Contundente y congruente como ha sido en sus ideas y planteamientos desde que se encuentra en la arena política, el Presidente Andrés Manuel López Obrador vuelve a jugarse de manera arrojada y al límite su destino que irremediablemente lo alcanzará para bien y para hacer historia.
En esta ocasión le toca jugar con un peso pesado, los Estados Unidos de América y su presidente Joseph Biden.
Sin embargo, es de resaltar que el mandatario mexicano le ha plantado cara a la administración del vecino país al norte y no en menos de una ocasión se ha comportado con la dignidad propia que corresponde a un jefe de Estado soberano, lejos de aquellas actitudes francamente serviles y sumisas que eran la constante con titulares del ejecutivo federal provenientes del PRIANATO. Tal vez por miedo, o quizás solo por docilidad, pero era costumbre ver pisoteada la representación y dignidad del pueblo mexicano cuando desde Washington o cualquiera de sus emisarios dictaba una “orden o recomendación”.
No es un secreto que muchos de los gobernantes mexicanos anteriores carecían de la libertad y autoridad moral para poder siquiera diferir de opiniones con los homólogos estadounidenses, porque los segundos poseían la información precisa del pie que cojeaban.
Por esa razón y ante las voluntades exteriores, muchas veces se violentó la soberanía nacional permitiendo que agentes de diversas agencias de seguridad extranjeras se posicionarán y se infiltraran en el espectro del crimen organizado tolerado desde el Estado.
Hoy es una realidad que el Presidente López Obrador ha sacado del país a los que incluso pudieron haber sido los desestabilizadores, o que pueden seguirlo siendo en la clandestinidad.
Es evidente que se han trastocado intereses al norte y hoy vemos un activo embajador norteamericano, Ken Salazar acudiendo con frecuencia a Palacio Nacional, seguramente a cabildear por sus empresas que empiezan a resentir el rigor de un presidente mexicano que los ha puesto a trabajar horas extras y que les ha advertido que no permitirá el saqueo y daño ambiental a grandes proporciones como el que se estaba dando todavía hace unas semanas en el sureste del país por la empresa Calica, afectando los recursos no renovables de generaciones futuras.
Hoy da gusto y es inédito después de años ver un mandatario mexicano que pone la cara y que cuenta con la suficiente autoridad moral para no temer represalias de que le encuentren vínculos con la delincuencia como era la práctica.
La oposición completa llora y patalea alegando que López Obrador no enfrente con “mano dura” a la delincuencia insinuando y acusando en su perversa narrativa que es su aliado, pero si esto fuera cierto, desde Washington ya hubieran enviado a sus corresponsales en México disfrazados de Sociedad Civil, los elementos que les permitieran acreditarlo. Lo cierto es que los que vendieron los recursos naturales de México, los que tuvieron en el gobierno y tienen un García Luna preso en Nueva York, son ellos.
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