Después de las elecciones, todo sigue igual. La oposición en México, esa mezcla de intereses empresariales, nostalgias del pasado y oportunismo sin una verdadera ideología, parece no aprender nada. Ya han perdido por tercera vez consecutiva de forma clara, y su respuesta sigue siendo la misma: negar la realidad, encerrarse en su propia burbuja mediática y llamar ignorantes a todos aquellos que no votan como ellos quieren.
No entienden, o no quieren entender, que el problema no es el INE, ni las “narrativas populistas”, ni el “clientelismo”, ni mucho menos una “dictadura”. El problema es que no tienen proyecto de nación. No tienen una propuesta real de futuro para las mayorías, no hablan de salario, de vivienda, de seguridad, de derechos. Hablan entre ellos, para ellos, desde los mismos foros, con los mismos voceros y con el mismo clasismo de siempre. En sus discursos, México empieza en Polanco y termina en San Pedro Garza García.
Mientras tanto, los liderazgos de la oposición se reciclan una y otra vez en un espectáculo de decadencia política. Los mismos tipos que endeudaron al país, privatizando el agua, reprimiendo al pueblo o, directamente, vendiendo el patrimonio nacional, hoy se hacen llamar “defensores de la democracia”. La hipocresía no conoce límites, por ejemplo, cuando los que funcionaron en moratoria legislativa ahora exigen “equilibrio de poderes”. ¿Equilibrio de qué? Si siempre que tuvieron mayoría la usaron, ya fuera para proteger privilegios o para blindarse con impunidad.
El Frente Amplio no fue más que una simulación: un parche ideológico que undió lo que nunca debió juntarse. PRI, PAN y PRD: los responsables del desastre que heredó este gobierno, hoy quieren erigirse como alternativa. Pero la gente no olvida. No olvidan la violencia, la corrupción, la pobreza, el abandono. No olvidan que no olvidan. No olvidan que cuando gobernaban, lo hacían para unos cuantos, y al resto le ofrecían promesas rotas y desprecio.
Hoy la oposición se limita a impugnar, a judicializar la política, a llorar en medios internacionales. No hay autocrítica, no hay renovación, no hay calle. Siguen creyendo que un grupo de opinadores puede más que millones de votos. Siguen despreciando la conciencia popular, y eso les va a seguir costando derrotas.
México vive un proceso profundo de transformación. ¿Perfecto? No. Pero sí respaldado por una mayoría que exige justicia, dignidad y un país para todos. Mientras la oposición siga igual, atrapada en su arrogancia, su desconexión y su clasismo, seguirá siendo eso: una nota al pie en la historia de un pueblo que ya despertó.

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