Desde que comenzó el sexenio, en la vida política de México se han remarcado de manera firme dos flancos: por una parte se encuentran aquellos que soñaban con ver, al fin, un cambio en el timón, que permitiera darle un respiro a los más necesitados, a la gente que vivió en el abandono institucional, a los “jodidos”, como les llamó el “tigre Azcárraga”, para quienes hacía programación narcoléptica, que le permitiera al gobierno del momento, tener bajo su dominio a tantos millones y además no fueran capaces de reclamar las carencias que padecían. Todos ellos conforman una mayoría que en otros tiempos hubiera sido inimaginable y que se plantean refrendar con su voto a la izquierda, que representa la continuidad de la política de rescate a la gente más desamparada, que implica mantener el barco a flote y llevarlo a buen puerto.
El otro flanco existente, en el que se mueven políticos de la oposición, empresarios corruptos, vividores del gobierno y personas que muy posiblemente eran beneficiadas de la impunidad, vive agonizante, envuelto en una burbuja imaginaria donde, después de décadas de permanecer en opulencia, hoy se dicen perseguidos políticos, víctimas de un “gobierno autoritario”. Tal es el caso del destape que hizo la presidencia de la república en la conferencia mañanera del viernes 3 de mayo, al revelar un entramado de tráfico de influencias, en contra de PEMEX, para beneficiar a María Amparo Casar, directora de Mexicanos contra la corrupción y la impunidad. De acuerdo con Octavio Romero Oropeza, actual director de la paraestatal, se le otorgó a Casar hasta febrero de este año, alrededor de 31 millones de pesos, producto de una pensión y seguro, cobrados por la muerte de su esposo.
A la revelación de tales datos, no se hicieron esperar las decenas de posicionamientos de personajes de la derecha, condenando su exposición mientras pronunciaban su apoyo a una viuda que, a los ojos de todos ellos, merece más compasión que escrutinio. De entre las respuestas más destacadas, surgió la del INAI que, además de condenar que todo ello fuera dado a conocer, amenazó al presidente con llevar hasta las últimas consecuencias el resultado de haberla hecho pública.
¿Cómo es posible que un instituto, que se supone está dedicado a velar por la transparencia, sea el que condene un acto que, de acuerdo con sus lineamientos, no debe ser privado?
Esta confabulación nos deja ver la facilidad con la que la red de corrupción que existía en tiempos del PRIAN, podía “acomodar” los hechos, para que, por intercesión de las personas correctas, con un papel se pudiera beneficiar al compadre, amigo, hermano, trabajador o en este caso, la cónyuge, siempre que fuera aliada de las personas en el poder, donde los recursos públicos servían a conveniencia para quien el presidente, secretario de estado o director de alguna institución quisieran, sin protesta y sin otro mérito que lo sustentara que el clásico “es orden de arriba”.
Más allá de ello, queda toda la hipocresía que mueve a políticos, comunicadores, analistas y supuestos intelectuales de la derecha, que en conjunto se alquilan de plañideros cada vez que son exhibidos en actos fuera de derecho. Tal vez lo peor sea esa parte de la sociedad que les cree, que les sigue el juego, que ciegamente se ponen a esa programación que se inventan los mismos medios de hace 60 años, con el mismo fin: adormecer las conciencias, ahora de la supuesta clase alta, que sigue viviendo en su burbuja, que implora algún día el regreso de su gente en el poder, para seguir faroleando o para cosechar una vez más los frutos de la corrupción y la impunidad.
Ese flanco todavía anhela regresar a sus fueros, viven su novela, donde ahora son ellos los “pobrecitos”, los que sufren la pérdida de sus millones; los que exigen justicia, para que les dejen robar; los que se desgarran las vestiduras, preferentemente de Carolina Herrera o Ermenegildo Zegna y no falta siquiera el curita entrometido, ese que en la realidad tiene propiedades que, “quién sabe” donde sacó, pero que las disfruta y que se jacta, también, de la impunidad de hablar contra personajes políticos desde su cargo eclesiástico, en un Estado laico; están todos padeciendo y llevando a cuestas las penas de un gobierno democráticamente electo, pero ajeno a ellos y su incivilidad. De sus actos de corrupción no hablan y nadie sabe, por lo menos nadie de ellos, de violencia, esa que propagan desde sus medios y que piensan se generó solo a partir de este gobierno; padecen, como decía Bukowski, de “su mejor arte”.
- Twitter: @Pablo_OcampoEsc
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