Lo líderes de opinión obedecía a un orden y a una orden. La opinión pública es el antecedente de la marea rosa, se expresaba de acuerdo a los intereses de una oligarquía en el poder.
Los medios cuando gozaban de credibilidad repitieron tantas veces sobre la opinión pública y los líderes de opinión que los mexicanos terminaron por creer que existía.
Los líderes de opinión se vistieron de valores sumamente artificiales, crearon una ideología de la clase media que aún ahora la padecemos en algunos segmentos de la sociedad mexicana. Esos valores eran necesarios para que cada noche fueran invitados a los hogares mexicanos, hogares no casas, lo cual nos remite a esa misma forma de pensar convencional simplista, rutinaria y previsible que perdura a pesar del tiempo. Sin esos valores abstractos, volátiles, no hubieran podido influir en la sociedad.
Los mensajes de los medios, en lugar de dirigirse al pueblo, palabra proscrita por esa misma oligarquía o a los mexicanos, en momentos de entreguismo y sumisión a los Estados unidos se destinaba a “La Opinión Pública”.
La opinión pública, fue un intento por uniformar criterios y disciplinar posturas políticas alrededor del partido en el poder, que por lo regular fue el PRI, el cual también defendía, desde el poder, los intereses de los panistas y los grupos fácticos desde el clero que trató de combatirse en la guerra de Reforma hasta los extranjeros que se intentó expulsar desde la guerra de Independencia.
La opinión pública representaba a los manipulados y los líderes a los manipuladores, que ahora tienen su referente en lo que se llama influencers, siempre con un nombre más allá de la realidad que engrandece una actividad cotidiana muy donde la influencia en la sociedad es cada vez menor.
Eran el medio a través del cual gobernantes engañaban al pueblo, es decir a los gobernados. Los gobernantes no representaban al pueblo, lo utilizaban, fusionaban su individualidad y su conciencia en un mote que designa un ente amorfo llamado opinión pública, mientras los líderes de opinión eran los títeres de los funcionarios públicos desde el Presidente hasta el jefe de departamento. Los primeros daban línea, los otros filtraban información a los medios por dinero, venganza, intereses o placer.
Los líderes de opinión no sólo tergiversaban la realidad sino que inventaban una paralela. El 3 de octubre de 1968, incluso, quienes vivieron la matanza de Tlatelolco dudaban de que hubiera sucedido ante el silencio de los medios y la conversión del corrupto Jacobo Zabludovsky en encargado del clima de la Ciudad de México, al decir que había sido un día soleado cuando en realidad estaba manchado de sangre.
Los líderes de opinión no inducían a la reflexión sobre la realidad sino en inducción del voto. No mostraban opciones políticas o partidistas porque en realidad, no existían, imponían a consolidaban una vertiente con variables donde ninguno de los miembros de la oligarquía salía perdiendo.
La desinformación tenía, en la opinión pública y en los líderes de opinión, los límites de la participación política de la sociedad. Las restricciones eran fijadas desde los medios a través de sus líderes, en momentos en los que la opinión pública obedecía, era moldeable, a pesar de la irracionalidad de los contenidos.
Se crearon mitos para apuntalar un régimen que nació vulnerable, porque se reinventó para que todo siguiera igual a pesar de la revolución, donde murieron un millón de mexicanos para nada; sin embargo, con ingredientes como la opinión pública, los líderes de opinión, los intelectuales orgánicos, la cultura de la zanahoria delante del pueblo para que avanzara pero sin alcanzarla, se fortaleció. Es decir, el gobierno en México tuvo apoyo social a base de las mentiras que los medios difundían todos los días, por eso obtenían un subsidio permanentemente, al igual que el campo, la educación o la salud.
El poder de la política tomó la forma de noticia. Pocos lo advirtieron hasta que sus propios excesos descubrieron la verdadera cara de los medios convencionales y de los farsantes líderes de opinión, que no eran más que escribanos asueldo que preservaban el orden establecido.
El poder de los líderes de oposición radicaba en su íntima relación con los funcionarios públicos, con los que desayunaban, comían, cenaban y hasta vacacionaban juntos para que tuvieran bien aprendido el guion que debían difundir.
Las herramientas cambiaron pero las intenciones por sostener el poder desde los medios actuales, se mantiene, de tal manera que las opciones de información se abrieron y, al mismo tiempo, marcan una gran diferencia con el pasado: ya no engañan a nadie.
Quien quiere consumir mentiras es libre de hacerlo y lo hace, pero con conocimiento de causa; quienes quieren cercarse a la verdad, escogen sus medios y sus personajes para iniciar el largo camino hacia la realidad. Un sendero que los medios convencionales trataron de esconder por muchos años.
No hubo quien se salvara de ser engañado, Reconstruir la realidad de un país, el pasado individual y social, es una responsabilidad democrática en México.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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