Bienvenido 2024, un nuevo año siempre es motivo de expectativa, esperanza y promesas. Los rituales abundan y las creencias se suman a ellos. ¿Cuáles conocen? ¿Cuáles hicieron en víspera del primero de enero? Les quiero hablar de las reuniones de fin de año, escolares, en las oficinas y aquellas que realizan actividades en diferentes lugares. Quizá se verán reflejados en este relato que pretende ser una reflexión crítica de la sociedad que vivimos cada día.
Para fin del 2023 el club de natación organizó una reunión para festejar el año. El convivio pretendía nutrirse de las contribuciones voluntarias de cada participante. Este tipo de tertulias son un ritual casi tradicional en los círculos sociales o familiares. He participado en varias y jamás me había tocado que me robaran un pastel. Una amiga y yo nos organizamos para llevar ese postre a la reunión. Entramos al salón y no había casi nadie de nuestro horario, no ubicamos a ninguna persona, pero había señoras, principalmente, de otros grupos y ubicaron visualmente lo que traíamos. Tan pronto llegamos el comentario fue “no te preocupes, ya trajeron otro pastel”.
Ciertamente era un poco tarde. Después de salir de la alberca tuvimos que ir a casa a dejar algunas cosas, pasar a comprar el pastel y regresar al lugar. El asunto es que la mesa ya tenía muchos trastes que estaban vacíos, pero enseguida varias personas nos hicieron un espacio para colocar el pastel. Mi amiga y yo fuimos a tomar un asiento, para regresar con la palita y los platos para repartirlo. No debimos haber tardado ni cinco minutos. Cuando regresamos encontramos un espectáculo grotesco; una legión de marabuntas rodeaba el cuerpo inerte de la presa y desgarraban con una cuchara el rectángulo suave que parecía deshacerse con cada embestida metálica. Un par de minutos después llegaron con un cuchillo con el que acabó todo el espectáculo.
Fue tan impactante que no pudimos compartir un pedazo a nuestros profesores, a las compañeras de nuestro horario, tampoco al personal administrativo como símbolo del agradecimiento por todo el tiempo que nos acompañaron en el año. Nos quedó una sensación de haber sido robadas, ya no quisimos comer, un poco de náusea al ver que ninguno de nuestros comentarios hizo desistir a las mujeres que terminaron con nuestra ilusión de poder vivir el ritual de agradecimiento. Nos retiramos del lugar una vez que nuestro impacto nos dejó reaccionar, no pasamos más de quince minutos ahí.
Nuestros profesores se dieron cuenta de lo ocurrido, también un par de nuestras compañeras de horario. El sentido de la convivencia era pasar un momento grato, pero no logramos el cometido. Después nos fuimos a tomar un café, desayunar bien y comentar la experiencia donde dedujimos que fue similar a los documentales de las hormigas que no dejan a su paso rastro del cadáver consumido. La imagen del pastel desapareciendo en nuestras narices nos impactó mucho.
Los lectores dirán que esa situación es característica de algunos espacios donde no hay valores que correspondan a la cordialidad, solidaridad, compañerismo, propio de círculos sociales marginales. Nada más alejado de la realidad. En la UAM Xochimilco, he vivido varias experiencias similares. Los estudiantes que en plena práctica en algunas comunidades no son acomedidos y se colocan como los espectadores que merecen servirse del trabajo o la comida de la gente que visitan y a las cuales les van a prestar un servicio.
También en las salas de juntas donde se realizan estos mismos eventos sociales de fin de año o los brindis en las presentaciones de libros donde los asistentes son profesores, doctores o estudiantes de la universidad. Es frecuente que las servilletas o platos estén llenas de dos o tres bocadillos que van consumiendo poco a poco. Y las copas se llenan varias veces, una tras otra hasta no ver fin a las botellas. Como si fuera una tarea terminar con todo sin importar si alguien llega tarde porque sale de clase. En esas reuniones, he escuchado a mis colegas estudiantes de posgrados decir “voy a venir a comer, porque es lo único bueno de esta temporada”.
Es una especie de ritual equiparable a la temporada de carnavales, donde la regla es el exceso. ¿A ustedes les ha pasado en algún otro espacio social? Si esto le suena conocido hay que cuestionar qué valores hemos cultivado en nuestra sociedad, la cultura del agandalle permanece aún después de las generaciones de familias en donde compartir los recursos en la casa, eran una norma. Es imprescindible cambiar las actitudes que individualizan para tener mejores condiciones de socialización.
Xunu’
Que la fiesta de Reyes sea un momento para compartir con su familia y seres queridos, con esta fecha terminan las reuniones decembrinas y nos preparamos para entrar de lleno a las actividades que desempeñamos. Que siga siendo un momento de convivencia amena para todos y todas.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios