotogramas que no favorecieran en nada a AMLO para iniciar un debate superfluo y estéril sobre lo mal que Andrés Manuel lo estaba pasando en las reuniones porque no entendía nada, la poca importancia que sus contrapartes le daban a la reunión, la inseguridad que delataba la postura de López Obrador o la incomodidad de ambos presidentes al estar juntos.
Dejando completamente de lado la discusión sobre la cuestión energética y el plan migratorio, temas que bien podrían hacer pensar a alguno que a diferencia de quienes fueron recibidos con bombo y platillo, a diferencia de quienes bailaron con los Bush, a diferencia de quienes se dedicaron a sabotear a México, el gobierno actual tiene un proyecto para el país.
Entrados en gastos, el mismo reduccionismo maniqueo se ha utilizado como herramienta de contención con la revelación de los audios de Alito Moreno a cargo de Layda Sansores ¿Para que discutimos si lo que en ellos manifiesta Alito es muestra de la decadencia de la oposición y de la descomposición política de país? ¿De que serviría que se aclare si hay una extorsión sexual en el PRIismo a cambio de curules? Lo importante es poner el acento en las formas. Denunciar a la gobernadora de Campeche y amenazarla con aplicarle la Ley Olimpia si da un paso en falso. Levantar la voz en contra de los “pronunciamientos misóginos y machistas” de Sansores en aras de evitar que lo excesos de la democracia aporten elementos que permitan a una ciudadanía la construcción de un pensamiento critico que los aleje de las estanterías electorales, propias de los consumidores y los arroje a la plaza pública.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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