Septiembre de 1973. El joven aprendiz de presidente llega a la Ciudad de México a estudiar. Ha conseguido una beca, con la que recibe alojamiento y comida en la casa del estudiante tabasqueño, en la colonia Guerrero, como él. Es delgado y de su cabello castaño parecen escaparse un par de rizos rebeldes, como él. Solo así se entiende que haya ido hasta Macuspana en el caballo de Lancillo, el hijo del ganadero, para inscribirse en la lejana secundaria, en lugar de quedarse a atender la tienda familiar.
El joven oriundo de Tepetitán, Tabasco, tiene una mirada diferente que a mi entender revela un pensamiento agudo, sensible, y que parece mirarlo todo, querer conocerlo todo.
La palabra del maestro, un poder extraordinario
Destino es palabra. Algo más que la suerte llevó a ese joven a estudiar en el salón de clases de Rodolfo Lara Laguna –su maestro de Civismo, quien en la secundaria ya le hablaba de los problemas sociales y políticos– y después en el aula de Raúl Olmedo Carranza –su profesor de Ciencia Política, quien le enseñó acerca del valor de Salvador Allende, preocupado por el golpe de Estado que se avecinaba–. Ambos maestros, orgullosos, saben que medio siglo después el insurrecto tabasqueño iba a cambiar, para bien, el rumbo de su país.
Trabajadores de mi patria: Quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley y así lo hizo.
Las últimas palabras de Salvador Allende deben haber cimbrado en el ánimo de esa persona que no conoce lo que es claudicar. Entonces no lo sabía, pero ese joven les daría a los mexicanos necesitados de recursos económicos la oportunidad de estudiar (12 millones de becas cada año se dice fácil).
En 1973, los estudiantes de Ciudad Universitaria y los de los diferentes planteles educativos del país se enteraron en los medios de comunicación del golpe de Estado en Chile y seguramente recordaron la matanza del Jueves de Corpus en México, hacía dos años, y la de la noche de Tlatelolco, de la que solo había pasado un lustro.
Destino es palabra, y el primer decreto del gobierno que precedió al de Andrés Manuel, el de Claudia Sheinbaum, en su primera conferencia de prensa como presidenta de México, instruyó a contribuir a la memoria histórica sobre la matanza de estudiantes en Tlatelolco, catalogó estos hechos como un crimen de lesa humanidad y ofreció una disculpa pública por parte del Estado.
A punto de dejar su presidencia, ese señor llamado Andrés escribió en su libro ¡Gracias! lo siguiente: “La traición de Augusto Pinochet fue abominable: es una mancha indeleble en la historia del mundo”.
Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
Salvador Allende murió asesinado el 11 de septiembre de 1973, pero su legado aún perdura no solo en Chile. En México ha sido el ejemplo de lucha y humanismo del que abrevó Andrés Manuel López Obrador, nuestro líder, que ahora deja allanado el camino para su sucesora, Claudia Sheinbaum, quien de todas formas tendrá que espantar cualquier cantidad de moscardones pinochetistas, que los hay, y no son pocos.
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El aldeano de Palacio
Hace cuatro años, AMLO plantó en el jardín Emperatriz de Palacio Nacional ocho árboles tropicales: un flamboyán (de gran copa y flores rojas), un maculí, un guayacán (de encendidas flores amarillas), tres ceibas y dos palmas reales. “Espero que ya estén grandes cuando diga adiós a este mundo”, dijo aquella vez.
A algunas personas siempre les causó resquemor que Andrés Manuel haya venido del trópico. Nada mejor que eso. Su pasión por la naturaleza salvó a la Ciudad de México de una futura devastación, pues los grupos de la derecha, incluido el panista cártel inmobiliario, querían plantar edificios en vez de árboles, megaproyectos arquitectónicos en lugar de bosques, aeropuertos en vez de esos tercos lagos que no generan riqueza. El área natural protegida del lago de Texcoco y el nuevo bosque de Chapultepec son ya sitios emblemáticos. Sembrando Vida (el proyecto de reforestación más grande del mundo), las áreas naturales protegidas, la prohibición del uso de maíz transgénico y de la extracción de hidrocarburos por medio del fracking fueron y serán el legado de los gobiernos de la 4T orientados a combatir el cambio climático.
Asimismo, el expresidente logró que el Congreso elevara a rango constitucional los derechos de los pueblos indígenas; combatió a los cárteles inmobiliario y farmacéutico, y al corrupto Poder Judicial; trató como se debe a los profesores, un gremio que había sido denostado en el sexenio de Enrique Peña Nieto… El legado que deja el aldeano de Palacio será materia de estudio para las próximas generaciones.
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El viejo que vino del sureste aún tiene alma joven. Se va, pero deja los cimientos para el segundo piso, y una Guardia Nacional con 130 mil elementos para que nos protejan. Se va con dos millones y medio más empleos que cuando llegó (un récord histórico y una de las tasas de desempleo más bajas del mundo, similares a las de Corea y Japón); con la segunda moneda en el mundo más fortalecida frente al dólar, y eliminó la condonación de impuestos. Ahora nuestro país pasó a ser la economía número 12 del mundo, desplazando a España, Corea del Sur y Australia. Los jóvenes dejaron de ser ninis, pues en su sexenio se invirtieron en ellos cerca de 136 mil millones de pesos (¡20 veces más que en los cinco sexenios anteriores juntos!). Llegó hace seis años o hace cuarenta, cuando caminaba con un grupo de gente humillada, maltratada, vejada, robada. Pero llegó hasta donde se lo propuso y ahora somos más fuertes, somos legión, somos pueblo y no habrá poder prianista que nos humille.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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