El nombre de México entró en la conciencia de Europa en pleno siglo XVI por medio de las cartas y relaciones redactadas por los propios conquistadores, como Hernán Cortes y Bernal Díaz del Castillo. Fueron esas fuentes las que retomaron los primeros cartógrafos que representaron lo que inicialmente llamaron un Nuevo Mundo.
El llamado Mapa de Nuremberg, publicado en Europa en 1524, tres años después de la caída de Tenochtitlan, no solo es la primera descripción europea de la ciudad lacustre de México; sino que está acompañado de la representación de la costa del golfo, identificado por las desembocaduras de los ríos y los puntos que los españoles bautizaron como La Florida, Cuba y Yucatán.
No resulta extraño que fueron los propios navegantes y cartógrafos europeos quienes identificaron ese enorme mar bordeado por dos penínsulas para denominarlo Golfo de México, derivado del nombre de la civilización más extendida que conocieron en este hemisferio.
El nombre de América se difundió en la misma Europa luego de las publicaciones de la obra en latín Cosmographiae introductio y del mapa Universalis Cosmographia o Planisferio de Waldseemüller en 1507, que se atribuyó al explorador florentino Américo Vespucci, por el mérito de haber “descubierto” un nuevo continente de la dimensión de una cuarta porción no conocida hasta entonces por el mundo occidental.
Durante todo siglo el siglo XVI y el siglo XVII fueron los conquistadores de España quienes promovieron extender el nombre de América a todo el continente; por lo que tampoco es extraño que la porción norte o septentrional del continente se identificara como América Mexicana en 1607, tal como aparece en el mapa Orbis Terrarum del editor y cartógrafo flamenco Pieter van den Keere o Petro Kaerio.
Este fue el mapa y la base histórica con que la Presidenta de México, contestó a la bufonada de Donald Trump de rebautizar a nuestro litoral atlántico como “Golfo de América”; porque si al presidente electo de Estados Unidos le suena agradable su ocurrencia, existen entonces verdaderos motivos históricos para retomar un nombre que existía para toda América del Norte antes de las primeras colonias inglesas en Virginia y Massachusetts.
Pero más que las implicaciones reales que pudiera traer en la cartografía esta nueva bravuconería hacia México, hay que detenernos en quienes son los interlocutores a quienes Trump dirige sus “propuestas” delirantes. Como parte de su campaña política antes de volver a asumir la Presidencia de Estados Unidos, ha dirigido sus amenazas a Canadá, con la humillación de volverlos el estado 51; a Panamá, con el amago de reocupar el canal trasatlántico; y a Dinamarca, con la propuesta de comprar la isla de Groenlandia.
Más allá de la verdadera viabilidad de estos amagos de expansionismo imperial, hay que poner atención como el próximo mandatario estadounidense vuelve a poner su mira en el continente americano como área de influencia y subordinación, reeditando la doctrina Monroe que establecía la primicia de los Estados Unidos sobre todo el continente.
En México no podemos olvidar como la mitad de nuestro territorio fue anexionado por medio de la fuerza y promoviendo la división interna en beneficio de las elites entreguistas. Las constantes amenazas de intervenciones militares son parte consustancial de la política norteamericana casi desde que alcanzaron su independencia, por lo tanto, lo que se ha etiquetado como ocurrencias de Trump, forma parte de las mismas acciones que las naciones de América Latina han padecido desde el siglo XIX.
Trump se dirige a sus bases sociales, entre todas las clases y todas las etnias, apelando a ese supuesto pasado glorioso conseguido gracias a la expansión por medio de la fuerza, ahora bajo la ilusión de recuperar la grandeza perdida por su imperio en franca decadencia en este siglo XXI. El sustrato fascista de estos relatos tiene amplia repercusión en sociedades en crisis como lo es Estados Unidos, pero no pasemos por alto, que nuestra propia derecha y sus voceros estén festejando esta gracejada o tratando de argumentar la supuesta seriedad de la idea trumpista.
Una búsqueda somera en las redes sociales evidencia a sectores del conservadurismo que equiparan los delirios de Trump con los mapas donde México era nombrado como la Nueva España, y como apéndice de aquel imperio, lo cual incluso añoran desde la visión elitista, clasista y racista que les caracteriza. Aunque en escala marginal, en nuestro país también existen eso núcleos fascistas que añoran al Imperio Español o que anhelan separar algunas regiones de nuestro territorio, derivado de su histórico desprecio a la gran y diversa mayoría de nuestra población. Este es el núcleo social de la ultraderecha mexicana que aspira a crecer para disputar el poder, de la mano incluso de la posibilidad de traicionar o vender a su Patria.
Si se tratara de restituir derechos la geografía que hoy conocemos, tendría que modificarse radicalmente, comenzando por retomar para todos los habitantes de Nuestra América, el nombre indígena de Abya Yala para nombrar esta tierra que no deja de florecer.
En México, el pueblo está cada vez más consciente, más despierto, no pasarán las estridencias intervencionistas; hay una gran mayoría que conoce de nuestra historia profunda, orígenes milenarios y grandeza cultural, y tenemos en la Dra. Claudia Sheinbaum a una Presidenta con toda la legitimidad que implica asimismo un pueblo organizado.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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