Noviembre de 1988. Andrés Manuel López Obrador pronto cumplirá 35 años. Al inquieto político y luchador social aún no se le conoce por sus siglas como AMLO y tampoco es todavía el Peje. Es el candidato del Frente Democrático Nacional a la gubernatura de Tabasco. La energía que emana ese joven de voz cristalina y cabello oscuro no dista mucho de la que casi 40 años después seguirá sorprendiendo a tirios y troyanos. La elocuencia en el discurso del novel político es igual a la del infatigable presidente que, a un año de terminar su encargo, no desiste en su afán de conseguir lo prometido:
Nos inspiramos en los héroes, en los mártires que lucharon, que dieron su vida para que hubiera libertades, para que hubiera justicia y para que la democracia fuera efectiva en nuestro país. Nosotros nos inspiramos en Morelos, nos inspiramos en Juárez, nos inspiramos en Madero, nos inspiramos en Zapata y nos inspiramos en el general Lázaro Cárdenas.
Yo quiero decir a ustedes que, como no les han servido de nada las mentiras, las calumnias, como no les ha servido de nada estar regalando despensas en las comunidades para combatirnos, ahora descaradamente están queriendo contrarrestarnos haciéndonos trampas en el proceso electoral. Ahora, compañeros […], nos están poniendo como condición, para nombrar a nuestros representantes en casillas, que tenemos que presentar cartas de residencia, y resulta que estas cartas las tienen que expedir las autoridades municipales. Están en contra de la ley, están actuando en contra de la legalidad.
La lucha de Andrés Manuel en Tabasco no fue en vano, pues ya es conocido en todo México, país que él mismo comienza a recorrer y lo cual hará mejor que nadie. Eso es más importante que el 22 por ciento que registrarán las cifras oficiales. Ubiquémonos: todavía ninguna entidad federativa ha sido gobernada por la oposición. En 1988, el PRI aún controla a todo el país. Y no solamente Salinas de Gortari se robó la presidencia de la República: en diversas entidades, la oposición (la real, no la piltrafa que añora recuperar sus privilegios) fue derrotada por toda la fuerza del Estado.
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6 de junio de 1988. Con Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo esperábamos un cambio de rumbo en el país. Jóvenes y viejos luchábamos todos los días para sobrevivir a una crisis interminable. Las deudas con los bancos por una casa, por un carro o hasta por una computadora nos habían dejado en bancarrota. Entre 1982 y 1988, el dólar pasó de menos de 150 pesos a cerca de 2 mil 300. Una soberana locura (¡y hay insensatos que ahora critican el superpeso!).
De la mano de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, comenzaba en el mundo la negra noche del neoliberalismo, una pesadilla que en México duró casi 40 años, pues a las políticas de privatización se sumó el fenómeno de la corrupción. ¿Qué sucedió? Fácil: el dinero de todos los mexicanos pasó a manos de unos cuantos.
El de 1988 será recordado como el año del gran fraude, en el que los oligarcas impusieron a Carlos Salinas como presidente con una “clara, contundente e indiscutible victoria” sobre Cuauhtémoc Cárdenas, el hijo del Tata, candidato de la coalición del Frente Democrático Nacional.
“La caída del sistema en 1988 –tendría que reconocer años después Manuel Bartlett, entonces secretario de Gobernación– fue un amasiato entre el PAN y el PRI”.
Llega a mi mente aquel cierre de campaña de Cuauhtémoc Cárdenas. La multitud, la esperanza pegada en los coches, en las ventanas, con la leyenda “Cárdenas Presidente”, nos hizo soñar. Un largo sueño, pues hubo que esperar tres décadas. Pero ahí estuvimos… y aquí estamos.
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“Ya no pagues. No podemos con esas tarjetas [de crédito]. Que pase lo que tenga que pasar”, me decía Eva, mi asesora financiera, mi media naranja y la jovencísima madre de mis dos hijos.
Necio, seguí pagando. Pagué tres veces el préstamo sin cubrir siquiera los intereses, hasta que las finanzas del editor de la SEP se fueron al carajo, y mi nombre, al buró de crédito. Me fue bien: muchos perdieron sus casas; otros incluso se suicidaron.
Pero a los bancos les pagaron más de una vez. Les apoquinamos los “deudores”, el Fobaproa, el IPAB, y todavía siguieron cobrando por medio de los despachos jurídicos a los que traspasaron sus carteras vencidas.
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21 de marzo de 2018. La Cueva del Lobo.
Para mí –dice AMLO, invitado a una mesa con los reporteros de Milenio–, la gran revolución que vamos a llevar a cabo de manera pacífica, lo que yo llamo la transformación de México, pasa básicamente por acabar con la corrupción, y eso nos va a ayudar muchísimo. Yo sostengo que estamos a punto de lograr una transformación. Ha habido tres transformaciones: Independencia, Reforma y Revolución. La última transformación, la Revolución mexicana, tiene más de cien años y vamos a llevar a cabo la cuarta transformación de la vida pública de México.
Entre los gritos de los desquiciados periodistas destaca la mofa de Carlos Puig:
Hay un poquito de ego. Cuéntame cómo te sientes en las noches diciendo “yo voy a encargar la Cuarta Transformación”; tú, como Hidalgo, como Juárez, como Madero.
Responde el exjefe de Gobierno de la Ciudad de México:
Son millones de mexicanos: es una transformación. No es más de lo mismo. No es una elección cualquiera, no es el quítate tú porque quiero yo… Es una hazaña. Es el movimiento más importante en el mundo, por el número y las convicciones de los que participan.
Viene la risa de Azucena Uresti y el escarnio que no logra disfrazar.
Jesús Silva Herzog Márquez, también burlón, dice: “Te va a quedar chico el país, te va a quedar pequeñito”.
Conozco lo que han hecho los presidentes, desde Guadalupe Victoria hasta Peña Nieto, y no quiero pasar a la historia como Santa Anna ni como Porfirio Díaz, no quiero ser como Salinas ni como Calderón…
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La verdadera historia es que en el otoño de 2023 son ya 23 las gubernaturas que ha ganado Morena, un partido muy joven, como aquel personaje que tuvo que caminar más de una vez los 800 kilómetros que hay entre Tabasco y la Ciudad de México reclamando justicia.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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