En México no se vive la violencia, se padece una información exacerbada sobre la violencia. Esa información infunde miedo por una situación que nadie ve ni toca, se convierte en un dogma de fe como si se tratara de un misterio religioso que sólo debe existir dentro de la religiosidad de los medios convencionales. Si no se cree en los medios convencionales no hay contacto con la divinidad aunque se aleje de la realidad, situación paralela que sostiene a la derecha. Si no hay fe se le condena al ateísmo de la desinformación que, en resumidas cuentas, es el mejor camino para conocer la realidad.
Mucho de lo que se cree que existe solo puede encontrarse en los medios. La realidad que percibe directamente el ciudadano sólo existe en su recuerdo que tiende a transformarse en imaginación ante las apabullantes noticias falsas de la televisión. Bien dicen que el momento es importante cuando se convierte en recuerdo, pero la suma de momentos importantes resulta un sueño vivido, que dejó de pertenecer a la realidad porque ahora sólo son datos lo que en su momento fueron emociones.
Anteriormente se temía por la violencia, ahora se dice que, en tal región, en dicha zona, en tal colonia, o barrio el promedio de asaltos es de uno cada hora. Un dato duro producto de la imposición de un criterio que empezó como emoción y terminó siendo un número, que imponen como dato duro y real.
Los medios han dejado de informar para ofrecer experiencias, sensaciones, emociones que pueden acercar a sus consumidores o alejarlos de la realidad según su estrategia y ubicación ideológica. El poder de la información, más allá de su aparente acceso a todos y cada uno de los habitantes del mundo crea una monarquía de información. El reino de mostrar lo que cada quien dice que sucede. Pueden desaparecerse cosas, hechos, personas, con el simple hecho de dejar hablar de ellos en los medios.
Si la historia se escribiera recopilando la información de los medios convencionales encontraríamos un país inexistente, inconexo con la población, una realidad no sólo paralela sino distante, cada vez más distante.
El reino de la información crea sus propios lacayos. Dime a quién le crees y te diré cómo piensas. Los habitantes del mundo se envían su ubicación en un segundo, aunque todos vivan en los suburbios del celular y su información. Es decir, son vecinos cercanos, las distancias no importan, sólo la comunicación que empieza aparentando emociones, recuerdos, sueños extraviados y degeneran en datos.
El que posee más datos es el líder, el mejor, el más admirado. El que sorprende con más impactos noticiosos, sea su contenido verdad o mentira. En esta suma de cifras, fechas y nombres radica el conocimiento pero no el pensamiento que ahora se aleja de su práctica cotidiana hasta abandonarlo a su suerte. El reino de la información no requiere de la verdad, sólo la coloca como zanahoria al caballo de los medios para que camine a lo largo y ancho del planeta engañando. Mostrando la realidad a de quienes colocaron la zanahoria al frente del caballo quieren convertir en verdad.
Ya lo dijo Byung-Chul Han, “El orden digital pone fin a la era de la verdad”. Si antes debíamos cuestionar a los medios que todavía no eran desenmascarados, ahora es necesario darse cuenta de la intención de la información, viendo a través de los anteojos de la conciencia, sin ellos nada es cierto, aunque lo demás digan lo contrario.
La revolución de las conciencias no es un eslogan ni una consigna, es la huella que el actual régimen deja en la historia, es más profundo que un proyecto político y más complejo que la trayectoria misma de Morena.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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