En el año 2017, cuando mi hermano Pablo se encontraba viviendo transitoriamente en Neza, teníamos oportunidad de juntarnos y compartir nuestro entusiasmo por el cambio político que se estaba gestando. Morena tomaba cada vez más fuerza en todo el país, aunque el grupo del cacique Juan Hugo de la Rosa, remanente del PRD, conservaba su hegemonía en nuestro municipio. Acudíamos a reuniones de Morena, que realmente no eran multitudinarias, sino esfuerzos de picar piedra, en una pequeña carpa de tres paredes en medio del camellón de la avenida Chimalhuacán. Teníamos charlas llenas de entusiasmo que incluso quedaron registradas en un podcast de pocos capítulos titulado La primavera mexicana. Veíamos venir ese cambio importante en la vida pública de México, del cual se convertían en parte cada vez más importante los primeros youtubers como El Chapucero, Campechaneando o Juca. Y es que ¿cómo no se le ocurrió a nadie antes aprovechar el alcance de una red social audiovisual hecha para el entretenimiento y difundir la información política que los medios tradicionales se callaban? Avanzado el movimiento, cuyo primer objetivo se cumplió en 2018, y ya con un mundillo consolidado; el movimiento de los youtubers 4T se convirtió en un fenómeno de comunicación de masas sin precedentes.
Recuerdo que, ya en 2019, Sin Censura, el programa de mi amigo y colega Vicente Serrano, después de haber tenido un paso fugaz por el canal La Octava, retomó lo que ya se había convertido en su esencia tras nacer como proyecto de radio dirigido a los migrantes: transmitir desde el zócalo de la Ciudad de México. Cerraba el año de manera pletórica rodeado de personas que lo apoyaban y arropaban. Eso me transmitía un sentimiento de cercanía y me inspiró para, más tarde, en 2021, animarme a hacer mi propio canal, impulsado por Carlos Federico, el youtuber coahuilense a quien precisamente tuve la oportunidad de conocer en el zócalo. Él me abrió las puertas de la esfera política en YouTube dándome espacio para entrevistarme. Fue también él, quien usa sus dos nombres a manera de branding, el que me recomendó hacer lo propio para ser más identificable dentro del mundillo. Es por eso que, a día de hoy, se me presenta en diversos espacios simplemente como Miguel Martín.
Entrando de lleno en este gremio, con el plus de ser periodista de carrera, he podido darme cuenta de su devenir y de la repercusión que puede llegar a tener en la población. Ha habido muchísimos casos de personas que jamás se hubieran politizado de no ser por la irrupción de estos comunicadores. Esto se debe a una realidad que los analistas de décadas pasadas no pudieron nunca dilucidar. Recuerdo que en aquellos tiempos en que la práctica de politización por excelencia era la lectura, los columnistas del periódico La Jornada como Julio Hernández o Enrique Galván Ochoa, consideraban que sacar a la población de la inercia audiovisual era un paso necesario para que abrieran los ojos a la realidad del país. Sin embargo, los hábitos del entretenimiento audiovisual se adaptaron a estos nuevos contenidos y su consumo se volvió incluso una especie de vicio para algunos.
Al provenir en muchos casos de estratos bajos de la sociedad, pero con la firme convicción de contribuir al cambio que se fraguaba, muchos youtubers pudieron hacerse de fama y en algunos casos de fortuna. Si algo se puede criticar en muchos de ellos, es que, como producto de la falta de oportunidades y la desigualdad, sus argumentos a nivel teórico y académico no eran demasiados. Al empezar a ganar muy buen dinero, muy pocos decidieron invertir en educación o siquiera en libros para ilustrarse y mejorar la calidad de sus contenidos. En muchos casos, el ansia de más dinero y más fama amplificó las carencias humanísticas y se suscitaron pleitos, calumnias, intrigas y demás sucesos que se justificaban solo en “pelear la plaza”. Se formaron grupos y facciones dentro del propio gremio.
De la misma forma, las audiencias igualmente tomaron partido a favor de sus personajes preferidos. Muchas personas inicialmente seguían a una gama amplia de creadores de contenido, pero el tiempo fue volviéndolos más asiduos de aquellos con los que se identifican y dejando de seguir a aquellos que no cumplen con sus expectativas, no les proyectan credibilidad o simplemente les producen pereza.
Hay un caso paradigmático que no puedo dejar de señalar: La Rata Política. Se trata de un creador de contenido que acudía inicialmente a cubrir las marchas en contra de AMLO que se suscitaron prácticamente desde el primer día de su mandato, por parte de sectores ultraconservadores arengados por el estrambótico empresario regio Gilberto Lozano. Su sello distintivo era abordar a los integrantes de las marchas y cuestionarlos a través de un títere con forma de rata. Más que entrevistarlos, los provocaba, y éstos quedaban exhibidos como violentos e intolerantes. Él, junto con su esposa, fueron de los primeros en descubrir que el escándalo y la victimización generaban en el espectador de YouTube una compasión que se veía reflejada en cuantiosas donaciones. A día de hoy, la pareja, que se dice “decepcionada por la 4T” mantiene su canal con un alcance muy limitado, con la misma falta de rigor que exhibían cuando se decían obradoristas, ahora intentan ejercer un rabioso pero inocuo golpeteo contra el gobierno de Claudia Sheinbaum.
Hay audiencias que prefieren visitar los canales en los que la comunicación es estridente y sin ataduras, pues una diferencia muy notable entre YouTube y los medios tradicionales es la posibilidad de decir groserías. Sin Censura fue pionero en este sentido utilizando la grosería como un vehículo para canalizar el hartazgo social y posteriormente la indignación ante el truculento actuar de los personajes de derecha. Después fueron surgiendo otros espacios donde la grosería iba más allá de lo antes mencionado y derivaba hacia lo más procaz o escatológico solo porque sí, pero sin abandonar los temas de política.
Cuando Andrés Manuel López Obrador comenzó a utilizar el término “benditas redes sociales”, muy probablemente nunca reparó en los particulares aquí mencionados. Cristalizó su proyecto de país y aprovechó muy bien el potencial de esta era de interconexión en tiempo real con predominio de lo audiovisual. Sin embargo, como todo fenómeno de comunicación de masas, hay muchos vicios que se van dando sobre el desarrollo del mismo. No hay que dejar del lado el hecho de que estamos ante audiencias que apenas hace 10 años aún se informaban por los medios tradicionales, y no solo eso, sino que su entretenimiento era igualmente todo lo que dichos medios producían. Estamos ante un movimiento integrado por una población recientemente politizada. Y esto mismo se ve reflejado en varios creadores de contenido, que no tienen a la mano las suficientes referencias, e incluso evidencian serias inconsistencias gramaticales, que, como ya se ha comentado, son producto de la desigualdad.
Ya que muchos han descubierto que explotar la necesidad de las audiencias de consumir contenidos de política en un tono de cercanía y mayor desparpajo de lo que se hacía en medios tradicionales, el gremio se ve por momentos sobresaturado. Tal vez somos (porque finalmente yo también pertenezco al gremio) más yutuberos de los que serían realmente necesarios. Si ya se captó la atención de la población, estamos obligados a informarnos muchos más, pulir nuestra formación y hacer todo lo necesario para elevar el nivel de la conversación. Asimismo, las audiencias deben reflexionar y no caer en deificar ni idealizar a quienes finalmente somos personas con muchos defectos. Este fenómeno sin precedentes está en proceso de desarrollo y es deber de todos contribuir a que no se pervierta y terminemos replicando las prácticas y vicios de la derecha.
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