Tenemos hoy en día un mundo marcado por la crisis; crisis en lo ambiental, político, económico, social e incluso en lo ético. Este periodo comenzó con el lento pero continuo colapso del sistema económico neoliberal y la crisis en la hegemonía de los Estados Unidos.
Es actualmente más vigente que nunca la afirmación del pensador italiano Antonio Gramsci, “en el claroscuro surgen los monstruos”. Y, es que en lo que termina de morir el sistema depredador ultra capitalista neoliberal, aún muestra resistencia en algunos de los gobiernos del mundo; pasa lo mismo con la caída de la hegemonía imperial estadounidense, país en el que podemos apreciar claras muestras de dicha crisis.
Ahora es importante mencionar que la cara más visible del colapso neoliberal es el libertarismo (que no es más que otro nombre del neoliberalismo); mientras que el movimiento representante del colapso “gringo” es el trumpismo. El trumpismo rompe con este clásico discurso librecambista del siglo XX y principios del XXI para comenzar con un proteccionismo y nacionalismo de papel.
Me es interesante como es que ambos movimientos reaccionarios (nacidos de la resistencia del sistema moribundo) son también representados por el hombre más rico del mundo: Elon Musk. Su discurso y acciones parecen sintetizar dos aspectos clave del sistema neoliberal y su crisis: el fetichismo tecnológico y la concentración de poder económico en manos de unos pocos. Al mismo tiempo, su cercanía con movimientos como el trumpismo revela una profunda contradicción: mientras Musk representa al capitalismo globalizado con sus empresas como Tesla y SpaceX y maneja este discurso fuera de su país (como en Argentina), también coquetea con un proteccionismo nacionalista que va en contra de las bases del neoliberalismo clásico.
Otro aspecto relevante de esta contradicción es cómo Musk encarna la figura del “salvador tecnológico” que promete soluciones a problemas globales mientras perpetúa las mismas dinámicas extractivistas y desiguales del sistema que pretende superar. Su apuesta por tecnologías como los vehículos eléctricos o la exploración espacial se presenta como una respuesta al colapso ambiental y a la necesidad de expandir los límites de la humanidad, pero estas iniciativas están profundamente enraizadas en una lógica de acumulación capitalista que prioriza el lucro sobre el bienestar colectivo.
Asimismo, la figura de Elon Musk ejemplifica cómo los grandes capitalistas logran adaptarse y prosperar en medio de las crisis, apropiándose del discurso del cambio y la innovación mientras perpetúan las dinámicas que alimentan estas mismas crisis. Su capacidad para moldear narrativas ya sea como un visionario que busca “salvar al mundo” le han servido para posicionarse dentro del ámbito empresarial de Estados Unidos y la política de su país.
Bajo esta lógica, Elon Musk no solo opera como un empresario, sino como un arquitecto de ideologías que legitiman la continuidad del sistema neoliberal en su etapa más crítica. Sus proyectos y discursos apelan a una visión de futuro individualista y tecnocrática, en la que el progreso se entiende como el triunfo de las élites innovadoras sobre las masas dependientes del Estado.
Bajo el reflector de las controversias recientes, el gesto que muchos interpretaron como un saludo nazi durante la toma de posesión de Trump en 2025 refuerza la conexión de Elon Musk con el trumpismo y su carga simbólica. Al mismo tiempo que hace explicita la frase del Gramsci citada con antelación.
Y es precisamente en este contexto de crisis y polarización que figuras como Elon Musk encuentran su terreno más fértil, navegando entre contradicciones ideológicas y utilizando su imagen para perpetuar la confusión. Su capacidad para moverse entre el libertarismo radical y el nacionalismo de papel del trumpismo refleja cómo los restos del sistema neoliberal buscan sobrevivir adaptándose a nuevas narrativas. Sin embargo, estos movimientos no ofrecen soluciones reales a las crisis actuales, sino que profundizan las desigualdades y tensiones que amenazan con desbordar el sistema. Así, Musk se convierte en un símbolo de la decadencia de una era que aún no encuentra su reemplazo.
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