Entre la clase política que fue perdiendo presencia e injerencia en la vida pública, quizá fueron los ligados al poder económico los que más resintieron el repudio de los millones de electores que otorgaron su confianza a la Cuarta Transformación. Algunos de ellos optaron por atrincherarse en los negocios turbios con un bajo perfil que les permitiera beneficiarse de los contratos de gobierno sin hacer tanto ruido. Otros prefirieron apostarle abiertamente a la confrontación pensando que podrían abonar a un imposible triunfo de la oposición y los otros, no pocos habría que decirlo, optaron por tatuarse la camiseta del morenismo para adentrarse lo más profundo posible a la vida interna de ese partido incluyendo la administración pública.
De estos tres casos, los primeros siguen nadando de a pechito en los pasillos del poder legislativo y del ejecutivo con operadores que dedican el tiempo completo a obtener las mejores oportunidades para sus principales jefes, ya sea comprando voluntades o cobrando favores. Aquí el cabildeo no sería en sí un problema si la participación de las empresas fuera justa, pero como se ha visto en muchos casos, la corrupción desde dentro sigue permeando, sobre todo cuando se ha permitido que espacios de decisión queden en manos de alguno que otro que sirve al interés de quien lo colocó y no al proyecto como tal. Aquí la fórmula para erradicarlo es sencilla, baste con poner orden y revisar con lupa la actuación de cada quien, y si no, para muestra el botón del sistema nacional anticorrupción. El segundo caso pudiera ser el menos malo, que en un sistema democrático, un grupo de cualquier naturaleza política, dedicara sus energías (y recursos) a cuestionar u oponerse al proyecto de la 4T es normal, al final de cuentas de eso se trata la participación y para eso sirven los distintos foros de expresión.
Sin embargo, el tercer caso es el más temible de todos, ya que el chapulineo se hace presente por todos lados sin que se vea por donde se cierre la puerta morenista a esta nueva clase política que viene emergiendo con mucha fuerza desde comienzos del mandato de López Obrador. Lo temible es que algunos de ellos inciden directamente en el acontecer partidista desde dentro, pero será aún peor, pues ahora comenzarán una etapa de desdoblamiento que les permitirá tener mayor alcance ahora que está en puerta este proceso para la constitución de nuevos partidos políticos como lo prevé la ley.
Entre todos los grupos que buscan hacerse de un partido político a partir del próximo año, los más cuestionables serán sin duda los que manifiestan cierta identidad con la 4T. Paradójicamente, aquellos que provienen de fuerzas contrarias u opositoras, tienen perfectamente definida la estrategia a seguir, se sabe cual es su ideología a la perfección y no se duda en lo más mínimo que su principal bandera es oponerse a todo lo que signifique el obradorismo o su continuidad con Sheinbaum a la cabeza del movimiento. Pero los que se dicen estar de lado de ese espectro de la Cuarta Transformación, son en algunos casos, los que siembran la duda acerca de las verdaderas motivaciones. Por eso resulta incomprensible que morenistas con afiliación busquen crear un nuevo partido, no porque se cuestione su derecho a hacerlo, mucho menos si su postura frente al actuar partidista queda de manifiesto, lo cuestionable es que forman parte de las estructuras que fortalecen la burocracia partidista por encima de programas y principios, eso es lo que se cuestiona.
La crítica una vez más es a la dirigencia, no basta con emitir comunicados de la comisión de honor y justicia amagando con iniciar procesos de expulsión, hace falta fajarse por completo y comenzar a realizar una purga antes de que el caballo de Troya se les adentre aun más.

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