Si bien el dinero no puede comprar la felicidad,
ciertamente te permite elegir tu forma de miseria.
Groucho Marx
No sé si fueron ellos quienes acuñaron la palabrita, pero en su más reciente reporte anual, publicado hace apenas unos días, los investigadores de Oxfam echan mano del término milmillonario. Cualquiera puede deducir su significado: un milmillonario es un sujeto que posee al menos mil millones. ¿Mil millones de qué? De lo que sea: piedras, burros, piñatas, yuanes… En el caso concreto del informe de Oxfam —El saqueo continúa. Pobreza y desigualdad extrema, la herencia del colonialismo—los milmillonarios aludidos son los dueños de al menos mil millones de dólares estadounidenses.
Milmillonario no es un vocablo que aparezca en el diccionario de la RAE, pero no estaría mal que lo incluyeran. Abonaría en favor de la claridad y en contra de la confusión que suele provocar la falsa cognación que existe entre el inglés billion y el español billón. Recuerden: para los angloparlantes one billion, es igual a mil millones, mientras que para nosotros un billón es igual a un millón de millones. No hace mucho la propia RAE incorporó una palabra para traducir al español el inglés billion: millardo, es decir, mil millones. Así, por ejemplo, la población total del mundo asciende a 8.2 millardos de seres humanos, eight point two billion inhabitants.
Un milmillonario, pues, es el feliz dueño de al menos mil millones de algo, de un millardo de algo, de libros, de pesos, de dólares… Milmillonario —y no billonario— corresponde a la palabra billionaire en inglés.
Mil millones es una cifra que usted y yo entendemos, digo, sabemos qué un millón de millares es igual a diez millones de cientos… o a diez cientos de millones… o a cien millones de decenas, y que un millón son diez mil cientos o cien mil decenas, por ejemplo. De acuerdo, podremos saber todo eso, podemos escribir los guarismos correspondientes con el número correcto de ceros a la derecha, incluso podemos realizar operaciones aritméticas con magnitudes enormes, pero difícilmente dimensionamos los montos. Tratándose de cifras abultadas, el brinco del dígito —del concepto matemático— a lo analógico no lo pega cualquiera. Comprender grandes números no es un problema de algunos sino una condición de todos: los humanos en general batallamos para asimilar cantidades ingentes, sencillamente porque son abstracciones que se refieren a realidades que están muy por encima de nuestra propia escala. Usted y yo tenemos dos manos, cada una con cinco dedos, así que podemos vislumbrar muy bien qué son dos gatos jugando en un departamento o seis manzanas sobre una mesa o siete cubetas llenas de agua que hay que subir tres pisos por las escaleras, incluso no nos cuesta mucho trabajo visualizar que si uno compra un kilo de huevo usualmente se llevará unas 18 piezas. Pero, a ver, qué tanto podemos dimensionar esto: más de 3,500 millones de personas hoy por hoy viven por debajo del umbral de pobreza establecido por el Banco Mundial. Trate de visualizarlo: 3.57 millardos de hombres y mujeres tienen que sobrevivir con 6.85 dólares al día. ¿O qué tal así? En la actualidad, el número de pobres que se las tiene que arreglar con 140 pesos diarios es igual a la población total de nuestro país… multiplicada 27.5 veces. ¿O así? Mientras usted lee, hay en el mundo más gente por debajo del umbral de la pobreza que la población total de África, Europa, América y Oceanía, en conjunto.
Hace unos cuantos días, el martes 28 de enero pasado, un afamado compatriota nuestro cumplió 85 años. El aniversario fue motivo de una nota de la revista Forbes, una nota por la cual pude enterarme de lo siguiente: “el multimillonario Carlos Slim suma una fortuna de 77,400 millones de dólares”. Es decir, 77.4 mil millones de dólares, 77.4 millardos de dólares.
— Ah, bien por él.
— Uy, ¡cuánta lana!
Ahora, más allá de la reacción de rebote, ¿realmente dimensionamos que un solo mortal, un semejante, tenga una hacienda de 77 mil millones de dólares? Nada más para que las cuentas resulten muy sencillas, imaginemos que el afortunado ingeniero Slim haya comenzado a embarnecer su riqueza desde muy chavito, a los ocho años. Si hubiera sido así, de 1948 para acá, en promedio amasó un millardo de dólares cada año. Un millardo, mil millones de dólares por año. Lo anterior se traduce en que el individuo amaneció cada día, todos y cada uno de los días, durante 77 largos años, con 2.74 millones de dólares más en la bolsa. En fin, seguramente no comenzó a los ocho años y no creo que haya juntado su capital en forma constante, sin altibajos. Como haya sido, si existieran billetes de a millardo de dólares, Carlos Slim tendría 77 de esos.
¿Y qué tanto es un solo millardo? Confronte usted: las estimaciones de los científicos sugieren que la Tierra seguirá siendo habitable para la especie humana durante un millardo de años, un millardito nada más. ¿Poco tiempo? ¿Tiene entonces razón míster Musk en andar tan apurado por llegar a Marte y colonizarlo? Me parece que no, no si consideramos que la esperanza de vida de una especie de mamífero típico en este planeta ha sido de apenas un millón de años —y si acaso usted se quedó con la duda, le recuerdo que los sapiens llevamos por acá si acaso 300 mil años—.
Cierro con una recomendación: bien podríamos llamar al paisano más rico que tenemos en México no sólo multimillonario o milmillonario, sino también billonario. ¿Por qué? Porque resulta que a un tipo de cambio de 20.45 pesos por dólar, el guardadito del ingeniero Slim llega a un número de trece dígitos, asciende a 1,582,830,000,000 de pesos: 1.58 millones de millones de pesos, es decir, 1.58 billones de pesos. Con todo, sospecho que por más dinero que cualquier persona pueda atesorar, con dos manos se queda, y que, naturalmente, incluso en los billonarios perdura la limitación humana de descifrar grandes cifras. Quizá, a final de cuentas, da igual cuántos ceros hayan quedado en la cuenta, todos tenemos diez dedos para hacer la suma… y, con suerte, llegar a los tres dígitos.
- @gcastroibarra

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