El pueblo trabajador de Apodaca, a pesar de seguir siendo relegado en el ejercicio de sus derechos, siempre ha dado muestras de sus hondos valores culturales que impulsan su laboriosidad para cumplir las tareas cotidianas. Baste mencionar dos ejemplos que corresponde a personajes quienes marcan la historia de nuestro municipio, como elocuentes muestras de los sólidos principios que este pueblo enarbola.
Salvador de Apodaca y Loreto.
Somos orgullosos de llevar el nombre de un insigne religioso que siempre supo ponerse del lado de los humildes. Salvador de Apodaca y Loreto nacido a mediados del siglo XVII (1769) en la ciudad de Guadalajara, cuando aquella era la capital del Reino de Nueva Galicia. Su vida estuvo vinculada a aquel territorio del occidente donde hizo su carrera eclesiástica, ordenándose como sacerdote en Durango, para comenzar siendo cura de las minas de Mazapil, Zacatecas. Y luego ser el responsable de los impartir los sacramentos en los pueblos de Zapotitlán, Tuxcacuesco, San Gabriel, Mascota y Sayula.
Ese contacto con la gente le ayuda al joven sacerdote a forjar su carácter piadoso y practicar aquellos pequeños gestos que lo hicieron ser reconocido entre sus feligreses. Porque su práctica se orientaba a hacer coincidir el bienestar espiritual con las mejoras materiales de la población, por eso establecía escuelas para niños, al mismo tiempo que promovía obras en beneficio de la colectividad.
Cuando el reconocimiento a sus virtudes aumentó, fue llamado al Seminario Conciliar para formar nuevos sacerdotes, pero sin perder su alto aprecio por la caridad y su cercanía hacia los pobres; porque siendo maestro de teología, sus estudiantes dejaron constancia por la cercanía que siempre les manifestaba.
A pesar de rechazar constantemente los honores que se le conferían; no declinó la alta responsabilidad cuando el gobierno de la Republica lo propuso para ocupar el obispado de Linares a más de 250 leguas de distancia, así recién cumplido sus 75 años llegó en lomo de mula a este territorio en enero de 1844.
Solo bastaron seis meses para que su práctica desprendida de los bienes materiales le atrajera grandes simpatías entre la población de Nuevo León, cuando constataron que la mayor parte de su salario era invertido en sostener el Hospital de Pobres, porque a pesar de su alto encargo él siempre optó por sobrevivir con lo necesario. Este genuino amor por el pueblo fue suficiente para ganarse el mismo aprecio con que fue recibido y acompañado hasta el día de su fallecimiento. Ciento ochenta años después su memoria vive en la identidad de todos quienes habitamos esta ciudad y municipio de Apodaca
Moisés Sáenz Garza.
En pleno régimen porfirista a fines del siglo XIX, nació en medio de grandes carencias uno de los hijos más brillantes de Apodaca y del mismo estado de Nuevo León, el maestro Moisés Sáenz Garza. Gracias al esfuerzo familiar y a una beca en una institución privada logra cursar la primaria en Monterrey, para comenzar una brillante carrera académica que lo llevó a titularse como maestro normalista, y más tarde, se especializó en Estados Unidos en ciencias químicas y biológicas, así como obtener un doctorado en filosofía.
Con ello, se terminó de definir su interés por los problemas educativos, reconociendo las enormes necesidades que aquejaban a México en pleno periodo revolucionario. Posteriormente, ingresó como funcionario del gobierno de Venustiano Carranza para impulsar el sistema de escuelas rurales que el mismo pueblo demandaba y proponer el sistema de educación secundaria tanto en las ciudades como en el campo.
Sus aportes a la educación son de primer orden, no solo porque implanta los principios de la educación progresista del pedagogo norteamericano John Dewey, sino porque elabora el diagnóstico de la educación tradicional que se reproduce a todos los niveles como instrumento del orden político porfirista. Así es como también colabora para reformar planes y programas de la Escuela Nacional de Maestros, de la Escuela Nacional Preparatoria y de la misma Universidad Nacional, donde se desempeña como docente.
A pesar de los vaivenes de la política en plena revolución, también se siguió desempeñando como funcionario educativo en Guanajuato, en el Distrito Federal y en la propia SEP. Fue precisamente esa experiencia lo que terminó por acercarlo a los pueblos indígenas de México para reflexionar sobre sus necesidades. Es así como el maestro Sáenz se convierte en uno de los principales exponentes del indigenismo como política pública dirigida a la integración de la población con mayores carencias económicas como una de las demandas más sentidas de la Revolución Mexicana.
Su fructífera carrera lo llevó a representar a México como diplomático en países latinoamericanos como Ecuador y Perú donde siguió con sus estudios de campo para proponer acciones indigenistas con la convicción de sacar a amplios sectores de la población de lo que, en ese tiempo, se consideraba un atraso cultural que los condenaba a la pobreza. Su sólida formación lo condujo a convencerse que solo la educación científica podría ser la solución a ese atraso, argumentos que siguió esgrimiendo hasta su temprana muerte a los 53 años.
Hoy guardamos la memoria de estos insignes ciudadanos de Apodaca, como muestra palpable que la búsqueda del bienestar para todos, siempre ha sido un motor para salir adelante, sin renegar de nuestra cultura y practicando nuestros valores.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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