En las últimas semanas, luego de que el segundo piso de la 4T lograra consolidarse con distintas reformas que privilegian la democracia y el bienestar de las y los ciudadanos, ha salido a relucir un adjetivo que se usa para describir a quienes buscan mantener sus privilegios, aunque no logren hilar ideas claras: “facho”. Así se les ha llamado, pero, ¿qué significa realmente este término?
“Facho” es un adjetivo derivado del fascismo, una ideología política autoritaria que surgió en Europa en la primera mitad del siglo XX, principalmente en Italia con Benito Mussolini y en Alemania con el nazismo de Adolf Hitler. El fascismo se caracteriza por su rechazo al liberalismo, al socialismo y, en general, a cualquier forma de pluralismo político. Para el fascismo, lo que piensan las mayorías no importa, porque se cree que solo las élites tienen la razón; como la historia nos ha mostrado, quienes se adhieren a esta ideología son capaces de agredir y hasta matar con tal de mantener sus privilegios.
En México, este fenómeno ha encontrado eco en ciertos sectores de la política y el poder. Algunos jueces del Poder Judicial, por ejemplo, se resisten a perder sus beneficios, incluso cuando esta postura afecta a miles de personas. El reciente paro en el Poder Judicial, promovida por un grupo que defiende privilegios, es una clara muestra de este conflicto de intereses. Esta postura, que en el fondo desprecia el bien común, parece tener como único objetivo proteger los intereses de una minoría.
Pero quizá la mejor expresión del fascismo en nuestra política se encuentra en personajes como Lilly Téllez y Alejandro Moreno. Ambos políticos han mostrado un desprecio evidente hacia quienes no comparten su visión y no dudan en agredir o descalificar a sus opositores. Esta semana, en el contexto de la reforma de supremacía constitucional, Moreno subió a la tribuna del Senado para intimidar al presidente de la Cámara, Gerardo Fernández Noroña, en un acto que muchos vieron como un intento de imponer su voluntad a través de la confrontación.
Este tipo de actitudes no se limita a episodios individuales, sino que refleja una ideología que rechaza el diálogo y busca imponerse por la fuerza. Lo más preocupante es que, tras este incidente, algunos voceros del conservadurismo y ahora también del fascismo mediático, difundieron las imágenes una y otra vez, elevando a Moreno a la categoría de “salvador de la patria”. Incluso le crearon una campaña de imagen, proyectándolo como una figura heroica cuando, en realidad, representa los mismos intereses que han mantenido al país en la desigualdad y la injusticia.
No podemos dejar de lado que el resurgimiento de estas actitudes fascistas es también un intento por frenar el avance de los cambios impulsados por la 4T. Los sectores que se sienten amenazados por las reformas buscan convencer a la ciudadanía de que sus intereses particulares son los intereses de todos, cuando en realidad solo responden a una minoría que se ha beneficiado históricamente del poder y los recursos públicos.
La estrategia es clara: mantener sus privilegios a toda costa, recurriendo a discursos de odio, miedo y polarización para desviar la atención del verdadero propósito de las reformas. Estos líderes han aprendido a manipular la opinión pública y a presentarse como víctimas de una supuesta tiranía, cuando, en realidad, buscan perpetuar un sistema injusto.
En tiempos de cambio, es fundamental que la ciudadanía se mantenga alerta y no caiga en la trampa de quienes defienden sus propios intereses disfrazándolos de “libertad” o “patriotismo”. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad más justa y equitativa, donde los privilegios de unos pocos no se impongan sobre los derechos de las mayorías.
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