Jacinto Canek fue sentenciado y ajusticiado, fue martirizado, torturado y molido a golpes, le ataron las muñecas hasta desangrarse y le reventaron la espalda con azotes y latigazos, le rompieron con palos todos sus huesos y fue desmembrado frente a todo el público que asistió a la plaza de armas en Mérida, después de tanto alargar infinitamente su dolor y el suplicio, fue quemado vivo y sus cenizas se las llevó el viento a cada rincón del pueblo maya y a cada parte del mundo, es por eso que digo, que entre nosotros hay aún una parte infinita de Canek que late, que nos reclama y que grita ¡Justicia!
Marco Rojo
Dicen que la causa de su muerte fue la tortura, un castigo severo por cometer el delito de pedir justicia para el pueblo maya. En el mural de F. Castro Pacheco aparece encadenado de pies y manos con gruesos grilletes sobre una mesa de madera gruesa que soporta el peso de un indígena maya de raza pura como era él, Canek, un hombre fuerte y valiente que lucho por la dignidad de su pueblo a finales del siglo XVIII. La importancia de su rebelión sobresale por levantarse en armas contra los españoles y exigir su libertad décadas antes de que en México se llevaran a cabo la lucha por la independencia y la supuesta “lucha de castas”.
Se sabe que la lucha armada se desató en Cisteil en Yucatán, pero pocos saben que Canek nació en Campeche, en lo que hoy conocemos como el Barrio de San Román, famoso porque año con año se festeja en el mes de septiembre la fiesta grande del milagroso Cristo Negro, Señor de San Román. Poco se sabe de este gran hombre, corpulento, maya originario, estudioso y educado, para muchos un rebelde e idealista que tuvo la osadía de alzar la voz frente a la injusticia y frente al feroz y rapaz yugo español. Protector de la dignidad maya, Canek tomó las armas para terminar de una vez por todas con la esclavitud y con la servidumbre que se le rendía a la clase ociosa y oligárquica española.
El Rey Canek o serpiente negra (Kaan éek´), con la sangre hirviendo de coraje de ver a su comunidad sometida a los españoles, convoco al pueblo de Cisteil a que lo siguieran en esta lucha que fue cruenta y terrible. Se cuenta que en esta rebelión a los primeros mayas que lograron aprisionar los masacraron en la plaza pública para mandar una señal clara del escarmiento que les pasaba a los rebeldes. Gritos, llantos de suplicio y terror se vivió en la comunidad al levantarse el pueblo indígena el 19 de noviembre de 1761.
Algunos, los que no murieron en el acto, lograron huir y esconderse entre la selva, otros, los más sufridos, se quedaron a ver la tragedia de mirar la sangre de sus hermanos y hermanas correr, desmembrados, sin cabeza, quemados, tasajeados, con la piel quebrada por el látigo español.
Los “rebeldes” fueron “ajusticiados” con azotes, a otros los ahorcaron, a muchos más los quemaron vivos, a otros los desmembraron en plena plaza pública y otros más los acuchillaron y les cortaban alguna extremidad como señal y marca que destacaba a los insurrectos y subversivos contra el sistema de dominación español. Cada una de las muertes de los mayas les daba una mayor tranquilidad y consolación a la clase blanca y privilegiada española, volvían a tener la tranquilidad de sus cosechas, de sus propiedades, haciendas y privilegios, de ahí la importancia de que se castigara con el mayor dolor, con la mayor fuerza y brutalidad para que los mayas “aprendieran la lección” y no se les ocurriera revelarse jamás.
Se cuenta que era tanto el odio y el desprecio contra los indígenas que los españoles quemaron el pueblo completo de Cisteil y lo tapizaron de sal. Pero lo peor lo vivió Canek, todavía me duele el solo imaginar su suplicio. En el mural que retrata su tortura se ve al hombre maya semidesnudo, descalzo con un taparrabos, tirado sobre una mesa gruesa de madera, encadenado con grandes grilletes y rodeado de una turba de gentes, cada uno con un arma, con punzones hirviendo para acercarle el metal incandescente sobre la piel. Otros más con palos golpeándole cada extremidad hasta romperle los huesos, vituperándolo, maldiciéndolo y abriéndole llagas y heridas profundas, pero con la instrucción precisa de no dejarlo morir hasta verlo sufrir y dejar en cada parte de su cuerpo una herida. La escena es por demás trágica que supera todo texto escrito de su muerte (incluso la prosa escrita por Ermilo Abreu Gómez), una escena que duele hasta el día de hoy. Incluso, hay quienes cuentan que los quejidos de Canek cimbraban en las entrañas de quienes lo escuchaban, pero que nunca se le escucho pedir ni piedad ni perdón frente a los españoles, eso me llena de orgullo.
Canek murió como todos los hombres de su talla, con la frente en alto y con la dignidad integra, fuerte como una Ceiba, Jacinto Canek siempre será recordado no sólo como un mártir sino como un líder, un libertador del pueblo maya. Hoy poco se habla de él, de hecho, tengo la impresión de que se oculta su historia, de que no se acepta la grandeza de su gran hazaña. Nadie lo ubica ni en Campeche ni en San Román, incluso algunos no reconocen su propia existencia y lo reducen a un mito solamente. Es lamentable que el pensamiento retrógrada y conservador que todavía pulula en el sureste de México no quiera reconocer sus atrocidades ni el sufrimiento causado para el pueblo maya, hay quienes, por el contrario, embellecen los altares de la llegada de los españoles, festejan su arribo y entre orquestas y carnavales se olvidan del exterminio indígena maya cometido.
¡Cuánta falta nos haces Canek! (Digo en mis adentros) Yo todavía lo recuerdo con melancolía y más en octubre cuando todos se visten con su ajuar españolizado, y festejan poniéndose del lado de los españoles y no de sus compatriotas mayas, irónicamente son esos mismos que hasta hacen mofa mal pronunciando palabras en maya como si eso reivindicara la dignidad del pueblo indígena, a ese pueblo que se le sigue pisoteando, marginando y abusando de él con injusticias. Es ese mismo pueblo maya al que el mejor presidente de México (AMLO) le pidió perdón, pero que en sus tierras los siguen humillando y excluyendo con su racismo, con su clasismo.
Ese pensamiento español sigue hasta nuestros días, se fueron los españoles, pero se quedó su pensamiento conservador y recalcitrante, se quedaron sus hijos y nietos, su descendencia que hipócritamente y con la palabra en la boca de “igualdad”, siguen gozando de privilegios, de sus haciendas y siguen explotando las tierras que no les pertenecen.
Quisiera terminar diciendo que este escrito tiene una razón de ser, como todos mis escritos y esa razón de ser son mis jóvenes estudiantes. Hace unos días llegando a clase les pregunté si sabían cómo se llamaba el mercado que se encuentra en la cabecera municipal de Candelaria (Campeche) y me dijeron no saberlo, a lo que les respondí, se llama: Jacinto Canek. Y les pregunté si querían saber quién fue Jacinto Canek y este breve escrito es una parte de mi respuesta. Sean pues estas palabras para dar a conocer una leyenda de nuestra historia llena de héroes y de dignidad que tanto se han empeñado en ocultar.
Canek está a la altura de uno de los grandes guerreros mayas como Moch Couoh. Que este breve escrito sirva para que cuando vaya al mercado de Candelaria, se quite el sombrero mi amigo antes de entrar en honor y reverencia a Jacinto Canek y para que cuando venga a Campeche y se siente a disfrutar de las fuentes marinas del malecón voltee a mirar al parque de Moch Couoh y vea en el al gran guerrero champotonero maya que defendió nuestra dignidad frente a los españoles y no lo reduzca a un simple parque para perros y pista de skate.
¡Que viva la dignidad, Jacinto Canek y Moch Couoh!
¡Y que vivan nuestros jóvenes estudiantes, promesas de un mejor futuro!
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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